Capítulo 26

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Ha pasado un mes entero desde que echaron al señor Grimm. Tampoco he sabido nada de él. Aún no puedo creer que se haya agarrado a golpes con el director. Me es difícil pensar que alguien como él pudiese ser capaz de eso; sus razones ha de haber tenido. Lo cierto es que a nadie le agrada el director. Es un tirano.

Le he querido preguntar al señor Renzo al respecto, pero siempre me evade. Sé que él y el señor Grimm pasan por momentos difíciles. Y lo he visto frecuentar más al director. Me pregunto si aquello tendrá que ver con la riña que tuvieron. Hay muchos cabos sueltos en todo esto.

Y su hijo. Rex. Comenzó a estudiar aquí hace varios días, pero no he hablado con él. Se nota distante e indiferente cada vez que lo veo. Siempre oculto tras un libro, sentado bajo algún árbol o en el pasto durante los recesos. En parte es igual a mí. Pero últimamente me la paso siempre con Dorothee. Nos hemos vuelto muy buenos amigos.

Creí que Rex sería igual al señor Grimm. Siempre me hablaba maravillas de él. Supongo que lo de sus padres lo trae así. Pobre. Debe ser duro para él.

Quizá intente simpatizar con él cuando vuelva a topármelo. Después de todo, su padre me pidió que me hiciese su amigo. Pese a todo, extraño las charlas que tenía con el señor Grimm. La escuela sin él es tan aburrida.

—... ¡No puedo vivir sin ella!

—¡Edward, ¿cuántas veces tengo que repetirte que no soy el consejero?! —me riñe la enfermera, enfadada.

—Pero, señorita Hart, si el señor Grimm ya no está, ¿a quién le contaré mis problemas?

—¿A tus padres? ¡Yo qué sé! A menos que te sientas mal, vuelve a tu salón.

—Bien...

Salgo de la enfermería, con el rabo entre las piernas, y me dirijo a mi aula. Al entrar, noto que todos hablan en voz alta; algunos bromean sentados en las paletas de las sillas, otros arrojan bolitas de papel, algunas chicas se cuchichean cosas entre ellas, otros avanzan con sus tareas, y unos más juegan con sus aparatos electrónicos. La señorita Hoffman sigue ausente, y no han encontrado un docente que la supla; por lo tanto, cada lunes, miércoles y viernes tenemos dos horas libres. Muchos lo gozan, y otros lo sufren, incluyéndome. Me gusta la clase de Química —no más que la de Matemáticas, claro.

Me acerco hasta Doro, quien lee tranquilamente un libro que desconozco; como si el ruido alrededor no le importase en lo absoluto. Tomo asiento frente a ella. Al advertir mi presciencia, levanta la mirada.

—Es un libro de terror, ¿cierto? —aventuro, sonriente.

—Sí —me responde ella con sequedad.

—¿Cuál es?

—¿Por qué habría de decírtelo? —sonríe de manera desafiante.

—Porque... quizá lo lea —sonrío de igual manera.

—En ese caso, no te diré —vuelve su vista al libro. Frunzo la boca.

—Qué mala.

—¿Dónde estabas? —me cambia el tema drásticamente, sin siquiera voltear a verme. Apoyo mi cabeza en mi mano, y suspiro antes de responder.

—Con la enfermera.

—¿Estás bien? —levanta la mirada. La observo sorprendido y maravillado, ante su evidente preocupación. Ella, al notar su reciente acto, vuelve su vista al libro, con las mejillas ligeramente sonrojadas—. O como sea. Sólo... quiero saber por qué fuiste. Soy curiosa —se excusa en vano.

—Estoy bien, gracias por pregunta, dulzura —río. Ella me lanza una mirada de odio, pero mi risa no se esfuma—. Como el señor Grimm ya no trabaja aquí, fui a desahogarme con ella en un intento por reemplazarlo, pero me echó de la enfermería —bufo.

—¿Por qué no te desahogas conmigo? Somos amigos, ¿no? Los... amigos se cuentan cosas... creo.

Sus palabras me conmueven. Ella no parece estar consciente de haber causado efecto alguno en mí. Intuyo que no es buena para percibir las emociones.

—No te ofendas, pero prefiero hacerlo con adultos —confieso—. ¡Extraño tanto al señor Grimm! —me lamento.

—¿Hablas del consejero? —una de nuestras compañeras, de nombre Debie se anexa a la casi charla entre Doro y yo.

—Sí —le respondo.

—También lo extraño —admite.

—Y yo —otro compañero con el que Debie charlaba, de nombre Fred, se une también—. Él era un gran tipo. Me gustaba hablar con él. También era muy amable, alegre...

—Y apuesto —añade Debie, ruborizada.

—¿De quién hablan? —un compañero más, de nombre Donnie se acerca a nosotros.

—Del consejero —le respondo. Doro vuelve su vista al libro, excluyéndose de la charla.

Donnie suelta una risotada.

—Me encantó verlo pelear con el director. Algo como eso no se ve todos los días. Incluso le echaba porras. Lástima que sufrió ese ataque. Me pregunto si él habría ganado.

—Ojalá. El director es detestable —replica Fred.

—Me pregunto por qué se habrán peleado, en primer lugar —dice Debie.

—Sus razones han de haber tenido —me encojo de hombros.

—¿Qué onda con el señor Renzo? —inquiere Donnie—. ¿Por qué él...? Ya saben. Fue tan confuso.

—Quizá se peleaban por él —dice Fred, y, a excepción de Doro y yo, estallan en risas. Ellos no saben lo que yo sé, pero igual las palabras de Fred me dejan pensando. ¿Será por eso que el señor Grimm se peleó con el director? Tiene sentido.

—¿De qué hablan? —otra compañera de nombre Hally se nos une. Volteo a ver a Doro; ella se nota incómoda por el exceso de gente a nuestro alrededor. Su rostro refleja molestia.

—Del consejero —le responde Donnie.

—Oh, pobre... Pienso que al que debieron echar fue al director. Él comenzó la pelea, ¿no?

—Deberíamos hacer una huelga, para que lo contraten de nuevo —sugiero, a modo de broma, pero ninguno se ríe.

—Sí —dice Fred, con tono decidido.

—Lo dije de bro...

—Y exigir que despidan al director —me interrumpe Hally, con el mismo tono que Fred.

—¡Sí! ¡Nadie quiere a ese tirano! —exclama Donnie.

—Hay que correr la voz —dice Debie—. Nadie asistirá a clases, a menos que echen a McAllister, y traigan de vuelta al señor Grimm.

Los chicos sueltan un fuerte «sí» al unísono.

—Bien hecho, Dr. Seuss —me dice Doro, con sarcasmo. Suelto una risa nerviosa. ¿Por qué dije eso? Quiero que el señor Grimm vuelva, pero no que se arme un escándalo en toda la escuela.

Lo peor es que el que cargará con la responsabilidad soy yo, por haber sugerido sin querer la descabellada idea.

La desdichada vida de Desmond GrimmWhere stories live. Discover now