Virgen a los 27 (Parte II)

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—¿Qué pasa gordito?

—Escucha, yo... No sé cómo decirlo. Temo no estar a la altura... Verás... Es que...

—Cómo me ponen los inexpertos... —comentó para después morderme el labio inferior.

—Espera, ¿lo sabes? ¿Sabes que soy virgen?

—Esta noche regresarás a casa con un par de lecciones aprendidas. Tú déjame a mí...

No sé de qué me sorprendía, hasta una ciega lo hubiera percibido. Entonces bajó los tirantes de su vestido y, cual lactante hambriento, me lancé hasta su pecho. Nunca he probado nada igual. Era suave y terso, y la forma que adoptaban sus pezones al contacto con mi lengua me volvió loco. Creo que podría haberme pasado horas haciéndoselo, pero obviamente había más partes interesantes en su cuerpo, por lo que, sintiéndome un explorador ávido de aventura, me lancé a desvestirla del todo.

Mi boca ansiosa buscó la suya que, más acostumbrada, dejó a la mía muy claro quién mandaba. Me tumbó sobre la cama y exponiendo una mirada felina que se me antojó irresistible, me quitó el pantalón en un abrir y cerrar de ojos.

No dijo nada, sólo rio y acarició mi torso al tiempo que con su nariz trazaba un recorrido serpenteante erizándome la piel y los sentidos. Jugó un rato con su boca por mis muslos, subiendo hasta la cadera y rozándome con su pecho desnudo. Y cuando creí que ya nada podría ser mejor, me quitó la ropa interior con los dientes, evidenciando lo vulnerable y débil que yo era en ese momento.

Tras una ligera pausa donde hablaba de la importancia de protegerse con una caja de preservativos en la mano, me colocó uno con pericia y preguntó:

—¿Preparado?

Asentí como si de pronto la bruja Úrsula me hubiera robado la voz. Y comprendí entonces por qué el sexo es el tema de conversación número uno entre mi grupo de amigos. Qué maravillosa era Natalia... Tan expuesta y sonriente se convirtió en una representación sublime del género femenino. Daba igual que estuviera desnuda o no; yo sólo me fijé en su cara, en cómo disfrutaba y me hacía disfrutar realizando una danza tan convincente como sutil.

Obviamente duré una miseria, aunque ella lo comprendió. Hizo un par de chistes sobre la velocidad de Speedy González y luego estuvimos abrazados un rato. Jamás olvidaré su olor, ni el tacto de su piel. Ni tampoco lo importante que fue para mí. Mi primera experiencia fue encantadora y afectiva incluso sin la necesidad de establecer una relación amorosa. Recordaré siempre a Natalia como la primera persona que me hizo ver el sexo desde una perspectiva adulta.

El instante me marcó tanto, que fue imposible mantener el secreto por mucho tiempo. Meses más tarde mis amigos y yo estábamos en casa jugando a la consola y, como tenían por costumbre, acabaron hablando de sus últimas conquistas desde un lenguaje que me pareció prehistórico y poco respetuoso.

—¿Qué os habéis creído? ¿Que las tías son muñecas hinchables? —dije ligeramente alterado—. Debería daros vergüenza.

—Vaya, habló el experto en nenas... Primero acuéstate con una y luego da lecciones, chaval —soltó uno de aquellos animales.

—Para tu información ya he estado con una chica. Pero vamos, que no hace falta tener tropecientas amantes para comprender que las mujeres no son objetos.

—¿¡Ya no eres virgen!?

La sorpresa fue general, y no porque no creyeran mis palabras, sino porque al fin pensaban de verdad que uno de nosotros había tenido sexo. Sí, al parecer aquellos mequetrefes aparte de machistas eran también unos mentirosos. Resulta que yo no había sido el último en perder la virginidad, sino el primero.

Tengo que hacer mucho trabajo para que dejen de pensar como los hombres de las cavernas, pero, gracias a Natalia, la tarea merecerá la pena.

Cosas curiosas que tiene la vida, ¿eh?

Wet tales (Cuentos eróticos)Where stories live. Discover now