Capítulo 29

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Los Sres. Darcy se encontraban desayunando en silencio en el comedor. Lizzie llevaba varios días deprimida, desde aquella desafortunada noche no había vuelto a sonreír, su mirada estaba nublada por la decepción y la impotencia, su ánimo se había venido abajo, únicamente se dedicaba a cuidar de sus hijos y acompañar a su marido durante las comidas. El Sr. Mackenna había ido para entregar las cuentas correspondientes y ponerla al tanto de la florería, pero Lizzie pidió que la disculparan su pretexto de sentirse indispuesta, aun cuando tenía varios bocetos hechos por Georgiana con nuevos modelos para implementarlos.
Darcy estaba muy preocupado por ella, sabía perfectamente el motivo por el cual se encontraba en ese estado, la veía como hacía varios años cuando se angustiaba por su infertilidad, pero ahora no sabía qué hacer para ayudarla, solo darle tiempo para que asimilara las nuevas circunstancias de su vida y las aceptara con resignación. Había tratado de mantenerse cerca de ella cuando estaba en su compañía y ser cariñoso, pero cada vez le era más difícil respetar los límites y había tenido que procurar guardar distancia, sintiendo un dolor muy profundo al verla tan deprimida. Había empezado a ver las consecuencias de su decisión que no había considerado y que no eran agradables.
El sigilo fue roto por el Sr. Smith, que entró para anunciar la llegada de un visitante: la Sra. Willis. –Pero... –murmuró Darcy extrañado.
–¡Pero eso no es posible! –replicó Lizzie con más energía, sin pensar en mantener la compostura ante el
mayordomo, quien la observó sorprendido.
–Por favor, hágala pasar al despacho...
–Darcy... –insistió con lágrimas en los ojos, impotente ante su problemática y ante esta nueva amenaza.
–Y mande llamar a... al Sr. Webster de inmediato. Necesito que me ayude.
–Sí señor –dijo el mozo retirándose para cumplir las órdenes.
–Darcy, no pensarás recibirla.
–No puedo creer que haya venido desde Londres solo para ver algunos detalles de las tiendas. Pensé que se olvidaría del asunto por algunas semanas. Claro, hoy es lunes y ella había confirmado su asistencia para vernos en la capital.
–Entonces no la recibirás.
–Solo será un par de horas.
–Pero el Sr. Churchill no te escoltará, entonces te acompañaré yo.
–No Lizzie –indicó mientras la tomaba de la mano con cariño para sosegarla–, no quiero que te encuentres con esa mujer, ya nos ha hecho bastante daño.
–¿Y el daño que nos quiere hacer con sus visitas?
–Si tú estás a salvo, yo me puedo quedar tranquilo.
–Pero yo no podré estar tranquila sabiendo que estás a solas con ella.
–Te prometí que no estaría solo en su presencia, por eso he llamado al Sr. Webster, le pediré que me escolte todo el tiempo.
–¿Es muy urgente su asunto?
–Si no la atiendo ahora, no se va a retirar de la casa.
–Pensé que hoy estarías más tiempo con nosotros.
–Prometo despacharla lo más pronto posible –dijo y le dio un beso en la mano.
Alguien tocó a la puerta y entró el Sr. Webster, dirigiéndose hacia su amo.
–¿Me mandó llamar, señor?
–Sí, necesito que me escolte en mi oficina.
–¿Cómo? Sí señor –asintió, sin entender del todo a lo que se refería.
–La Sra. Willis se encuentra en el despacho.
–Comprendo señor.
Darcy se inclinó ante su esposa y se retiró con el mozo.
Lizzie se tapó la cara con las manos, tratando de controlar la ira que sentía, así como la frustración que la invadía. ¿Cómo era posible que ahora se tuvieran que enfrentar a ella, además del creciente alejamiento que Lizzie sentía de parte de su marido, aun cuando ambos estuvieran en la misma pieza?
–¿Se siente bien, Sra. Darcy? –indagó el Sr. Smith que traía la bandeja de plata con una carta para su ama. –Sí, gracias –respondió disimulando su malestar y tomando la misiva.
Lizzie la abrió, extrañada de ver el nombre de la persona que se la enviaba: el Sr. Collins.
"Mi muy estimada Sra. Darcy: Me he atrevido a molestar a Su Señoría ya que he esperado respuesta de mi muy generoso bienhechor, el Sr. Darcy, para solicitarle una audiencia, debido a que quiero expresar mi más calurosa bienvenida a su familia, así como los cuantiosos agradecimientos de que soy testigo después de haber repartido los maravillosos regalos que usted ha mandado a la gente que ha necesitado ayuda por las fuertes nevadas de este invierno. Mi amada esposa me ha participado su anterior visita y deseo expresarle a usted y a su esposo nuestro más sincero afecto y gratitud por toda la bondad que siempre los ha caracterizado, esperando que me puedan recibir a lo largo de este día..."
