VII. Por fin demostraste tener bolas, Hawkins.

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—Espera un momento —dijo Elijah poniendo sus manos en alto. Dejó la dona que estaba comiendo sobre las demás en la caja—. ¿Me estás contando toda esta historia para decirme que eres gay?

—¿Qué? ¡No soy gay!

—¿Entonces porque no besaste a mi hermana?

—Porque tenía miedo.

—¿A las vaginas?

—¡No! ¿Qué te pasa? No la besé porque en ese momento pensé en Dawson.

—No la besaste porque estabas pensando en un hombre. Eso suena bastante gay para mí.

Me crucé de brazos. Precisamente le había contado toda la historia para que no sonara tan estúpido lo que había hecho.

—¿Alguna vez has tenido la oportunidad de estar con la mujer con la que tu mejor amigo pensaba casarse?

—Espera, ¡¿qué?! ¿Dawson es tu mejor amigo?

—Sí, bueno, algo así.

—¿Estamos hablando de la misma persona? ¿Dawson Hardy?

—Sí.

—¿El tipo que te ocultó su identidad por años?

—Sí.

—¿El que propuso el final de mierda para la novela que habías escrito? ¿El que había leído tu libro y no movió un dedo para sacarte de tu miseria?

Cada vez se ponía peor.

—Sí, estamos hablando de la misma persona.

—¿El hombre que le rompió el corazón a mi hermana y probablemente es la peor persona que he conocido jamás?

—Ya está claro tu punto.

—No entiendo. ¿Qué importa si quería casarse con ella? ¿Acaso no va a casarse con otra mujer?

—¿No escuchaste mi historia? Él todavía está enamorado de ella. Solo va a casarse porque ya más de treinta años y quiere formalizarse.

—¿Enamorado? Obsesionado como un maldito enfermo, querrás decir. Pobre mujer que aceptó casarse con semejante escoria. Debe estar desesperada.

Resoplé.

—Ponte en mi lugar un momento. Pasé meses sin tener contacto con nadie más que mi familia, encerrado en mi apartamento escribiendo. Y cuando conocí a Hannibal logré recordar lo que era tener amigos. Tener un confidente, alguien que te acompañe en tus aventuras y te haga crecer. Gracias a todo lo que aprendí de él, soy el escritor que soy hoy. Por más que él haya sido un idiota en algunas cosas, fue un gran amigo en las demás. Por eso me sentía culpable de hacerlo infeliz.

—Zack, qué tiene que ver... No sé... mis bolas. Por ejemplo. ¿Qué tienen que ver mis bolas con... —Miró a su alrededor— el televisor? Qué mis bolas estén calientes no significa que el televisor no se vaya a encender.

¿Qué?

—No entiendo tu analogía.

Frunció el ceño.

—¿Qué es una alanogía?

A veces pensaba que a Elijah le habían robado la secundaria. El otro día había dicho que Ron Weasley era el pelirrojo que tenía arañofobia.

—Lo que creo que intentaste hacer. Solo que lo que dijiste y mi situación no tienen ninguna relación.

—Lo que quiero decir es que... okay, puede que en alguna época haya sido un buen amigo. No digo que no. Pero que estés agradecido con él, no significa que debas poner su felicidad por encima de la tuya. O peor aún, la felicidad de mi hermana. Ella merece ser feliz después de todo lo que pasó con ese imbécil. Yo sé tú puedes hacerla feliz. Hazla feliz, maldita sea.

Sincronía [Disponible en papel y ebook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora