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Ω

Katsuki bajó la escalera a toda prisa, entró en la cocina iluminada por la luz del sol y abrió la nevera con fuerza, el par de niños sentados en la mesa detrás de él lo miraron fijamente mientras abría una botella de una bebida energizante, aunque con sentimientos totalmente distintos.

Eri parecía preocupada, mientras que Kouta lucía molesto.

—Llegaremos tarde a la escuela. —murmuró el niño con aparente desinterés; el cenizo gruñó.

—Yo los llevaré hoy.

—¿Qué pasa con el almuerzo? —preguntó esta vez Eri.

—Les daré dinero.

Nadie dijo una palabra más y el mayor agradeció que así fuera. Tomó su chaqueta del perchero detrás de la puerta principal junto a las llaves de la casa y el auto y cargó entre sus brazos a la pequeña de cabello blanco, maniobrando para poder llevar las mochilas infantiles en un solo brazo, Kouta salió detrás de él en silencio.

Abrió la puerta del auto negro y dejó que la niña subiera por si sola mientras él volvía a la casa para asegurarse de que la puerta estaba cerrada. Caminó de vuelta por el jardín descuidado y subió al auto con un portazo.

No les tomó mucho tiempo llegar a la escuela. Eri recién había cumplido seis años y Kouta tenía ya ocho, por lo que ambos asistían a la misma escuela primaria. Estacionó el vehículo y arregló el cuello de la blusa blanca de la niña, sintiéndose mal consigo mismo al percatarse de que ella aún no sabia acomodarse bien la ropa al vestirse y que él no se había tomado la molestia de ayudarla. Kouta tomó su mochila y sin esperar a su hermana, comenzó a caminar hacia la entrada de la escuela; Eri, por su parte, esperó pacientemente hasta que su padre le entregó la maleta y caminó tímidamente hasta perderse dentro de la instalación.

Bakugo se irguió, recargándose momentáneamente contra el lateral del auto y arrugando la nariz cuando el olor característico de los omegas llegó a su nariz.

Él, a pesar de ser un alfa, no se sentía particularmente enloquecido por el sobrevalorado aroma dulzón de los omegas y no era solamente porque todos los olores que estaba percibiendo tuvieran también la marca de un alfa en ellos, sino porque no consideraba tener el tiempo necesario para buscar un compañero teniendo ya a dos niños a su cuidado.

Regresó al auto con una mueca fastidiada gracias a su sentimiento de culpa y se dispuso a dirigirse al trabajo.

Ω

La estación de policía era un desastre cualquier día y hora, pero Bakugo ya estaba totalmente acostumbrado a ello; había trabajado ahí por casi diez años y había visto casi todo lo que el oficio tenía para ofrecer a pesar de que se la pasaba encerrado en su oficina, evitando a los ineptos que trabajaban también ahí.

La recepcionista, Ashido Mina, lo saludó alegremente al verlo entrar, poniéndose de pie de inmediato y sonriendo con energía mientras su cabello rosado se balanceaba con ella; el cenizo gruñó por lo bajo ante la efusividad que él no compartía.

—¡Bakugo! Has llegado tarde, que raro en ti.

—Aun faltan cinco minutos para las ocho, estoy a tiempo.

La mujer hizo un puchero antes de regresar a su postura anterior.

—Siempre llegas media hora antes de que comience tu turno. —sus dedos largos tomaron un enorme cuaderno y lo colocó sobre la barra del escritorio. —¿Qué tal los niños?

Katsuki frunció el ceño.

—Están bien. —fue su escueta respuesta antes de tomar la tarjeta con su código de las manos de Ashido y comenzar a caminar hasta el elevador con pesadez. Escuchó a la alfa resoplar antes de alejarse más.

Aroma del verano; [Katsudeku]Where stories live. Discover now