–Sr. Smith, por favor mande un recado al Sr. Collins y discúlpeme con él. Hoy no lo podremos recibir.
El mozo asintió y recorrió la silla de su ama para ayudarle a ponerse en pie. Lizzie pasó junto a la chimenea y envió la carta al fuego, eso era lo último que le faltaba soportar.
Darcy se había despertado en la madrugada y no había podido conciliar el sueño desde entonces, su mente giraba y giraba sin detenerse y sin encontrar salida a su situación: no sabía qué hacer. ¿Qué le habría aconsejado su padre ante esta problemática? Sintió una profunda tristeza al advertir su ausencia, como nunca la había percibido, pero ahora se encontraba solo, a pesar de que su mujer durmiera en el mismo lecho. La decisión la tenía que tomar él, aun cuando ya había dictaminado parecía que debía volver a tomarla cada día, cada minuto que se encontraba al lado de su mujer, renovarla constantemente y esto estaba acabando con su autodominio.
Aspiró profundamente y se dio cuenta de que había sido un error enorme: el aire olía a ella. Se cuestionó si sería conveniente trasladarse a otra habitación para acabar con esa tortura, le había prometido que nada más cambiaría entre ellos pero la realidad se imponía, estaba enloqueciendo, y no solo al lado de ella, su irascibilidad estaba presente todo el tiempo y se había visto reflejada hacia otras personas.
La luz que se filtraba en las orillas de la cortina estaba aumentando, la bebé no se había despertado desde hacía cuatro horas, ya dormía más tiempo. Él había seguido los movimientos de su esposa cuando se había levantado a amamantar y la había observado con la irrisoria luz de una vela, aun en la penumbra se vislumbraba la insondable tristeza que sentía. El recuerdo de verla alimentando a su pequeña, el olor que se percibía en toda la habitación inundado de ella, la respiración profunda que se escuchaba tan cerca hizo que su cuerpo se tensara, se girara y se incorporara un poco para contemplar su belleza, ella estaba de espaldas a él. Dormía plácidamente, bendito sueño que hacía que se viera en paz, parecía que sonreía o al menos eso era lo que deseaba. Ya no había visto esa sonrisa, desde aquella noche que realizó el esfuerzo más grande de su vida.
Su brazo estaba descubierto, el delicado camisón de seda tenía unos tirantes muy delgados, la cobija la cubría hasta la cintura y sintió una enorme necesidad de acariciar esa piel que lo invitaba a recorrerla con sus besos, tal vez estaría un poco fría. Se acercó a ella sin tocarla para irradiarle un poco de su calor, él sentía que se abrasaba recordando todas la veces que la había despertado para hacerle el amor. Definitivamente no quería despertarla, pero estaba tan cerca, deseaba romper la barrera de sus dudas y aproximarse un poco más, tal vez subirle el camisón solo unas pulgadas para rozarla, –una caricia que estuvo a punto de hacerle perder la cabeza hacía unas noches–, sabía que debajo del camisón solo encontraría su hermosa piel, aunque no había sido así siempre.
Suspiró profundamente para tratar de controlar su enorme deseo, pero no pudo evitar que sus recuerdos se fueran al pasado, a las primeras veces que estuvo con ella y el pudor que la había invadido, lo "difícil" que había sido para él descubrir su cuerpo y que ella durmiera desnuda entre sus brazos.
–¿Aceptarías mi invitación a disfrutar de un baño caliente en mi compañía? –inquirió Darcy mientras la abrazaba y acariciaba su larga cabellera tumbado sobre la cama, deseando rozar su espalda, la curva de su cadera, su trasero... pero era demasiado pronto.
–¿Un baño?, ¿acaso sería apropiado?
–Después de lo que hemos compartido anoche y hace unos momentos, sería muy apropiado. Máxime, si quiero seguir disfrutando de tu sedosa piel –aclaró acariciando su incipiente barba con la mano libre. –Además de que tendremos que ir a Londres.
–Tal vez esa parte del plan decida posponerla.
–¡Sr. Darcy! ¿Y qué haría todo el día en lugar de viajar?
–Disfrutar de nuestra luna de miel.
–Ya veo –dijo riendo, sosteniéndose sobre su codo y cuidando de taparse bien con la sábada de seda–. En ese caso, pondré mis condiciones.
–¿Tus condiciones?
