El señor Bailén (Parte II)

3.1K 113 211
                                    

Se ríe y me lame un pezón. Es insaciable y no sé por qué me encanta. Aun así advierto cansancio o más bien cierto halo de melancolía en su conducta.

—¿Te pasa algo? Pareces distraído —pregunto apartándole algunos mechones de pelo de la cara.

—Estoy bien...

—Qué va. Si no quieres contarlo, no lo hagas, pero es innecesario que mientas.

—En realidad, me preguntaba por qué nunca pasas las noches enteras conmigo.

—Bueno, cada uno en su casa y Dios en la de todos.

—¿Qué tendría de malo que despertáramos juntos?

«No. No. Esto no puede estar pasando. Por favor, rey del sexo, no lo estropees».

—Santi, no. Es mejor así...

—¿Santi? ¿Ya he dejado de ser el señor Bailén? Me lo tomaré como un avance.

—Olvida la toalla, ya me ducharé en casa.

Me escurro de sus brazos y trato de vestirme cuando él enciende un cigarro y me observa desde la cama. Aún no alcanzo a encontrar qué tiene de especial ese flacucho cuarentón. Mientras tanto, despelotada y aterida de frío, servidora trata de localizar la ropa a lo largo del habitáculo, comprendiendo que debo de estar dando una imagen lamentable.

—Deja de mirarme el culo —digo mientras recojo un calcetín del suelo.

—¿Más prohibiciones? ¿No te parece cruel pedirme eso?

—¿Cruel?

—Tengo instintos muy primarios. Deberías saberlo a estas alturas.

—¿Qué pretendes?

—Nada. Yo sólo he dicho que te quedaras. No comprendo esta escena.

—Quiero dejar claros los límites. Es sólo sexo. No quiero sonar insensible pero así es.

—¿Y quién te ha pedido matrimonio? ¿No será que la que teme enamorarse y confundir las cosas eres tú?

Odio que tenga razón. Es un pomposo que se cree superior a los demás pero tal vez esté en lo cierto. Si iniciáramos algo más serio, ¿qué sucedería? ¿Hallaría algo interesante en una charla con alguien así de creído? ¿Sería capaz de adaptarme a vivir con un viejo? Porque claro está que aún es un tío joven, pero me lleva al menos dos décadas, de modo que cuando yo todavía tenga necesidades físicas él ya andará coleccionando sellos o lo que sea que hacen los abuelos.

—¿Cuántos años tienes? —pregunto sin miramientos.

—Conque es eso. Te preocupa la diferencia generacional.

—No. Simplemente no sé qué edad tiene el tío que acaba de sobarme en todas las posturas posibles sobre una cama.

—Tengo 57.

Vaya, no me esperaba esa cifra. ¿En serio? Pero si parece bastante más joven de lo que dice. Oficialmente estoy tirándome a un jubilado en ciernes. ¿Y ahora qué hago? Bueno, si es que debo hacer algo. ¿Tan malo es sentirme atraída por un tipo mayor? ¿Acaso soy una enferma por ello?

—De hecho voy a cumplir 58 en dos semanas —agrega.

—Pareces más joven —digo en un amago de parecer menos alucinada.

—Gracias. Está bien recibir ese comentario de una mujer de 30.

—¿Cómo que 30? Tengo 23, tío.

—¿23? ¿Estás segura?

Se levanta de la cama y se viste de inmediato, como si estuviera cometiendo un delito y quisiera borrar sus huellas.

—¿Qué te ocurre? —pregunto descolocada.

—Oye no te ofendas, pero creía que eras más mujer, ya sabes, una de esas estudiantes incapaces de sacar las materias que arrastra durante años.

—¿Perdona?

—No sé si quiero seguir acostándome con una chica tan joven. Espero que sepas disculparme.

—¿Tanto te importa que no tenga 30? ¿Te das cuenta de que debería ser yo la preocupada por estar saliendo con un tío que roza los 60?

—¿Saliendo? Oye, preciosa, yo... No quiero ser un capullo, ¿vale? Pero no es buena idea seguir viéndonos.

¿Me está dejando? Sí, lo está haciendo. Pero ¿por qué? ¿Es más inquietante que yo tenga 23 años a que él encaje en la categoría senior?

—Por favor, vístete —añade abrochándose los pantalones—. Tengo mis principios.

—¿Estás de coña?

—No lo pongas más difícil, anda. Encontrarás a alguien más adecuado.

—Oye, ¿de qué vas?

—Veo que ya estás vestida. Márchate, ¿sí?

No puedo creerme lo que acaba de suceder, pero accedo a marcharme en un intento por demostrar orgullo.

Qué ironías tiene la vida... De pronto todos los prejuicios que me impedían disfrutar de unos encuentros estupendos se han vuelto en mi contra en forma de bofetada. Me está bien empleado, supongo.

Ahora tendré que enfrentarme al hecho de asistir a su clase sin detenerme en el fuego que albergan sus ojos negros, echando de menos su voz susurrante a escasos centímetros de mi boca y rescatando mentalmente cada episodio ansioso a su lado. He de asumir lo antes posible que ya no volveré a sentir sus impactos cargados de seguridad sobre mi cuerpo, mi asqueroso y joven cuerpo.

Wet tales (Cuentos eróticos)Where stories live. Discover now