Capítulo 23: Desesperación.

76 7 14
                                    

.

.

.

"La tarde se venía encima con tal rapidez que, al mirar nuestras sombras proyectadas en el fango endurecido, éstas parecían alargarse como si fuesen fantasmagóricas manchas..." (Memorias).

.

.

.

Removíamos y removíamos entre el lodazal endurecido, sin cesar.

En otro extremo, entonando cánticos religiosos, con afónicas voces enronquecidas y gastadas de tanto cantar, una decena de evangélicos, acompañados por algunos instrumentos musicales de cuerda, hacía más dramático el circunstancial momento. Y cuando la voz de un viejo pastor, con extraordinario esfuerzo fue alzándose fervorosamente hasta lograr ser claramente escuchada por todos los que estábamos en aquel apocalíptico lugar, simplemente se nos heló la sangre; oraba con tal vehemencia que sus palabras parecían remover los sentidos.

Entre sensaciones extrañas y no saber con precisión en dónde buscar desaparecidos, continuamos trabajando sin resultados, hasta que alguien gritó, nuevamente:

--- ¡Un bebé..., un bebé..., aquí... aquí hay un bebé! 

Efectivamente, un pequeño cuerpecito inerte, similar a un terrón de barro endurecido, aparecía entre harapos de ropa y amorfos escombros. Rápidamente pasó de mano en mano, por una improvisada cadena humana que ascendía desde el barranco. Luego, quienes estaban arriba, lo cubrieron con una toalla. De ahí, supongo, se lo llevaron a la morgue, no sé...

Seguimos cavando con mayor ímpetu, removiendo ropa de cama, muy pesada, sacándola a tirones cuando la presion del lodo  que la cubría no era tanta. Y seguimos sin cesar, hasta que el fuerte sol y el cansancio mitigaron nuestras fuerzas en la primera parte de nuestra misión. El agua y la comida que habíamos traído..., estaba en los buses. Principalmente la sed nos hizo regresar (a eso de las dos de la tarde) al punto en donde estaban estacionados nuestros transportes. A medida que nos acercábamos, fuimos dándonos cuenta que... un gran número de personas, principalmente niños, miraba hacia el interior de los buses, donde ya se encontraban de vuelta algunos de los voluntarios mineros. 

Cuando pasamos por detrás de aquel inquieto grupo, y también miramos al interior del bus más cercano, se podía ver la complicada situación de nuestros colegas que no podían ingerir ni agua ni alimentos ante las lánguidas miradas que atravesaban los grandes ventanales suplicando ese mendrugo de pan o ese sorbo de agua que tanto necesitaban. Algunos mineros, con el dolor de sus almas, procuraron comer o beber algo casi a escondidas; agachados para no ser observados. Ocultos..., para no ser vistos desde afuera. Era casi imposible echarse un bocadillo a la boca. Era casi vergonzoso levantar una botella con agua... y beber de ella, habiendo tantos sedientos al otro lado de los ventanales. Escuchar, además, el llanto de algunos niños... No, no era fácil. El solo hecho de sentirse observado por la gente que seguía cada movimiento de lo que ocurría dentro del bus, era más que suficiente para desistir de todo intento. Subimos a nuestra máquina y abrimos algunas ventanillas de ambos lados. Comenzamos a repartir, a través de ellas, trozos de pollo cocido, pan, huevos duro, fruta y agua. Entregamos todo lo que pudimos. Y... nos quedamos sin comer. Bebimos lo justo y necesario. El olor a huevo duro sin cáscara y, ver con qué ganas aquellas personas disfrutaban del pollo cocido..., nos producía una crujidera intestinal casi dolorosa (al menos a mí). Pero ellos, repito, principalmente niños y adolescentes necesitaban aquello más... mucho más que nosotros. La verdad es que se decía que la ayuda en alimentos llegada desde otras localidades se estaba repartiendo sin problemas y que era un asunto superado; no obstante, pudimos comprobar que no todos los damnificados habían recibido oportunamente esa ayuda. No me corresponde cuestionar las razones; pues, en una situación de caos reciente, la organización de la ayuda es de por sí complicada, aunque las intenciones de las autoridades sean las mejores. Muchas veces la gestión se escapa de las manos, y peor aún cuando la magnitud del desastre de una u otra manera victimiza a todos.

MEMORIAS DE UN MINERO. Con historias en el cuerpo. La novela.Where stories live. Discover now