24. Mi Nombre

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Condenada

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Mi Nombre

A Adara nunca le habían gustado tanto los momentos post-coito como lo hacían ahora. Sobre todo uno en particular, cuando su pequeña loba terminaba jadeante por el esfuerzo, sosteniéndose con los brazos por sobre su cuerpo y la mirada clavada en sus ojos, conteniendo una sonrisa, pero sin poder borrar la insinuación del gesto en sus labios abiertos.

Quizá fuera algo en el hecho de que, detrás del destello deseoso en los dulces ojos miel, no había nada más que una pura e inocente satisfacción. No del tipo jactancia, que le quedaría a cualquier lobo o a los mismos Vampiros luego de tenerla a ella entre sus sábanas, sino de una que era matizada con algo solo descriptible como alegría.

Se sentía bien de poder estar ahí, con ella, de tener el consentimiento de tocar su cuerpo y de recibir caricias de su parte, y eso era todo.

Podía ser que fuera por eso que le gustaba tanto su pequeña loba. Desde que tuvo noción del funcionamiento del mundo se había resignado a que, de unirse a una persona, jamás encontraría afecto desinteresado. El título de princesa de Stolenham, de hija del hombre más poderoso del continente, lo impedía.

Sabía que cualquier persona que se le acercase como pretendiente sería atraído por sus títulos, siquiera por su belleza, y aunque a la larga quizá descubriera motivos por los que enamorarse de ella, su primera intención al acercarse sería obtener beneficios por el rango que ocupaba.

Otro de los motivos por el que aborrecía la idea del matrimonio. De casarse con alguien, aun cuando fuera por amor, estaría complaciendo sus ambiciones. Se rehusaba rotundamente a ser instrumento para aumentar la prepotencia de nadie.

Liah no tenía ninguna de esas ambiciones, siquiera era movida por las ganas de satisfacer sus deseos carnales con una mujer con anatomía de diosa nórdica como lo era ella, se sentía bien con que le dejase estar cerca de ella, con tener la dicha de ser rozada por sus dedos incluso de la forma más cándida posible.

Y por algún motivo que ella prefería no ponerse a indagar, no le negaba esos contactos. Las pocas veces que sus propios aposentos fueron sede de una noche apasionada jamás permitió que sus amantes de turno se quedasen una vez concluido el encuentro: la compañía, una vez cumplido el propósito, le resultaba importuna.

La de la joven Lycan no resultaba especialmente más útil una vez saciados sus deseos, pero algo le hacía conservarla allí, a suficiente distancia de ella para no tener que estirar mucho el brazo al pasar sutilmente sus dedos por su espalda, recorriendo músculos definidos recubiertos de suave piel, recibiendo estremecimientos y ronroneos dependiendo de dónde los pasara.

Así parecía una mascota más que de ninguna otra forma, acurrucada cerca de ella como si no quisiera atreverse a ocupar demasiado espacio en la gran cama, dejándose acariciar y soltando soniditos de placer con un matiz tan animal que era desconcertante lo tierna que resultaba.

Debería ser profundamente denigrante el ser tratada como una mascota, pero a Liah le encantaba estar así, pues sabía que de ninguna otra forma ella sería merecedora de caricias tan tiernas, y era profundamente cálido sentirse mimada. Así que se dejaría ser, sonreiría, se acurrucaría y ronronearía todo lo que Adara quisiera con tal de seguir recibiendo esas caricias.

Que, aunque ella veía como las que se tomarían con un animal, eran en realidad las que se tomaban los amantes cuando cumplían su papel en el completo sentido de la palabra, dedicándose esas afectivas acciones luego de compartir el mutuo placer, disfrutando de la silenciosa compañía, del tacto y del rozamiento.

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