Capítulo 9

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Al llegar a palacio huelo terrible.

Los aceites corporales con los que me vistieron por la mañana junto con el calor del faro han cambiado, y cada vez que me huelo la piel, encuentro un olor a... quemado.

Como la carne que sirven en las cenas lujosas.

Algo que me recordó que no he comido en todo el día que Maat me mantuvo fuera de palacio.

—Un aspecto encantador —levanto mi vista de mi copa, y ahí en la entrada se encuentra Bes, mirándome—. ¿Cansada?

—Como no tienes idea —admito haciendo una mueca al estirarme para depositar mi copa lejos. Cielos, de no haber bebido agua en este momento, no sé qué hubiera sido de mi—. Maat parece que la hubiera arrollado una manada de elefantes. Con decirte que no le importo su aspecto, se quedó tendida en su cama y ya no se levantó. Y creo que voy por el mismo camino.

—Hueles...

—¿Apetecible? —hago el intento aunque sé que no es eso.

Debo apestar terrible.

Dioses, debo oler a las monedas enterradas junto a las primeras momias de mi familia.

—Encantador —responde en su lugar, tomando asiento a mi lado—. Un buen baño no nos caería para nada mal...

—Lo sé, solo que yo...

—A los dos —al escucharlo no puedo evitar guardar silencio y sé que abajo de esa capa de tierra y grasa mis mejillas se han tornado rojas.

Es como un ardor suave en mis pómulos.

Pero a pesar de esto, me he acostumbrado a sus bromas.
Son un suspiro para mi recta vida como la ha llamado en más de una ocasión Maat. ¿De dónde? No lo sé.

Me inclino, y cuando el dolor de mis músculos me hace soltar un quejido, lamento haber dejado lejos mi copa. Al parecer la voy a necesitar más rápido de lo que esperaba.

—Oh, Dioses, mirarte solo me causa dolor. No puedo dejarte así —las palabras de Bes me toman por sorpresa y cuando estoy a punto de tomar la copa para llevarla a mis labios, sus dedos se envuelven alrededor de mi muñeca—. Ven, es momento de que yo te de mi regalo. Solo necesito unas cuántas cosas...

Me lleva a mi habitación y cuando se va, me muevo hacia los ventanales y los abro dejando que la brisa de la tarde se filtre junto con los rayos de sol del atardecer bañando mis aposentos en luz cálida y dorada.

Escucho algunos murmullos y el tintineo de lo que creo son mis platos y copas de la comida, pero no puedo apartar mi vista del sol y del Nilo.

Una masa de agua tan poderosa albergando en su seno a una ciudad.

Siempre procurando y dando vida, nunca reclamando ni llenando sus calles con muerte.

Algo que en estos tiempos es difícil con los continuos saqueos y conquistas que se han dado por el norte y el sur. Algo que espero, tarde en llegar a Egipto o nunca llegue.

—Listo, lo tengo —veo como Bes deposita unos cuencos de plata sobre una mesilla y con una sonrisa, me mira—. Bien, ahora... tienes que desvestirte.

—¿Qué? —le preguntó, riendo—. ¿Por qué? No, me niego.

—Se acabaron las preguntas y los mandatos por ahora —niega, acercándose a mí y tomando mi mano me lleva hacia la cama—. Solo... por favor, hazlo.

—Bes...

—Tisza —me responde en el mismo tono y cuando me sienta sobre el borde de mi cama y me comienza a desatar la tira que mantiene unido mi camisón que me resguarda de la desnudez, lo detengo—. ¿Puedo?

El pergamino de Tisza. [J.R. 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora