7. Odiar la inestabilidad

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El qué esperar

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El qué esperar

Shelly sonrió cuando llegó a su escritorio el 24 de diciembre por la mañana y se encontró con una humeante taza de té y una tarjeta navideña de lo más adorable.

Era de renos.

Encuéntrame en la terraza a las siete. Tengo algo para ti.

                   Atte: Arbeen, el del cubículo cruzando el pasillo.


Por ser Navidad, aquella noche los empleados salían temprano, a la hora que su compañero la estaba citando.

Shelly se tomó el té despacio, dejando que el calor de la taza se filtrase hasta sus manos mientras imaginaba con qué se encontraría a las 19:05.

Trabajó contenta. Repartió galletas de jengibre en la hora del descanso y, cada vez que se asomaba al área de trabajo de Arbeen, no lo hallaba allí. Sin embargo, se dio cuenta que sí había ido a trabajar por la cantidad de tazas de café vacías que rodaban junto al teclado.

Todos empezaron a partir esa tarde, no sin antes desear una hermosa noche a los demás. Shelly amaba eso, pero a su vez le daba algo de pena que solo en fechas especiales la gente dejara salir su espíritu más gentil, caritativo y empático.

¿Por qué no podían ser así los trescientos sesenta y cinco días del año? Costaba, pero se podía.

Ella era así.

Una vez que quedó sola con el señor de la limpieza, a quien le había guardado unas cuantas galletas, se dirigió a la terraza tras dejar que Xian, uno de sus compañeros en la editorial, se marchara discutiendo con una castaña por demás de bajita.

«Deja de quejarte, gnomo» dijo él a ella, antes de notar y despedirse de Shelly.

Tarareó la canción del elevador y luego subió los escalones envolviéndose la bufanda que le había tejido su nana alrededor del cuello.

Ella no sabía qué esperar. No se conocían hace mucho tiempo, pero era obvio que se gustaban.

Arbeen se sonrojaba y tenía gestos dulces, ella lo hacía reír e, internamente, gritaba como una fangirl hormonal cuando se lo cruzaba en los corredores.

Lo más probable era que la invitara a salir.

Tal vez le diese un regalo...

Cuando llegó al lugar de encuentro, Shelly supo que iba más lejos que eso.

Si aquello no era un milagro de Navidad, no sabía qué lo era. 

Té de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora