Capítulo 38

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—No lo soporto —le digo a Doro, sentado frente a ella, mientras lee Carrie de Stephen King en silencio—. Pasé junto a su salón, y los vi de lo más juntitos en la última fila. Reían y se tomaban de las manos —hago una mueca de desagrado.

—¿Estamos hablando de Rex y la estirada? —pregunta, con sequedad, sin levantar la mirada del libro.

—Sí... Creo que ya son novios. No lo sé.

—¿Por qué no se los preguntas y ya?

—No puedo. No he hablado con Jaz en mucho tiempo, y Rex no me cae muy bien que digamos —objeto.

—¿No te cae bien? Pensé que habían hecho las pases —inquiere—. ¿Será eso o que estás celoso de él?

—Bien, quizá lo esté —confieso—. Pero es normal, ¿no lo crees? Él sale con mi exnovia.

—Y ¿qué piensas hacer al respecto, Dr. Seuss? ¿Pedirles de que dejen de ser novios? ¡Qué te importa ya! ¡Déjalos! —exclama, irritada.

Retrocedo un poco, intimidado.

—Wow, tranquila. ¿No será que estás celosa de Jaz? —sonrío con picardía.

—No. Sólo quiero que cierres la boca de una vez por todas, y me dejes leer en paz —responde de manera cortante.

Mi sonrisa se desvanece.

—Lo siento —río ligeramente, apenado, y me pongo de pie—. Voy por una soda. Ya vuelvo.

—De preferencia, no vuelvas.

—Ja, ja...

Me doy la vuelta, y salgo de mi aula, para dirigirme a la máquina de sodas por una Pepsi. Digamos que la relación entre Doro y yo es peculiar; yo lo llamo amor-odio-amor (el «odio» es sólo por parte de ella, claro).

Para mi desgracia, la máquina de sodas está junto al salón de Rex y Jaz. Me asomo un poco a él, sólo para espiarlos. También tienen hora libre; y, demonios, por lo que veo, los chicos de su salón son más tranquilos que los del mío.

El rostro se me pinta de colores al verlos susurrándose cosas, muy juntitos, entre risas. Carajo, no sé por qué siento tantos celos; no somos nada. Bueno, tampoco es como que yo haya decidido terminar; ella me botó porque «aún no superaba a su ex». Pero, por lo que veo, ya lo superó sin problemas.

Regreso a mi aula, hecho una fiera. Horas más tarde, tocan para anunciar el receso. Como cada día, Doro y yo vamos a almorzar a la cafetería. Y, claro, debo lidiar con ver a Rex y Jaz en una de las mesas lejanas a la nuestra. Decido tratar de ignorarlos, charlando con Doro todo el rato. Sé que está harta de mi actitud, ¡pero no puedo evitarlo! Llevo meses soportando verlos volverse tan cercanos. Es como si Rex me robara una parte de mi corazón, y eso me frustra demasiado.

Lo peor de todo es que esta incertidumbre que tengo acerca de si son pareja o no me está comiendo vivo.

Iría con el consejero a pedirle ayuda o desahogarme, pero no me agrada mucho que digamos. Llegó apenas hace dos meses; su nombre es Noah; es un tipo nerd, larguirucho, de unos veinte; y viste con simples camisas de cuadros. No lo odio ni me cae mal (me es indiferente, de hecho), pero es nada que ver con el señor Grimm. Noah es excesivamente infantil y cero interesante. Únicamente fui una vez con él. Lo que le conté lo tomó a broma, y eso me desagradó de él, que sea muy bromista.

Noah —como quiere que lo llamemos todos—, no es lo único nuevo. Como echaron a McAllister, lo reemplazaron con una  mujer mayor que ahora es nuestra nueva directora. Ella es genial; no es tan estricta y se ve que es agradable. Por fin este lugar ya no parece una cárcel.

La desdichada vida de Desmond GrimmWhere stories live. Discover now