–Sí, quiero que el baño sea de burbujas... después de desayunar porque muero de hambre, y te taparás los ojos cuando me meta en la tina.
–¿Y cuando salgas también?
–¡Por supuesto!
Tras reflexionarlo unos momentos, Darcy asintió.
Lizzie se sentó sosteniendo firmemente la sábana y se giró para bajar los pies. Darcy sonrió al ver su hermosa espalda, su estrecha cintura, sus caderas redondeadas y parte de su trasero desnudo mientras ella se cuidaba de taparse por enfrente y cubrirse con la bata. Contempló la elegancia de sus movimientos al levantarse, aunque percibió la vacilación de sus primeros pasos, esperaba que ya no estuviera tan dolorida. Se deleitó admirando el contoneo de sus caderas al caminar, hasta que sintió que una bata azul se estrellaba contra su rostro en tanto su mujer se reía y desaparecía tras cerrar la puerta del baño.
Darcy sonrió al recordar el segundo día de matrimonio, que marcó el inicio de una felicidad que nunca creyó posible compartir con otra persona. No pudo evitar zambullirse en su memoria, aun cuando eso no ayudaba a bajar su excitación...
–Veo que mi deseo se hizo realidad –indicó Lizzie sonriendo al ver a su marido dentro de la bañera cubierta por abundantes burbujas.
Aun así, cogió la caja del jabón y vertió un poco más en el agua, sintiendo la atenta mirada de su esposo. Había sentido muchas veces que los "caballeros" la desnudaban con la mirada, se dio cuenta de que en esta ocasión no le molestó, pero eso no significaba que estuviera lista para despojarse de la delgada bata. –Darcy...
–Perdóname Lizzie, ¿decías? –indagó su marido percatándose de su indiscreción, no quería asustar a su esposa con su comportamiento, alegrándose de que estuviera cubierto por burbujas y no se diera cuenta de su pronta reacción.
–Que se ve delicioso.
–No te imaginas cuánto.
–... el baño.
–Sí, por supuesto. ¡Oh! Olvidé algo –dijo queriéndose incorporar pero su esposa se tapó los ojos rápidamente–. ¿Qué pasa?
–¡Estás desnudo!
Darcy sonrió y se volvió a sentar.
–Si prefieres puedes pasarme la botella que está al lado del jabón.
–¿Esta? –cuestionó tomándola.
–Sí.
–¿Qué es? –preguntó mientras se la entregaba.
–Aceite –indicó mientras vertía un poco en el agua–. Consejo de un buen amigo.
–¿Para qué es?
–Ya lo verás. ¿Vienes?
–Primero tápate los ojos.
–¡Oh! Claro.
Lizzie, desconfiando de su marido, se acercó a él y le cubrió el rostro con una toalla.
–Así está mejor.
–Está muy resbaloso Lizzie, ten cuidado –advirtió mientras extendía su mano para que se sostuviera de ella. Lizzie se quitó la bata, la dejó sobre la silla y lo asió fuertemente, sintiendo en su pie el resultado del aceite. Se sentó con cuidado y se recargó en el regazo de su esposo, sorprendida de lo que sentía en la espalda. –¡Sr. Darcy!
–Creo que debes sentirte orgullosa de lo que provocas en mí –dijo mientras la abrazaba y la besaba en el cuello, en la oreja...
Darcy suspiró profundamente sintiendo una enorme añoranza. Con el tiempo había aumentado la confianza, una confianza que por todos estos años había atesorado y ahora era una amenaza para él.
"Solo unas pulgadas", pensó recordando que sus cuerpos embonaban a la perfección, "solo un momento" se acercó un poco pero se detuvo al notar que su esposa se movía. Lizzie se destapó, al parecer sí le había llegado su calor.
"¡Vaya sorpresa!, ese detalle lo había olvidado", pensó Darcy al ver que el camisón le cubría hasta la cintura, sintiendo su acelerado corazón latir desbocadamente. La curva de su hermosa cadera hizo que deseara acercarse para besarla, sentir esa piel en los labios como había anhelado disfrutarla cuando Lizzie había guiado sus manos sobre ella, se separó un poco para poder contemplarla en su totalidad quedándose perplejo... era perfecta, parecía una diosa...
Tras unos minutos de permanecer hechizado, la situación se volvió más difícil cuando Lizzie se giró quedando boca arriba. Darcy suspiró sin poder apartar la mirada, parecía que el mismo Dios estaba de acuerdo en que fuera tentado de esa manera: el camisón le rozaba el ombligo, el mismo que había saboreado infinidad de veces; bajó la vista lentamente para observar con detalle el vientre plano, ahora estaba vacío pero en cualquier momento, si no se contenía, podría ser ocupado nuevamente. Evitó pensar en eso y admiró la firme y tersa piel que lo cubría, instigándolo a tocarla, a besarla, y luego... su mente se quedó en blanco, sin moverse, sin querer despertar de ese sueño y volver a su realidad que se estaba convirtiendo en un infierno.
