Capítulo 32 ┋ Persecución

716 72 5
                                    

¿Alguna vez sentiste qué te acercas lentamente al precipicio, y es cuando puedes apreciar la vista desde un punto más alto de lo que alguna vez alguien ha llegado en su vida?

Puedo contar mis propios pasos cuando me encuentro sola, sin nadie más a mi alrededor, absolutamente sola. No sé bien con exactitud cuanto camine, pero llego al final de mi vida y es cuando ya no puedo voltear a ver todo lo que recorrí, todo lo que viví, todas las sensaciones que experimente. Me sentí al límite, siempre lo estuve, pero quizás jamás lo vi de una forma tan distinta como ahora lo estoy haciendo. Es todo tan diferente, todo tan irreal, como sí se tratará de que le di vuelta a la página, pero la hoja no se encuentra blanco, no estoy dejando nada atrás, todos mis desvelos, todo lo que me atormentaba me sigue en el camino sin fin y la hoja no está en blanco, y nunca lo estará hasta que no termine con lo que él empezó. Entiendo que mi historia no finalizará hasta que el juego que él creo no culmine.

Puedo sentir la brisa correr por cada rincón de mi cuerpo, atravesando el vestido que me cubre, el vestido blanco ensangrentado por el golpe en mi cabeza y como esa misma brisa cala mis huesos y me estremece hasta el más mínimo latido de mi corazón. Había estado tanto tiempo con la venda en mis ojos, que ahora esta se cae al suelo, revelando ante mí lo que tanto había cegado mi razón, y hasta donde es mi final.

Llego al borde y es cuando, involuntariamente, abro mis brazos, pudiendo ver, desde donde estoy, la playa que bien tanto recuerdo con claridad. Han pasado tantos años, y una lágrima cae de mi ojo cuando siento que poco a poco, imágenes de esa noche se borra de mi mente. Estoy aquí, estoy ahora, y no me iré. Una mano invisible toma la mía, suave, delicadamente, y reconozco a la perfección de quien se trata. Estoy dentro de mis sueños, y cierro mis ojos esforzándome por despertarme y gritar todas mis verdades, pero no puedo, no consigo hacerlo. Yo no soy más dueña de mi cuerpo, de mis sensaciones, de mis acciones. Las lágrimas caen por sí solas, sin que yo pueda manejarlas, y la mano que anteriormente me había sostenido, ahora se aferra a mis dedos con temor de que me deje caer, y es lo que busco hacer.

Doy un paso más adelante, todo se vuelve más sensible, los latidos de mi corazón se vuelven más acelerados, me abruman completamente y con cada mínima respiración que tomo, mi cuerpo entero tiembla en miles de etapas inconmensurables. Mi alma se aleja de mi cuerpo, lo puedo sentir, puedo vivirlo, y cuando ya estoy al borde, tocando el sabor de la muerte con la punta de mi lengua, aspirando el aroma del infierno mismo, algo, o alguien, me abraza por detrás, me envuelve en sus brazos inexistentes y me tiran hacía atrás con mucha fuerza, consumiendo mi vida en una nube oscura, como reconfortante. Me dejo absorber por lo que tanto me duele, tanto me lastima y me desconcierta, para empezar a escuchar un lejano pitido ensordecedor que penetra mis oídos con mucha profundidad y hace que tema de que mi cabeza pueda explotar en cualquier momento. Mi mente entiende todas esas cosas a las que mi corazón se niega a abrirse.

Mis ojos parpadean, no sé dónde me encuentro, pero veo que él está a mí lado, que me habla con una expresión de asombro, muy difícil de explicar, que no puedo escucharlo, y que no puedo hablarle. Pero yo sola puedo apreciar como las paredes de mi alrededor se tiñen de un color inexistente, se derrumban ante mí, pero él está conmigo, él se encuentra junto a mí, y el resto parece no importarme.

Y quiero que él me bese muy lentamente, para que nuestro caos se vuelva de un dulce y destructivo sabor a los recuerdos que anhelo, como anhelo volver a sentir la brisa de lo que perdí.

• • •

Tic, tac, tic, tac.

Abro mis ojos pesadamente y me encuentro en una habitación blanca, muy pulcra. Lo primero que mis ojos visualizan es el reloj de pared, que sus sonoros movimientos me resultan más fuertes que de costumbre, y tengo que cerrar un poco mis ojos para que los sonidos no destruyan mis sensibles tímpanos. Todo mi cuerpo parece estar más sensible que nunca y cada mínimo ruido que hay en la habitación, o fuera de esta, me resulta muy insoportable. Me animo a girar un poco la cabeza y me doy cuenta de que estoy en completa soledad. A mi alrededor se encuentra infinidades de flores, tarjetas de lamentos y peluches por doquier. Mi cabeza me dicta que intente reincorporarme en la cama, pero mi cuerpo adolorido me lo impide.

INFERNAL © ┋ ¿En quién confías? [✔]Where stories live. Discover now