CAPÍTULO 6

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Es posible que prendiera fuego a mi padre, pero solo un poco.

Tendría unos cuatro años, puede que menos. Estaba en la cocina, jugando con un utensilio parecido a una espátula. Estaba golpeando la ventana con ella. Mi padre se acercó. Su rostro era borroso, pero sabía que era él. Se acercó y me dijo algunas cosas que no recuerdo, pero la intención era clara; que dejase de intentar romper la ventana con una espátula.

Viendo que no atendería a razones, me cogió la espátula y tiró de ella, pero yo la agarraba con una firmeza sorprendente. De un fuerte tirón, me padre consiguió quitarme la culinaria arma y yo me eché a llorar, más de rabia que otra cosa. Se acercó a mí y trató de consolarme, pero yo no atendía a razones. Grité y le empujé. Lo siguiente que vi es a mi padre con la chaqueta en llamas, dando tumbos exasperados por la cocina, tirando sillas y golpeándose con la nevera.

—¡No quería, papá! —grité sobresaltado.

Sin embargo, ya no estaba soñando.
Me había incorporado en la cama y había hablado en voz alta, desorientado y sorprendido por la impresión del sueño. Seya me estaba mirando preocupada desde la gran mesa redonda, donde pude ver que estaba tomando el desayuno. En cuanto nuestras miradas se cruzaron, volvió a centrar su atención en la comida, como si no hubiera visto nada. Tampoco es que tuviera ganas de hablar de ello.

Me apresuré para levantarme y pude comprobar que estaba arropado con una fina y cálida manta color caramelo. No recordaba que estuviera allí mientras dormía. Todavía me dolía todo el cuerpo, pero era más parecido a las agujetas después del primer día de gimnasio que otra cosa, así que supuse que estaba mejorando. Me senté delante de ella y quedamos separados por un cúmulo de frutas y otros alimentos que no supe identificar.

—Veo que estás mejor —murmuró, dando un sorbo a un líquido que tenía toda la pinta de ser leche. En Ra'zhot nunca se sabe.

—¿A qué te...? Ah.

Recordé que antes de dormirme había sufrido los efectos secundarios de una sobredosis de poción vitalicia. Me fijé en mis brazos, que ya tenían el mismo aspecto de siempre. Estaban surcados por cicatrices y arañazos, y me di cuenta del tiempo que había pasado desde que una excéntrica pelirroja me había drogado para enviarme al fin del mundo. No debían ser muchos meses, pero me daba la impresión que hacía una eternidad que había sido arrancado de mi hogar.

—Sí, te dije que no podía ser para tanto —añadí, tratando de sonar despreocupado, mientras estiraba la mano para alcanzar una fruta en forma de pirámide irregular de color naranja—. ¿Esto está bueno?

Ignoró mi pregunta y me lanzó una mirada severa.

—Tenemos que hablar —soltó al fin, recogiéndose un mechón plateado detrás de la oreja.

—Sí, supongo que deberíamos. Empiezo yo. ¿Por qué antes estabas tan empeñada en verme muerto y ahora parece que me ayudas?

Le di un mordisco a la pirámide y me llevé una grata sorpresa. Estaba a rebosar de un zumo que se parecía bastante al jugo de la naranja y la piel era suave y tenía un tenue aroma ácido que combinaba en perfecta armonía con el zumo. Solté un «mmmmh» sin poder evitarlo y Seya me miró raro, pero se dispuso a contestar.

—No habría intentado matarte en ningún momento si hubieras sido sincero —dijo adoptando una expresión seria, pero carente de amenaza—. No podía permitir que regresara un Jinete. Se supone que estaban desterrados, alejados a un lugar tan remoto que ni el más diestro de los magos daría con ellos. Tu regreso podría inclinar la balanza a favor de Fálasar, y eso no es algo que esté dispuesta a permitir que ocurra.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarWhere stories live. Discover now