La princesa Balanche

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Eleu van gridam, leu eunt... Wibel, lanti...

Una voz extraña entró en mi cabeza, como si miles de ecos zumbaran en mi mente.

Venían de ese fantasma misterioso, no sabía de qué otra manera llamarlo. Su cuerpo flotaba por sobre el suelo, levantando hojas muertas a su paso.

Entre los arbustos, lejos de esa misteriosa figura, me desplazaba a un costado intentado seguirle. No sé detenía, avanzaba implacable entonando esas extrañas palabras en idioma antigüo.

No sé por cuánto tiempo le seguí el paso, lo seguro es que ya era muy tarde. La cuarta luna me lo indicaba, el frío me lo recordaba.

Los árboles esbeltos sin hojas se perdieron tras una espesa cortina de neblina, la luz del fantasma me guío hasta un prado de hierba tan alta como yo, de tonos azulados surcados con pequeñas espigas blancas, más al fondo había un lago oscuro, en medio, una isla con una torre en ruinas.

La figura alta extendió unas alas espectrales, eran increíbles, cristalinas y con un brillo tan puro como el de la quinta luna. No pude contar cuántos pares eran, pues la luz que comenzaron a emitir me enceguecio, me cubri los ojos y cuando la luz cesó ya no era de noche.

El cielo estaba ligeramente nublado, un viento fresco agitó mis cabellos. Supe que era una especie de regresión o alucinación cuando note que en la isla, la torre ruinosa era en realidad una fortaleza.

Banderas con un escudo similar al de la familia Taupiriar ondeaban en las torres y estacas, pero lejos de ser una escena que denotará nobleza y elegancia, era una que evocaba a tiempos de guerra sangrientos.

Había cuerpos empalados, las banderas estaban desgarradas, paredes y muros de quebraban en señas de fuego e impactos de balas arcanas, sobre el lago flotaban cadáveres mutilados.

El viento trajo el olor de la muerte acompañado de un lejano y melancólico lamento.

A las orillas del lago estaba una niña arrodillada, cantando las mismas extrañas palabras del fantasma que me guiara hasta ese extraño pasaje del pasado.

Su cabello era todo blanco, sin rastro de otro color en el. Su cuerpo tan pálido parecía resplandecer por la resolana de los soles apagados por las nubes, fundiéndose con el desgarrado vestido albo humedecido por la efímera lluvia.

A espaldas de la niña apareció otra figura. Usaba una capa larga, oscura y manchada de sangre. Sus pies descalzos estaban adornados por púas de hueso y plumas, pero lo más alarmante era la afilada daga negra en sus manos. El misterioso encapuchado tenía la altura de un niño de trece o catorce años y su voz concordaba con su apariencia.

--Regresa a la madre Diosa y limpia tus pecados niña impura.

El niño encapuchado hizo levitar la daga en sus manos. Yo tenía la seguridad de que la afilada cuchilla estaba siendo apuntada a la garganta de la niña.

Antes de cualquier movimiento asesino, la pequeña giro su rostro. Sus ojos de verde tan claro como la hierba jóven estaban delineados por el rojo del llanto, había dolor en su cántico verdaderamente plasmado en su bonita cara. Angustia broto en lágrimas que besaron la tierra húmeda, la niña entre cerró los ojos y se llevó las manos al pecho.

--Por favor... sepultame a un lado de mi madre...

La niña se desmayó callendo de frente al barro.

--Tonta, primero debiste decir dónde la sepultaron...

La figura encapuchada guardó el arma y cargo en brazos a la pequeña.

La Dama Blanca es un varónWhere stories live. Discover now