III. Tormentos pt.2

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—Galiana... yo debí creerte desde el principio —confesó Elizabeth—. Esas monstruosidades y repugnancias que viste, yo las he visto también. Tal vez no las noté de la misma manera que tú, pero sí las presencié.

—¿A qué te refieres tía? Si no fue de la manera más notoria, ¿cómo fue que lo distinguiste?

—Cuando desperté no recordaba que tenía a un bebé a mi cargo por eso, no fui a ver la cuna que le había puesto, más bien fui directamente a mi baño. Al entrar vi unas manchas en el piso pero no noté que eran de sangre así que no les di importancia hasta que a través del reflejo de mi espejo vi al pequeño engendro tragando animales de la manera más atroz.

Galiana comenzó a tener sensaciones de asombro y repulsión mientras escuchaba a su tía.

—En ese instante quedé desmayada —continuó la vieja—, no sé cuanto tiempo después pero cuando desperté...

—Tomaste al niño y te fuiste sin pensarlo —interrumpió Galiana completando la frase.

—¡Sí! ¿cómo lo supiste?

—Un viejo vago me platicó que al escucharte gritar, entró y te halló inconsciente. Que despertaste y sin ningún impedimento saliste con el niño ensangrentado y te escabulliste entre las hiervas del caminos al río.

—¡¿Que un vagabundo entró a mi casa y yo ni si quiera lo miré?! —preguntó la tía.

—Exactamente eso.

—¡Dios mío! Se nota que los nervios me cegaron y me condujeron... En fin. Llegué y al poner la canasta sobre el río, vi al niño a los ojos y fue como revivir ese momento en el que mi marido me abandonó. Como cuando él miró mis jóvenes e inocentes ojos antes de irse. Maldito seas Gunther. Dudé mucho en dejar al desamparado huérfano, porque ahora yo tenía en mis manos el poder de detener esa fatalidad. Pero al escuchar tus llamados recordé el mal y la ruina que te trajo y que te seguiría trayendo, así que no tuve opción... y lo dejé.

—¿Pero qué pasará con él? —dijo Galiana.

—No lo sé hijita —contestó su tía.

—¡Tenemos que alcanzarlo! Puede que aún esté cerca.

Y Elizabeth, al darse cuenta de que su sobrina estaba apunto de irse corriendo a la orilla del río para alcanzar a su bebé, la detuvo de ambos brazos y le dijo:

—¡Galiana por favor! Déjalo ir. No es justo para ti tener que cargar con otro pesar más desgastante que los que ya tienes.

—¡Pero tía! ¡Tú no comprendes! —le reclamó Galiana.

—¡Ni tú tampoco! Así que... mejor deberíamos irnos.

La tomó del brazo y con mucho esfuerzo la jaló fuera de ese lugar. Salieron por el sendero y llegaron a la calzada donde se encontraba la casa.

El vago se había ido y eso le sorprendió un poco a Galiana, ya que éste estaba muy interesado en el problema de su tía. Caminaron hasta entrar a la casa y, cuando llegaron, Galiana ayudó a su tía a recostarse en la cama para que durmiera un poco más. Después de esto, Galiana se acordó de cómo se había escapado de su patrona esa mañana y de la gran tormenta que le esperaba en aquella casa, así que mejor se tiró en la cama a lado de su tía, olvidando todo para dormir y descansar.

Las horas pasaron hasta dar las 7:00 de la tarde.

«Toc toc toc» Se escuchó...

«Toc toc toc toc» Llamaban en aquella vieja morada.

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