–¿Está muy fea mi cicatriz? –indagó una dulce voz que denotaba tristeza, sacándolo abruptamente de su contemplación.
Darcy se encontró con sus hermosos y expresivos ojos, "si no fueran tan expresivos no me dolería tanto", pensó al ver que reflejaban una insondable congoja. Volvió su vista a su perdición y se acercó para besar lentamente y con gran ternura la cicatriz que había causado tanto daño, que seguía ocasionando gran sufrimiento para ambos y la recorrió desde el extremo superior hasta sentir el roce de sus rizos en los labios. Deseando con toda el alma continuar, se incorporó y vio a su mujer.
–He de confesarte que ni siquiera me había fijado en ella.
–Entonces, ¿por qué te detienes?
–Porque te amo.
Lizzie sintió sus ojos llenarse de lágrimas, viendo a través de ellos a su turbado marido. Se giró para incorporarse y ponerse de pie, se secó el rostro con el dorso de la mano caminando rápidamente rumbo a su vestidor antes de soltar los sollozos que contenía con toda su voluntad.
Darcy se lamentó profundamente que su "acertada" decisión estuviera ocasionando tantos estragos en ellos, algo que no había imaginado que podría pasar, y le dolió mucho la resignación a la que su mujer había sucumbido, además de su depresión, siendo que siempre había sido una luchadora en pro de sus objetivos. Él estaba provocando que la llama de vida y de alegría de su esposa se estuviera consumiendo, pero ¿qué podía hacer para evitarlo?
En el comedor continuaba el silencio, Darcy había ido a buscar a su mujer a su habitación después de cabalgar, le había llevado unas flores que juntó del invernadero, pero al entrar a su alcoba la había visto con los ojos llorosos aun cuando ella trataba de disimular su estado, recibió las flores con una sonrisa forzada, descorazonando a su marido por completo.
Darcy la observó por unos minutos, ella comía su fruta con la cabeza baja, contemplando el diseño del plato sin ponerle verdadera atención. Él tomó su mano y le dijo:
–Me preguntaba si estarías de acuerdo en que realicemos el bautismo de Stephany en dos semanas. Por supuesto tu madre, tus hermanas y tus tíos pueden quedarse en Pemberley el tiempo que tú decidas.
Lizzie encontró su mirada y asintió.
Él percibió un gran desconsuelo, tenía la esperanza de que su mujer mostrara entusiasmo con la propuesta, tal vez organizar los preparativos y la ilusión de invitar a su familia la ayudaría a distraerse y animarse.
El Sr. Smith se acercó para entregarle una misiva al Sr. Darcy, quien al verla le participó:
–Es de Bingley.
Darcy la abrió y leyó en silencio, sonriendo ante la perspectiva de causarle una alegría a su amada.
–Dice que nos invitan a cenar hoy.
–Perdóname Darcy, pero no me siento bien –indicó Lizzie dejando su servilleta sobre la mesa y levantándose de la silla–. Por favor discúlpame con mi hermana.
Darcy la siguió con la mirada hasta verla desaparecer detrás de la puerta.
–¿Desea que mande llamar al Dr. Thatcher, señor? –indagó el Sr. Smith.
–No, no, hasta que la señora o yo se lo pidamos, pero mande una disculpa al Sr. Bingley, no podremos acompañarlos.
–Sí señor.
Darcy terminó sus alimentos con enorme desgana, agradeció al mozo que estaba a su espalda y se retiró a su habitación para buscar a su mujer, pero no la encontró. La buscó en la pieza de al lado hasta encontrarla en el salón de juegos con sus hijos. Los niños se acercaron a él cuando lo vieron y después de dedicarles unos minutos se acercó a Lizzie que se encontraba en el sillón con la pequeña en brazos, debidamente cubierta. –¿Te sientes mejor?
–Sí gracias –dijo para contestar con cortesía.
–¿Quieres que mandemos llamar al médico?
–No es necesario, gracias.
Darcy tomó asiento a su lado, cogió el libro en francés que su esposa leía en esos días y leyó en voz alta, como se lo había pedido a su regreso de Oxford. Sentía enormes deseos de complacerla de todas las formas posibles para recuperar su alegría, aunque no podía incluir las que rebasaban los límites autoimpuestos.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Where stories live. Discover now