17. Collar de Sabueso

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Condenada

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Collar de Sabueso

Desde hacía un par de semanas, los papeles en la biblioteca solían invertirse: mientras que Liah se quedaba de pie cerca del ventanal, mirando la nieve caer, a los obreros, o solo la oscuridad absorbente de la noche; Adara la enviaba miradas discretas, sorprendiéndose a sí misma cuando se preguntaba cómo esa chica podía conservar una apariencia tan inocente y aquel brillo espontáneo en la mirada a pesar de todo lo que había vivido.

A veces se cuestionaba si algún día su cerebro concebiría la explicación para que esa moza, esa dulce y desdichada loba que suprimía su propio poder tal vez por su bien, tal vez por el de los demás, podía tener aquel espíritu de Alfa que tan alterados tenía a los soldados y tan alebrestados a los esclavos. ¿Cómo podían dos rasgos tan disímiles cohabitar en un individuo?

Ahora mismo, sin embargo, no se hacía esas interrogantes. Estaba replanteándose la decisión que había tomado para la cacería del día de mañana. La noche anterior recibió el tercer informe de cacería fallida contra ese grupo de Salvajes que jugó con los traficantes aquella vez que un buen soldado terminó perdiendo su brazo hábil.

Seguían haciendo de las suyas, ahora solo los hacían correr tras ellos para perderse de sus radares lo bastante profundo en el bosque para frustrarse al ser víctimas de una partida del gato y el ratón donde el condenado roedor resultaba ser quien jugaba con su cazador.

Los traficantes estaban acostumbrados a cazar simples bestias carentes de raciocinio, animales no más listos que los corrientes que no se preocupaban en cubrir huellas, en camuflar esencias, en prestarle atención tanto a la espada que les atacaba de frente como a la que se acercaba por detrás. Siquiera ella podía recordar la última vez que se topó con un grupo similar.

Estos lo hacían, de alguna manera la Bestia que los controlaba parecía dejarle campo a la inteligencia del hombre que alguna vez fueron para actuar juntos en son de una supervivencia. Se habían convertido en una amenaza grado uno de la que ella, como la traficante de muerte que era hasta que el Despertar le obligase a irse a representar a su dormido padre en el Concejo, estaba encargada de erradicar.

Adara, sin embargo, pese a recibir su título de la Descendiente de Lilith con todo el orgullo de una persona que sabe que se lo ha ganado, sabía que lo había hecho más a base de destreza que de poder pensar que sus sentidos estuviesen más desarrollados que los del resto. Y podía ser que estuviesen por encima del promedio, pero traficantes a su nivel se habían encargado antes de esos animales roñosos y sus sentidos habían sido burlados con toda facilidad.

Al habérsele asignado esa misión como un deber, supo que debía idear una forma de rastrearlos más certera que los métodos de un cazador. Ningún traficante en especial sería útil para eso, después de todo, la ventaja que ellos tenían sobre los Lycans era de inteligencia, pues los animales, con su estrecha conexión con su Instinto, tenían sentidos de percepción mucho más intuitivos.

¿Quién y cómo podía rastrear a un Lycan diestro en Ofuscación? La respuesta le surgió en cosa de solo hacerse la interrogante, como si fuese lo más lógico del mundo. Y lo era, pero tal vez no podía catalogarse de la idea más sensata que se le hubiese ocurrido.

Así que lo consultó con el Teniente, quien solía pensar con menos impulsividad que ella. West le cuestionó cómo era que se le había ocurrido semejante locura, pero ella lo ignoro y expuso todos los pros que encontró, esperando que él rebatiera con los contras. Los que no fueron los mismos que ella llegó a pensar y no le costó mucho ponerles solución o quitarles peso.

CondenadaWhere stories live. Discover now