Capítulo 7

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Mientras voy caminando por el largo pasillo que conecta al palacio con las habitaciones principales, que son la mía y la de Maat, no puedo evitar sonreír.

Mis sandalias relucen por los rayos del sol y los medallones que la adornan, tanto alrededor de mis tobillos como en la tira de cuero entre mis dedos, tintinean.

Observo los pasillos y los suaves tonos de tela que cuelgan desde el techo hasta el suelo, descendiendo en una suave cascada. Como si fuera líquido.

Me llevó dos días decidir la decoración, pero al mirar el diseño y el brillo que estas emiten con la luz del sol, estoy más que segura que fue una buena elección.

Los sirvientes y las doncellas que pasan a mi lado por el camino hacen pequeñas reverencias al verme, a lo que respondo con un suave movimiento de cabeza. Varias pasan con jarrones de jade y porcelana y varios materiales transparentes pero hermosos llenos de flores, siempre dándome pequeños saludos y bendiciones por mi equinoccio.

Cuando la puerta se alza ante mi, los guardias me saludan quedamente para continuar abriéndola, revelando a mi familia detrás.

—¡Mi pequeña, Amunet! —mi padre se levanta con los brazos extendidos en mi dirección y no puedo evitar sonreírle de regreso—. Feliz equinoccio número dieciséis. ¡Que los dioses nos bendiga!

—Gracias papá —murmuro contra su túnica con un leve aroma a especias y polvo—. Al parecer Maat logró arrastrarlos a todos aquí. O a casi todos, ¿cómo se encuentra mamá?

—Tranquila y deseándote un hermoso equinoccio —me sonríe separándose de mí y acariciando mi mejilla con ternura—. Ella está...

—Iré a visitarla más tarde —le prometo apretando su antebrazo y siento cómo sus dedos enjoyados me dan una última pequeña caricia en la mejilla antes de desaparecer.

Me giro hacia mi hermana y ahí a un lado se encuentra Dakarai, pero no veo a Kosei.

–¿Preparada? —sonríe mi hermana descendiendo los escalones y dándole una sonrisa a nuestro padre cuando pasa junto a ella camino a su trono.

—¿Para ti? Nunca. Ni el mismísimo tártaro sabría como controlarte —bromeó un tanto nerviosa por lo que sea que mi hermana haya preparado—. Pobre del hombre que este a tu lado. No sabe a quién está uniendo su vida.

Escucho una tos suave y al mirar al estrado, veo a Dakarai con la vista baja tranquila, pero es el suave rubor que cubre sus mejillas lo que lo delata.

—Lo mismo para ti, hermanita —me sonríe Maat de lado—. Pero basta de mi, y centrémonos en ti. ¿Estás lista?

—¿Tengo opción?

—Yo creo que no —sonríe, enganchando su brazo con el mío mientras caminamos hacia las puertas que dan fuera de la habitación—. Espero que ese no sea tu vestido preferido, porque créeme, vas a odiar habértelo puesto.

—Juro, Naunet que si llegas a dañar este vestido, lo pagarás —le amenazo pero como siempre, desestima mis palabras.

—Sí, sí, siempre termino dañando algo para ti y cuando te compro otro, queda totalmente olvidado —me sonríe Maat, mirándome de costado—. Ven, que se nos hará tarde.

Y con estoy último, da un tirón de mi brazo arrastrándome con prisa por el pasillo.

—Estas loca —niego, retrocediendo mientras miro la enorme bestia parada ante nosotras—

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—Estas loca —niego, retrocediendo mientras miro la enorme bestia parada ante nosotras—. No, Maat. Estas loca si crees que me voy a subir a eso.

Veo a mi hermana caminar hasta las patas del enorme elefante y cuando este se mueve, mi corazón deja de estar en su lugar y se instala en mi garganta, pero mi hermana ni se inmuta.

Sí, considero que son animales majestuosos. Pero nunca podría andar encima de uno.

—Vamos, Amunet, no seas una nena llorona.

—Ya deja de llamarme así... Naunet —veo cómo se encrespa y sonrío, victoriosa—. Podré ser una llorona, pero yo prefiero subirme a un camello. Prefiero estar sobre algo que se encuentre más cerca del suelo por si llego a morir, gracias.

—Eres demasiado dramática —se queja, y veo con los ojos como platos como comienza a escalar la pequeña escalera que hay a un costado.

—¡Matt, bájate de ahí! —le gruño y trató de no gritar como en verdad quiero hacerlo—. ¡Ahora!

Dioses, a veces la que parece tener dieciocho soy yo y no ella.

—¡No escucho lo que dices! —canturrea y estoy por desmayarme cuando veo que se comienza a columpiar en la escalera a mitad de camino—. Solo distingo parloteo, parloteo, parloteo. ¿Te vas a subir o no?

—¿En verdad es necesario? —digo, gimoteando—. ¿No puedo irme en camello? ¿O caminando?

—¿Tú? ¿Caminando? ¡Ja! Me temo que no, hermanita. No tienes otra opción. ¿O acaso ves algún camello por aquí? —dice, casi llegando al pequeño comportamiento que tiene la bestia en el lomo y veo que intenta esconder una sonrisa.

Escarabajo, rastrero.

Al comprender lo que hizo no puedo evitar mirarla indignada.

—¡! —digo, colérica señalando su espalda desde aquí abajo—. Tú planeaste esto. ¡Planeaste que no hubieran camellos porque sabías que me iba a negar e irme en uno de esos a donde sea que me estés llevando!

—¿Yo? —dice con una pequeña sonrisa, señalándose el pecho cuando llega hasta arriba—. Nunca podría hacerte eso.

—¿Sabes qué? ¡Me voy! —me recojo la túnica que envuelve mis piernas enfundadas en un jubón que me regalo e insistió mi hermana en ponerme justo antes de traerme aquí.

—¡No, Tisza! —le doy una mirada fea y cuando veo que se inclina por el borde, me detengo—. ¡Tisza, por favor! No te vayas.

—¿Por qué?

—Porque en verdad quiero que lo hagamos, será divertido —le doy una mirada extraña y veo como suspira, derrotada—. Bien, no sé cómo bajar de aquí, ¿contenta? Así que por favor, por favor, por favor, no me dejes aquí. Sería muy vergonzoso.

Estoy tentada a dejarla, pero en verdad no sé cuánto tiempo le tomó hacerlo, y sé que es complicado para ella con tantas obligaciones que tiene. Hizo un poco de tiempo para esto, para mi, ¿por qué no puedo tragarme un poco de mi miedo e intentarlo?

—Bien, no me iré —accedo y mi corazón sufre un pequeño ataque cuando la veo emocionarse desde arriba—. Pero no me iré contigo a donde sea que me quieras llevar si no es en un caballo o un camello. Así que, decide Maat, o consigues algo, o no voy.

—Vamos, por favor —me suplica—. La verdad no sé de donde sacarlos. Solo por esta vez, por favor.

Me quedo en silencio un momento y cuando veo que en verdad no voy a obtener nada en su lugar que no sea un elefante como transporte, no tengo otra alternativa.

—Esta bien —suspiro, abanicándome con las manos—. Espero en verdad que sea algo espectacular.

—¡No te vas a arrepentir! —chilla desde arriba y con una seña llamo a uno de los sirvientes que están aquí bajo el sol.

Lo que uno tiene que hacer por las locuras de su princesa.

Lo que tengo que hacer por mi hermana, pero si no la quisiera como lo hago... que los dioses nos salven.

El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Where stories live. Discover now