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______ estacionó el auto prestado junto a la banqueta, justo frente a una dulcería con una paleta de colores bastante saturada. Era muy colorido, tenía más colores pasteles muy bonitos. La penúltima parada después de hacer todo lo que le había prometido a Louis.

Compró un par de golosinas para el menor y para ella antes de salir y encaminarse a la feria cerca de la Torre Eiffel.

Se la habían pasado de maravilla, no sé lo imaginan.

Para Louis fue el mejor día de su vida, comió delicioso, tuvo muchos dulces, fue al cine por primera vez con su mayor, obtuvo muchos premios cuando ganaba en los puestos de juegos, y lo mejor, vio sonreír mucho a la castaña.

¿Qué es mejor que ver esa dulce sonrisa? Simplemente nada, nada para él.

En un momento que estuvo manteniendo una divertida conversación con ella, dentro de la rueda de la fortuna y que podían ver esa hermosa ciudad en la que vivían, la mujer le entregó un sobresito color blanco con una pequeña estampita de un corazón rojo que lo mantenía cerrado. Dentro de éste, había una pulsera de color plata. Era simple, tenía pequeñas figuritas como un balón de fútbol y basketball, dulces, entre otras.

El punto de recordarles esto es que:

—¡No está por ningún lado!

Exactamente, no estaba por ningún lado, por ningún rincón o por el espacio más pequeño de la casa.

—Debe estar por algún lado, Louis. ¿Estás seguro que revisaste bien?

—¡Claro que sí! Me va a regañar, Nani. —Se sentó de golpe en el suelo y comenzó a llorar.

—O-Oye, no. —Adrien cerró la puerta del baño y se dirigió al menor, poniéndose de cuclillas para estar cara a cara, limpiando sus lágrimas con sus pulgares. —No tiene porqué regañarte, sería ridículo.

—Esa pulsera es especial.

—Yo lo sé. La vamos a encontrar, ¿de acuerdo? —El menor asintió. —¿Buscaste en tu cuarto?

—Ahí no está.

—¿Cómo sabes? —El menor la pensó, aspirando su nariz. —¿Revisaste en su cuarto?

—No quiero entrar a husmear en sus cosas.

—Sólo busca en el suelo, bajo la cama, y yo te ayudo en tu habitación, ¿te parece? —Asintió.

Adrien entró en la habitación de su hijo, admirando aquel pequeño espacio donde su cabeza podía casi rozar el techo, al igual que toda la casa. Bueno, tampoco, una cabeza.

Las paredes eran de un color cielo muy lindo, podía sentirse cálido, regresando al pasado, sintiéndose ahora como un niño en su propia habitación. Claro que la suya era mucho más grande y con una increíble vista, esta habitación ni siquiera tenía una.

Regresando a la tierra, y dejando de sonreír al mirar todos esos dibujos pegados en las paredes y otras pequeñas decoraciones como su tapete con diseño de una autopista, comenzó a buscar. Primero revisó en el escritorio, en los cajones de éste, sacando todo y volviéndolo meter como estaba ordenado; continuó con los cajones de su mueble con ropa, levantaba cada prenda bien doblada y la volvía acomodar sin desdoblar nada; revisó las mesitas de noche que tenía junto al escritorio y junto a la cama, tampoco estaba en los cajones ni en los espacios bajo ellos; debajo del tapete, en el baúl de juguetes y por todo el suelo. No había absolutamente nada parecido a una pulsera de plata.

Quitó las cobijas de la cama y las sacudió, haciendo lo mismo con la almohada, pasó sus manos sobre la sábana para tratar de sentirla, pero tampoco estaba ahí. Se asomó por el diminuto espacio entre la cama y la pared, notando que algo brillaba ahí debajo. Acomodó la cama y se puso boca abajo para revisar bajo la cama. La luz no alcanzaba a llegar hasta el fondo, pero obscuro no estaba. Podía ver perfectamente lo que había, todos sus zapatos, unos juguetes y dos cajas que llamaban su atención.

𝑩𝒖𝒔𝒄𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒖𝒏 𝑷𝒂𝒅𝒓𝒆 [ Adrien Agreste ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora