05 | Agrado.

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Momo adoraba las muñecas rusas.

Cuando era pequeña, lo único que llenaba la vaciedad de su habitación, eran aquellas extravagancias. Cada una tenía un estilo propio, siendo completamente diferentes entre ellas; algunas sonreían con gracia, mientras que otras parecían rebosar una melancólica tristeza.

Su madre se encontraba de acuerdo con las preferencias pavorosas de su hija, remarcando siempre la genuina elegancia que recorría por sus venas. Por el contrario, su padre no opinaba lo mismo, manifestando claramente su desagrado por la anormalidad que presentaba su niña, preguntándole constantemente si deseaba un tierno oso de peluche, recibiendo una negación por parte de Momo.

Nunca llegó a sentirse incómoda por la imponente presencia de sus delicadas muñecas. Jamás sintió la necesidad de reemplazarlas por algún infantil trebejo. Le encantaba el avispado mensaje que emitía cada mísero diseño.

Después de todo, para ella, los exquisitos detalles plasmados en cada obra de arte era la porción más importante del entero.

Quizás su excéntrico perfeccionismo fue el culpable de su opulencia.

Cuando conoció a Jirou, su macabra mente la calificó como imperfectamente perfecta. Ella junto con sus oceánicos ojos, eran la mayor obra de arte que Yaoyorozu había vislumbrado en toda su vida.

Su fachada carente de flacidez y feminidad, fueron aquellas particularidades defectuosas las que la cautivó.

Jirou Kyouka estaba compuesta de millones de encantadoras imperfecciones.

🌙

Era un día aburrido, una escasez de ventura la abrumaba; podía sentir el agobiante vacío en cada uno de sus frágiles huesos, no poseía ganas de hacer nada, su único objetivo era dormir y no salir de la cama. Obviamente, estos planes se vieron frustrados por aquella prisionera escuela en la que, estaba enjaulada.

El rayo de esperanza originado por la elocuente joven de cabello azul no se había extinguido, sin embargo, una extensa brecha las alejaba—la desconfianza insana de Momo, el temor por salpicar su infortunio agobiante, fue la principal razón de la indiferencia que trataba de transmitir.

Sus planes se vieron frustrados al ver la etérea sonrisa que embellecía el alma bondadosa de Jirou. Fue traicionada por los ínfimos sentimientos que estaba acumulando y dejó que sus alteradas hormonas sobresaliesen, coloreando con un tinte rojo, las mejillas de una ingenua adolescente.

— Hey, Yaomomo.

La meliflua voz perteneciente a la amante de la música logró que todo su cuerpo temblase, un escalofrío recorrió su columna vertebral.

— Oh. Hola, Jirou-san— saludó con una natural cortesía, intentando no desbordar aquellas positivas emociones que sentía.

— ¿Quieres almorzar conmigo?— sus intenciones gozaban de contento, no había maldad por ningún lado.

— Está bien— contestó con un deje de nerviosismo en cada una de esas sílabas.

Rememoró que en ese entonces, el tiempo era lento e incesante, nunca había sentido la impaciencia golpear su ánima, consiguiéndole efímeros ataques de ansiedad.

El tan esperado almuerzo había llegado y Yaoyorozu era un perseverante manojo de nervios; sus delgadas manos temblaban cual papel, su mandíbula se encontraba tensa, provocando dubitativos malestares y por último, sus piernas suspicaces vacilaban con cada paso. El recorrido era eterno, parecía tardar varios minutos dar un solo paso.

Sin embargo, al entrar en la saturada cafetería, allí la vio; Jirou con su fachada escasa de lasitud y feminidad, aquel típico océano henchido de una perenne profundidad era manifestado en su mirar. Quizás, invocar inconscientemente un estremecimiento para simplemente consumir alimento con una amiga, era algo erróneo de su parte. A pesar de ello, no podía controlarlo, era súbito e involuntario; Momo no tenía dominio ni de su propio cuerpo, ni de sus inherentes emociones.

La creación era abstracta; sus singulares pensamientos eran los únicos que mandaban en aquella enredada mente.

Se sentó a su lado de modo natural, sus laxos hombros rozaron, transmitiendo accidentalmente una corriente eléctrica —una conexión mágica—que les sacudió las entrañas; seguramente, la niña creativa hubiese calificado esa extraordinaria sensación como la producción de aclamadas mariposas saciadas de amor.

Pero, denegó este aturdido razonamiento, ya que meditar de esa indebida forma sobre un amigo estaba mal.

— Perdona la demora, vagaba en mis pensamientos y se me hizo tarde— finalizó con flemática hipocresía, una serena mueca escapó de sus retraídos labios.

Para Kyoka, Momo era un libro abierto, contenía total transparencia.

— Está bien. No me voy a enojar, ni tampoco te voy a abandonar— murmuró, no importaba si elevaba o disminuía el tono de su antipática voz, tenía la genuina certeza de que la azabache la escucharía.

Momo asintió, una auténtica sonrisa brotó desde la intensa profundidad de su corazón. En compañía de la muchacha de cabellera azulada, no había necesidad de disfrazar su verdad; no requería de su mentirosa máscara para sentirse plenamente amena.

— Sabes, Jirou-san— comenta, colocando su preparada y refinada comida en la mesa que compartían—, adoro las matrioshkas.

La actitud agridulce de Jirou sobresale, le gustaba la autenticidad de sus imperfecciones, por lo que, no le molestaba en absoluto las deficiencias atrayentes de Momo.

— Algún día, haremos dos— aportó entusiasmada, mostrando sin una pizca de sutileza, la tenacidad explosiva de sus objetivos—; una se parecerá a ti y otra a mí. ¿Quieres?

— Por supuesto— profirió complacida, alejando lentamente sus incómodos nervios.

Después de todo, eres como una matrioshka; una muñeca frágil hecha de porcelana emocional, con un millón de desconocidos e inestables sentimientos, portadora de una grata abundancia de hermosura—susurró, una indigente parte de su esencia titubeaba sobre su decir, inquieta sobre la reacción de su contraria—. Y yo quiero ser egoísta y dichosa, conocer cada exquisita faceta de tu ser, permanecer en tu venturosa vida, protegiendo esa sublime felicidad que estás poseyendo.

Se quedó sin habla, esa atrevida y pedante muchacha que arrasó todo abominable sufrimiento y lo reemplazó por una deleitosa prosperidad, había robado su aliento en cada efímero encuentro; convirtiendo nimias trivialidades en importantes y trascendentales recuerdos que la avergonzaban de sobremanera.

Jirou con su peculiar cabellera azulada sustituyó nefastos golpes y deplorables sollozos, en risueñas carcajadas e idílicos sonrojos. Ella acabó con su pesar en sólo tres momentos, abatiendo con valentía, caóticos demonios.

Tal vez, sin saberlo, Kyoka se había convertido en un sostén.

Para Momo, Jirou Kyoka era la matrioshka más linda que había visto en toda su vida; era la coraza más fuerte que existía en su decrépito mundo, brindabando una inalcanzable fertilidad y manifestando un corazón colmado de pureza.

Y entonces, Yaoyorozu entró en duda... ¿Realmente estaba mal pensar que la sonrisa de Jirou era la cosa más bella del mundo?

¿Realmente estaba mal pensar que Dios es una mujer y se llamaba Jirou Kyoka?


El quinto sentimiento que Momo creó hacia Jirou, fue de Agrado.

Porque Jirou estaba dispuesta a aceptar turbios defectos y proteger irresolutos sentimientos.

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⏰ Last updated: Sep 09, 2018 ⏰

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Creación | Momojirou.Where stories live. Discover now