CAPÍTULO 17

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Aún y con todo el poder del que gozaba el monarca, tardó unos instantes en acallar la eufórica respuesta del pueblo.

Tras unas formales y prometedoras palabras, se apresuró a estrecharnos la mano y anunciar nuestra retirada, alegando que teníamos asuntos urgentes que tratar. Todavía envueltos en aquel ambiente de excitación, Hanra nos condujo casi a empujones hacia las puertas de hierro. Antes de que las cerrara a nuestras espaldas y dejara al otro lado al rey y sus súbditos, me pareció ver como este relajaba los hombros.

Una vez fuera de la estancia, Hanra dio un suspiro.

—Bien, bien, ha ido bien —soltó con una temblorosa sonrisa, dejando descansar la mano en el hombro de Nathan.

Todos nos giramos extrañados para mirarle. Incluso Peter, a pesar de no haber entendido las palabras del gigante.

—Luego os lo explico —dijo nuestro pelirrojo amigo, adoptando una expresión que me evocó nuestro primer encuentro, cuando amenazó falsamente con pasar por el cuchillo a Will.

Aquello, si bien iba con la intención de tranquilizarnos, no hizo más que aumentar la confusión que sentía.

Sin mediar más palabras, Hanra anunció que nos llevaría a nuestros aposentos, donde podríamos hablar con tranquilidad y disponer de total intimidad. Incluso el comportamiento del gigante parecía estar fuera de lugar.

Antes de enfilar el pasillo, intercambié fugaces miradas con mis amigos, y pude ver en sus ojos las mismas dudas que me estaban atormentando a mí. Ensimismado en mis pensamientos, me dejé conducir por los diferentes niveles del castillo, pasando junto a cuadros deslumbrantes, tapices embelesadores y ornamentos lujosos. Volví a identificar la gran espada de la vitrina, y volví a coincidir en que tan solo Hanra podría empuñarla con destreza. Para cuando quise darme cuenta, volvía a estar ante el pasillo en el que se encontraban nuestras habitaciones. Como siempre, el odioso rostro del monarca me sonreía con prepotencia desde el cuadro del fondo.

—La última a la izquierda es bastante más espaciosa que las otras —apuntó Hanra, caminando con decisión a lo largo del pasillo.

Sin embargo, en cuanto pasé por delante de una de las puertas, tuve un repentino y agresivo arrebato.

—Hablaremos en esta —anuncié sin ápice de duda, plantado en frente de la habitación que Seya había ocupado la noche anterior.

Mis amigos se pararon en seco y me sostuvieron la mirada un segundo, pero no le dieron más importancia al asunto. Hanra puso una mueca de indiferencia y se acercó a nosotros.

—Id delante, voy a necesitar un minuto con vuestro amigo —exigió el gigante, mirándome con suspicacia.

—Está bien, id y coged un buen asiento —murmuré con media sonrisa, dispuesto a evitar cualquier conflicto, por el bien de Nathan.

Le expliqué a Peter que enseguida iría con ellos y me acerqué a Hanra mientras los demás entraban en la estancia de la chica de cabello plateado.

—¿Qué ocurre? —quise saber una vez hube escuchado cerrarse la puerta.

—La chica que te acompañaba, la maga. ¿Dónde está?

Contuve el aliento unos segundos y traté de mostrarme sereno e impasible, pero no sería la primera vez que no logro dominar las apariencias.

—Se ha marchado.

—¿Cómo que se ha marchado?

—Se ha disuelto en el aire, ¿tú qué crees? Se ha largado de aquí. Eso es todo.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora