Capítulo LIV

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"No es tan difícil perdonar"

Abraham fue el primero en ir a correr a abrazar a la castaña que yacía parada frente a la cámara de criogenización mirándola con cierto terror, al abrazarla pudo notar las cicatrices en su destrozada ropa, el viento frío que soplaba a través de la puerta la hizo reaccionar mirando las pupilas nuez de aquel que pensaba era su príncipe, le sonrió antes de soltarse a reír de forma desquiciada.

— ¡Por Luzbel! —gritó entre risas— ¡¿En serio creyó que accedería a volver a ese mugroso lugar?! —su exclamación desconcertó a todos y entonces la pura mirada que hace cuatro meses vio por primera vez había desaparecido.— ¡Diablos! —su temblorosa mano viajó hasta su frente donde en confusión permaneció, Christian lo sabía, podía sentir la desesperación más allá de esa faceta de locura, verla de esa forma lo hacía sentir rabia, opto por tomar el casco y meterse a la cámara, Marianne pudo sentir sus pupilas dilatarse y el pecho salirse cuando lo vio entrar, entonces corrió en busca del otro casco. No había tiempo y entonces una bomba detonó contra el edificio haciendo que el escudo que cubría la parte de arriba de la cámara comenzara a derrumbarse entre ella y Christian. Corrió para tratar de al menos quedarse a su lado, estaba desesperada y ninguno sabía como reaccionar, las cosas pasaban a una velocidad increíble.

Cuando no hubo más tiempo para pensar aquellas miradas que simplemente habían tratado desde siempre mantenerse apartadas por miedo, pero por pequeños segundos decidieron tomarse de las manos y juntar sus frentes en una especie de juramento que debían recordar, por que aún no era tarde para recordar y aún podían superar los obstáculos. Tal y como esa promesa infantil los dictó pero sabiendo en el doloroso fondo que no podrían de ninguna manera pasar la eternidad juntos de la manera que se les había dicho.

— Lucharemos contra el destino, contra el tiempo y contra el instinto para poder demostrar que nuestros corazones pueden ir más allá que nuestra mente —rieron al tiempo en que el escudo estaba por caer sobre ellos— porque justo ahora a quién amo más es ¡A mi mismo! —gritaron la última parte, Christian más alto que ella, empujándola lejos de la máquina y siendo aplastada la compuerta por el escudo, le vio sonreír entonces antes de perderlo en aquella ciudad a la que alguna vez deseó nunca regresar, fue como entonces comenzó a reír en soledad, ignorando que sus compañeros estaban viendo aquella escena inmóviles.

— Lucharemos contra el destino, contra el tiempo y contra el instinto para poder demostrar que nuestros corazones pueden ir más allá que nuestra mente —rieron al tiempo en que el escudo estaba por caer sobre ellos— porque justo ahora a quién amo m...

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No era tan difícil dejar ir pero para él ver como el hombre que lastimó a su preciada mitad se marchaba de nueva cuenta a Sanal Yasam para pasar la eternidad ahí le hacía enfurecer de una forma terrible. Fue así como el oji-verde se adentró a aquella máquina para seguir a Serón y así ponerle fin a todo de una vez en la ciudad donde todo comenzó.

El joven se sintió más tranquilo al saber que si la pantalla inestable no le permitía volver, Marianne había tomado la decisión de quedarse y no intentar salvarlo aunque momentos después la inseguridad volvió, porque por unos instantes pudo observar aquel ámbar cruzarse con el chocolate, supo que tal vez Marianne no iba a cumplir su promesa. Más tranquilo se dispuso a buscar al cobarde que huyó a Sanal Yasam pensando que tal vez solo debía dejarse desaparecer entre los códigos inestables de esa ciudad, no era un idiota y lo sabía, ya tenía 21 años, su tiempo ya había terminado hace un par de años pero habían sido esos ojos ámbar llenos de vida los que no lo dejaban partir.

Virtual Life [En edición]Where stories live. Discover now