Capítulo 30

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Al ver a lady Higgins abrir la puerta, Lía sintió un alivio tan grande que pudo sentir como el dolor y el cansancio abandonaban su cuerpo; había sido un largo día, lleno de movimiento y miedo pero por fin todo había terminado, su padre ya no tenía ningún poder sobre ella, había tenido que renunciar a su posición, a su herencia y a su apellido pero no le importaba ya, al verse abandonada había caminado sin pensar hasta llegar a casa de la señora, no estaba segura de que ella la hubiera seguido hasta londres o si aún se encontraba en Herefordshire pero ese era el único lugar que se le había venido a la mente en ese momento, al sentir el cálido abrazo de la señora las lágrimas nublaron su vista.

Por unos segundos no pudo ver nada más que sombras ni escuchar nada más que murmullos, la señora la dirigió a la sala de estar donde se encontraban Fanny, Kathryne y el señor Ringham, todos parecían asustados al verla y cuando por fin el aturdimiento dejó su mente pudo decirles con una media sonrisa que se encontraba bien, pero no pudo disuadirlos de llamar a un médico. Cuando por fin pudo verse en un espejo comprendió la preocupación de los presentes, su padre la había abofeteado con el reverso de su mano con tanta fuerza que había roto su labio, que era ahora de un rojo vivo, además el anillo de su padre había rasgado parte de su pómulo por lo que el área estaba visiblemente hinchada y comenzaba a amoratarse abarcando parte de su ojo también; su peinado estaba deshecho por los halones que le había propinado su padre y su rostro estaba pálido por el cansancio, en pocas palabras: lucía fatal. Su espalda escocía por los golpes del bastón e imaginó que unos grandes moretones debían extenderse por el largo de ésta, pero prefirió ocultar de momento esas heridas a sus amigos con tal de no preocuparlos más.

Dio gracias a Dios de que Robert no se encontraba en la casa en esos momentos y luego se preguntó si el muchacho habría ido a londres junto con su familia, ella le había hecho prometer que no la seguiría, pero sabía que era una promesa vacía, hecha solamente para tranquilizarla en aquellos momentos. El miedo la inundó de pronto, ¿qué haría ahora que se había convertido básicamente en una paria?, ya no tenía una dote para poder casarse respetablemente, su familia había cortado lazos con ella, la sociedad la rechazaría también... No quería que la reputación de los Ringham se viera afectada por su culpa, ¿acaso Robert la aceptaría de igual forma?. Levantándose de un brinco pidió disculpas a sus amigos que seguían atribulandola con preguntas y se dirigió a la habitación que usaba normalmente cuando se quedaba en casa de la señora; para su mala suerte, cuando cruzaba el pasillo hacia las escaleras Robert y el señor Bradley entraron en la casa.

-¿Lía?- preguntó Robert algo confundido al ver la figura de espaldas y la joven no pudo evitar voltearse para verle.

La alegría, el alivio y la esperanza se vieron interrumpidas al ver el rostro hinchado y amoratado de la joven y ésta al notar su expresión de horror corrió escaleras arriba, quiso ir tras ella pero la mano de lady Higgins lo detuvo, la señora y el resto le explicaron la situación y le costó mucho contenerse para no ir en busca del padre de Lía, pero sus amigos lograron contenerlo, después de todo su querida Lía había regresado y se encontraba a salvo.

Encerrada en su habitación, Lía permanecía inmóvil en su cama, el médico se había ido minutos atrás y lady Higgins permanecía a su lado, acariciando su cabellera como su madre hacía cuando era tan sólo una niña.

- ¿Cómo pudiste soportar tanto?- preguntó la señora, tras ver el alcance total de los golpes de Lía, había dedicado los últimos quince minutos a relatarle todos los acontecimientos de la tarde mientras ésta se encontraba desaparecida- debiste decirnos...

-No.- le interrumpió Lía- en realidad se ven peor de lo que en realidad son, además el dolor cesará pronto...

-Robert quiere verte- añadió mirando de reojo a la joven, hacía rato que quería cambiar de tema, pero la joven parecía reacia.

El disfraz de una dama ©Where stories live. Discover now