8. Aprender a amar, sobre todo a Shelly

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Té y luna

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Té y luna

Arbeen había sudado bastante ese día para ser alguien que no podía ni levantar una pesa.

Había barrido la nieve y eso conllevó que, por descuidado, se clavara la pala en el pie. Luego había robado una mesa de la sala de descanso, haciendo que cuando la señora Brittney regresara del baño, se encontrara con su taza de chocolate caliente en el piso y una nota adhesiva que decía que «Lo siento».

También había robado dos sillas giratorias, y cuando las estaba subiendo por las escaleras se le cayó una. La pegó con cinta adhesiva, así que esperaba que cuando Shelly se sentase no terminara con su trasero en el piso.

Tras eso pidió prestada la chalina de la recepcionista y la usó de mantel, robó dos copas y un vino de la oficina de su jefe y las velas decorativas que había en el lobby del edificio. Le quitó las luces al árbol de la tercera planta, la de diseño gráfico, y las colgó por toda la terraza.

Su idea era parecerse a Santa, no al Grinch. Teniendo en cuenta que había robado un par de cosas... No estaba bien encaminado.

Sin embargo, todo valió la pena cuando Shelly lo vio y en sus ojos se reflejaron todas las luces de Nueva York.

Arbeen tuvo que contener el aliento. Nunca una chica le había parecido más preciosa.

—A ti no te gusta la Navidad —evidenció ella, no pudiendo creer que estaba usando un gorro rojo y con pompón.

Eso fue lo único que compró en la tienda de segunda mano a unas cuantas calles.

—No -concordó Arbeen—, pero me gustas tú, y a ti te gustan estas cosas. —Abrió sus brazos, señalando por lo que tanto se había esforzado.

Shelly negó con la cabeza, incapaz de creerlo. Nunca nadie había hecho algo tan tierno por y para ella. ¿Acaso Arbeen había salido de una película con poco, pero buen, rating?

—¿Por casualidad tienes algo de muérdago por aquí? —le preguntó la chica, acercándosele.

Arbeen empezó a ponerse nervioso. Jamás pensó que iba a llegar tan lejos, y de tanto estar ocupado, no había pensado en qué diría o qué tendría que hacer si Shelly se le aproximaba. Retrocedió incoscientemente, retorciendo el gorro entre sus manos.

—¿Muérdago? ¿La gente no se besa bajo el muérdago? —replicó él, algo inseguro, riéndose.

Shelly, entre entretenida por su sonrojo y su necesidad de huir, lo tomó de los hombros.

—Es solo una tradición navideña.

—Creo que es suficiente Navidad para mí por hoy —replicó él.

Su idea era invitarla a salir, tomar algo de vino, agarrarse de las manos admirando la ciudad y...

Nada más.

No estaba listo para un beso. Tenía que planearlo, asegurarse de que...

—Es verdad —aceptó Shelly, admirando de cerca el color de sus ojos-. Y como ya fue por demás de navideño tu día, te propongo dejar de lado la tradición del muérdago.

Arbeen sonrió. También respiró.

Le hacía falta aire.

—Besémonos sin él —añadió ella.

No tuvo tiempo a reaccionar.

Estaban besándose al anochecer, rodeados de lo que parecían miles de faros de colores. Él se tensó primero, pero se relajó tanto después, que terminó envolviéndola en sus brazos.

—Acepto salir contigo —accedió ella, rompiendo el beso.

—¿Cómo sabías que iba a pedirte eso? —Arqueó una ceja.

Shelly enarcó su propia ceja mientras miraba alrededor, diciéndole sin palabras que era bastante obvio.

—Podría haber sido otra cosa, como una propuesta de matrimonio —objetó Arbeen, porque siempre le gustaba llevar la contraria.

En cuanto se hizo el silencio y ella se quedó algo boquiabierta, se dio cuenta que había empeorado todo, que había dado a entender algo mucho más grande.

—Yo... yo no... —empezó.

—Lo sé. —Se carcajeó Shelly antes de darle otro fugaz beso en la mejilla-. Sé que si fueras a pedirme matrimonio, harías algo mucho más espectacular que esto.

Arbeen, tres años más tarde, la tuvo complicada.

No sabía qué diablos hacer cuando recordó su primer beso con Shelly y esa conversación. Se quedó varias noches desvelado en la cocina pensándolo, con una taza de café en mano tras otra.

Shelly, a pesar de que simulaba dormir, se quedaba leyendo revistas de novias hasta tarde, sabiendo que ese día llegaría. Frente a la cama que compartían ellos, apreciaba la luna entre página y página, y de vez en cuando le daba un sorbo a su té.

También, aunque pareciese loco o raro, ambos sonreían de forma sincronizada a pesar de estar en lugares diferentes cada vez que retrocedían en el tiempo a ese día, el día en que su primer beso como Arbeen y Shelly había sido dado.

~Fin~

Esta fue la ilustración que inspiró la historia de Arbeen & Shelly

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Esta fue la ilustración que inspiró la historia de Arbeen & Shelly. ❤️

Espero que tú también encuentres a esa persona dispuesta a prepararte un té.

✨ Con amor cibernético y demás, S. ✨

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