3. Odiar el trabajo

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Contando tus errores

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Contando tus errores

Shelly pertenecía a ese mínimo, casi inexistente, pequeño porcentaje de la población que era completamente apasionado: a todas horas y días, con quien fuera y donde fuera, sin importar si se trataba de maquetar libros, pagar un café o esperar haciendo cola en el banco.

Muchos podrían preguntarse si no se aburría o cansaba de siempre hacerlo.  ¿Si te apasionas por todo no llega un punto donde esa pasión es algo cotidiano y, por ende, deja de hacerte sentir de la forma en que solía hacerlo? Para la chica que usaba falda sobre sus jeans no lo era.

Siempre encontraba algo fascinante en la cotidianidad. Le apasionaba estar viva. Era constante.

Y tan apasionada estaba ese día maquetando un libro titulado «La Era de los besos en el hielo», que no se limitó a hacer su trabajo. Notó algunos errores y buscó en la carpeta que le habían entregado con la información del manuscrito quién era el corrector de la obra. En cuanto vio el nombre de Arbeen, no se sorprendió.

Se notaba que él aborrecía su trabajo en la editorial, tanto como para dar por sentado que todos sus compañeros también odiaban trabajar allí. Que la gente hable por otros siempre fue algo que hacía hervir la sangre y cocinaba a fuego lento las neuronas de Shelly.

Se echó hacia atrás en la silla para espiar el cubículo vecino y notó que no había nadie allí. Tomó una de sus notas adhesivas con temática navideña y garabateó:

Página 203, manuscrito LEDLBEEH: No dejaste sangría en el tercer y cuarto párrafo. Sé que odias tu trabajo, pero no puedes dejar que ese odio afecte y arruine el de los demás.

—Shelly, la que ama su trabajo.

Cruzó el corredor y pegó la nota en el monitor suspendido. Sin querer movió el mouse del escritorio y la pantalla cobró vida. Cuando vio su fondo de pantalla, casi se le salen las lágrimas de lo aburrido que era: azul, liso, monótono.

—Con razón odia trabajar aquí —dijo antes de echar una mirada a la derecha y luego a la izquierda.

Nadie la estaba mirando, todos estaban demasiado concentrados en lo suyo. Se sentó en la silla y, naturalmente, inhaló y notó lo deliciosa que era la colonia masculina que estaba impregnada en el aire. La computadora no tenía contraseña, así que entró a Google y buscó un background en Pinterest.

Cuando el trabajo estuvo listo, se levantó y se fue silbando la canción introductoria de su serie favorita, divertida por su misión.

Le apetecía ver un capítulo en su descanso.

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