Capítulo 3

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En la escuela no éramos nada, frente a mi familia éramos amigos y en mi habitación lo éramos todo. Nos sumimos en una aventura donde amarnos se convirtió en nuestro más grande secreto.

Cada uno de los dos vivía su propia batalla interna; Frank atravesaba sus problemas fuera de la escuela de los cuales nunca me comentaba por más que insistiera. Él me decía que me quería y que no quería arruinar nada con sus "tragedias", pero él no entendía que no iba a arruinar nada. Decía que no quería dañarme, pero para mí la idea de que eso sucediera era sumamente ridícula, sabía que si uno iba a herir al otro, iba a ser yo, porque yo estaba consciente de que, aunque él no me lo dijera y fingiera que no le importaba, yo ya lo hería con mi maldita inseguridad.

Mi comportamiento en la escuela era el de un cretino; fingía que Frank no existía, muy a mi pesar, me uní a todas las personas que hablaban mucha mierda sobre él a sus espaldas, y todo lo hice para pertenecer a una bola de imbéciles. Si entonces hubiese sido consciente de la clase de pendejos que abundaban en mi colegio, no me habría molestado nadar contra la corriente. Pero no, mis malas decisiones me llevaron a convertirme en el soberano de los pendejos.

A Frank le dolía mi displicencia en el colegio, claro que le dolía, y el hecho de que yo llegase a aclararle que todo era "fingido" y que lo mejor era no hablarnos en la escuela para mantener apariencias, no arreglaba nada, no me hacía menos imbécil, sino todo lo contrario.

Cuando llegó mi cumpleaños número diecisiete, él quería estar conmigo, pero mis amistades querían lo mismo. Todos esperaban que hiciera una gran fiesta de la cual se hablaría durante lo que restaba el mes; una fiesta que fuese difícil de opacar. Aquellas extravagancias no llamaban mi atención en lo absoluto, yo prefería pasar mi cumpleaños con Frank y mi familia, si acaso con mi grupo de amigos cercanos. Pero, como era de esperarse, terminé sucumbiendo ante lo que la multitud quería, por encima de lo que yo quería.

Y si iba a hacer una gran fiesta, no podía invitar al chico más repudiado de la escuela, es decir, la única persona con quien quería pasar ese día; Frank.

Me sentí sucio al tener que mentirle; le inventé que mis padres insistieron en ir a la casa de la abuela en Nueva York por mi cumpleaños. Le dije que podríamos celebrarlo juntos una próxima vez. Fue estúpido haberle dicho esa mentira cuando lo único que se comentaba en los pasillos era mi fiesta de cumpleaños y después de que esta aconteciera, se comentaría sobre lo buena que fue, y era imposible que Frank no escuchara todos estos comentarios, a menos que faltara a la escuela por mucho, mucho tiempo. Le mentí como todo un maldito y, encima, no pude decir una buena mentira.

Y es que Frank era todo un ángel; seguro que él escuchó en la escuela que daría una fiesta por mi cumpleaños y, aun así, no me dijo nada al respecto, fingió creerse mi mentira. Seguro cayó en cuenta de que "me daba vergüenza" invitarlo y se sintió mal por ello... Pero aparentó que todo estaba bien.

Mi cargo de conciencia empeoró cuando mis padres me preguntaron por qué Frank no estuvo presente en mi cumpleaños y tuve que inventar todas las excusas posibles.

Frank no me lo decía, pero yo sabía que se sentía mal por culpa de todos mis desplantes. Le dolía que ya no me sentara junto a él en el salón de clases, que ya ni siquiera lo saludara en los pasillos, que me juntara con todas esas personas que eran tan malas con él... Pero fuera de la escuela, siempre traté de compensarlo, de hacerle sentir mi amor reprimido.

En mi casa podíamos ser los amigos y amantes que no podíamos ser en el exterior; pasábamos las tardes en mi cuarto, jugando Tekken 2 en la PlayStation, haciendo tarea, hablando de estupideces graciosas y, cómo no, también solíamos ver películas que nunca terminábamos. En una de esas tardes de besos y caricias a escondidas, perdí mi virginidad con él.

1998; FrerardTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon