12.-Ese mayordomo, esta irritado

6.4K 447 52
                                    

Suspiré, Alice se alejaba prontamente, escoltada por un auto algo lujoso. Me adentré a la casa, encontrándome en la recepción al gato de Sebastian con el cual tenía poco trato. Me agaché e intenté llamarlo con astucia y algo de compasión, el gato era tan bello como arisco; ya que una vez me había escuchado, pasó olímpicamente de mi llamado y se fue meneando sus caderas completamente orgulloso. Suspiré nuevamente y me fui al segundo piso.

Como era costumbre, me había perdido nuevamente en la gran mansión, explorando así un sinfín de habitaciones que aún no conocía del todo. Terminé por llegar a la habitación de mi padre, la cual estaba aseada a la perfección, pero todas sus pertenencias seguían ahí. Mucho más allá de oler a esterilizante y aromatizante, en aquellas cuatro paredes aún albergaba el recuerdo aromático de mi padre. Un perfume tosco y fuerte, el aromatizante de ropa mas pasoso que podía existir en la tierra y el olor a productos para el cabello. Todo eso era él. Me paseé, teniendo pequeños recuerdos de sus lugares más recurridos; su escritorio. Aquel lugar prohibido, el cual nunca dejó que tocara, sus lentes seguían apoyados sobre la mesa y un par de documentos se encontraban acomodados y ordenados en una esquina del mueble.

"la retórica de Aristóteles"

Recuerdo haber estado comentando con el acerca de este libro. Mi padre amaba la filosofía, amaba todo lo antiguo y referente al humano, al igual que mi madre. Solo que el había sacrificado sus sueños por su padre y la empresa. Era la maldición Phantomhive, nadie de la familia tenía lo que soñaba o quería. Yo no era la excepción, pero siempre estuve segura de que lo cambiaría.

Comencé a investigar con aun mas soltura su escritorio, miles de cartas de empresa, estadísticas, números, proyectos e invenciones. Un libro, encuerado, pequeño y muy maltratado interrumpía mi investigación.

- ¿Qué rayos?

Hablar sola era una costumbre tan típica como meterme en cosas que no son mías. Tomé el libro y miré la portada. Ahí fue cuando me sorprendí por la idiotez de mi padre; era el certificado de matrimonio de mis padres y para variar dentro de el había varias fotos y escritos de aquel corto matrimonio que contrajeron mis padres. Una foto con mi padre con una barba sin igual, cabello largo y algo ondulado, y mi madre como mujer modelo de los 80, con un traje bastante fosforescente, con un tubo para ondular el flequillo a medio sacar, y una cría, con cabello azabache, ojos gigantes y regordeta al punto de tener un cuello ortopédico de papada y con una cara de estar avergonzada del mundo en el que vive hasta el fin.

- Es un estúpido sin remedio. – sobé mi cien y sonreí nostálgica y feliz por enterarme de aquello. – "no hija, nosotros nos separamos porque no había amor", amor mis pelotas...

No podía creer que el aun conservaba las fotos, que los escritos eran cartas a mi madre prometiendo amor y que hasta el ultimo momento de sus vidas seguían manteniendo aquel gesto excesivamente romántico. Eran unos estúpidos que podrían haber aprovechado sus vidas en amarse y hacer lo que le cantaba el maldito trasero, en vez de complacer a sus familias o terceros.

- Estúpidos... podrían haberse seguido amando. – mi frase salía algo dificultosa y  quebrantada, mi semblante estaba arrugado, expresaba enojo con mi rostro y mis puños se cerraban con molestia; pero, mi corazón, dolía, estaba entristecida, porque, recién, en días de omitir todo sentimiento, lloré. Lloré por su estupidez, por su ausencia, por su amor y por miedo a sufrir lo mismo, por complacer incluso a mi misma. Oculté mi rostro en mis brazos y apoyé mi frente en la mesa, temiendo a desmoronarme. No quería ser débil, no quería llorar por su muerte, pero ahora, yo no lloraba porque ellos se fuesen, sino porque no pude hacer nada para que se quedasen.

El sonido metálico de la cortina siendo movida, la iluminación de un nublado día sobre mis ojos, el aroma a té y unas pisadas que me exasperaban. Eran las siete de la mañana, y una vez más él estaba ahí para avisar que sería un día más. Desordené las sabanas con mis piernas, dejé que una hiciera tacto con la fría mañana y abrí mis ojos.

Yes, my lady ×Sebastian Michaelis×[editando] Where stories live. Discover now