Capítulo 30

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Pasaron los días y Lizzie se sentía cada vez más deprimida y confundida. Hizo algunos arreglos para el bautismo de su hija y encargó a la Sra. Badcock y al Sr. Smith realizar los pendientes, ya que ella se sentía indispuesta. Su mente se había saturado de pensamientos contradictorios al considerar la opinión de su marido con más seriedad: ¿qué sería de sus hijos si ella falleciera prematuramente?, ¿qué haría su marido?, ¿se volvería a casar? Solo de pensar en que otra mujer podría ocupar su lugar como esposa y madre de su familia le provocaba un profundo dolor, aunque fuera una buena mujer: perderse los siguientes años de felicidad al lado de su esposo, viendo crecer a sus hijos, aprender cosas nuevas y divertirse, acompañarlos y aconsejarlos en sus tristezas. Quizá no estaba considerando el sufrimiento que les provocaría con su ausencia. ¿Acaso no estaba siendo egoísta en su empeño de que su marido cambiara de opinión?
Había permanecido en casa dentro de las habitaciones superiores, recibió una carta de Jane en donde le expresaba su preocupación debido a que no habían podido asistir a la cena y ella contestó con inusitado laconismo. Por eso, no era de extrañar que al poco tiempo Jane se presentara en Pemberley para preguntar si la Sra. Darcy estaba en condiciones de recibirla.
Al escuchar que la Sra. Bingley había ido a visitarla, Lizzie esperó que su tristeza no fuera tan evidente para su hermana y la recibió simulando una tranquilidad que en realidad estaba lejos de sentir, pero Jane no tardó en darse cuenta de que algo le preocupaba.
–¿Christopher ha estado bien de salud? –indagó tratando de averiguar la razón que la tenía turbada.
–Sí, debo estar muy pendiente de su estado ya que pronto iniciará la primavera, pero hasta el momento goza de buena salud.
–¿Y el Sr. Darcy?
Lizzie bajó la mirada inconscientemente y su sonrisa se desvaneció, revelando que había dado en el clavo. –¿Hay algo de lo que quieras platicar?
–Jane... –respondió confusa, sin saber qué decir o por dónde empezar–, el Sr. Bingley y tú... –se detuvo y suspiró–, tu marido y tú... Me dijiste hace tiempo que ya no tenían intimidad por la posibilidad de que tuvieras un embarazo de alto riesgo.
–Sí, así es. Una decisión que tuve que aceptar aun cuando no estuve de acuerdo y por lo cual estoy arrepentida.
–¿Por qué aceptaste?
–El Dr. Thatcher habló con nosotros y Charles decidió que no quería correr riesgos... y yo estaba tan deprimida por la muerte de mi hija que no tuve el valor de enfrentarlo. Con el tiempo me he arrepentido de no haber tenido la fortaleza para expresar y defender mi opinión, porque ha sido la causa de que nos hayamos alejado otra vez, provocando una enorme soledad en nuestras vidas, como si estuviéramos conviviendo dos extraños. Desde hace mucho dormimos en habitaciones separadas y la conversación se ha limitado al tema de los hijos o de la situación en general, sin profundizar en lo que cada uno piensa o siente. Lizzie, si tu estado es similar... no permitas que te arrebaten la estabilidad conyugal por eso. El Dr. Thatcher nos dijo que era nuestra decisión, pero que había ciertos riesgos de los cuales él estaba obligado a comentar, sin embargo, no hay nada escrito, la naturaleza es muy sabia y a veces la curación llega con el tiempo. El problema es que el tiempo es tu peor enemigo cuando ya ha iniciado el alejamiento. Hay un punto de no retorno que, supongo, lo pasé hace mucho.
–Entonces, ¿qué vas a hacer?
–No lo sé, seguir la vida como viene y resignarme a lo que sembré. Ahora no puedo quejarme de lo que estoy cosechando si todo esto lo he provocado yo.
–¿Te conformas con eso?
–No, pero las veces que he tocado el tema... no ha servido de nada, parece como si no me escuchara.
–Jane, me apena tanto escuchar eso. Yo quería preguntarte cómo hacían para vivir así y veo que... No puedo darme por vencida pero ya no sé qué hacer. ¿Y si Darcy tiene razón y dejo desamparada a mi familia?
–Eso podría suceder en cualquier momento y no solo por esa razón. Sin embargo, sigues con vida y a su lado.
–A veces siento que no me escucha, que está amarrado tan fuertemente al deber ser que...
–Sucede lo mismo con Charles, con la diferencia de que en mi caso ya ha pasado mucho tiempo y que existen heridas viejas, rencores y malas impresiones que no han sanado. Siento mucho no poder decir más, solo que no te des por vencida, no te conformes con la decisión que él ha tomado y trata de convencerlo de lo contrario.
–Pero ¿cómo?
–Si supiera la respuesta, mi situación sería muy diferente.
Cuando Jane se retiró, Lizzie sintió una amargura sin paragón. Resonó algunas de las conversaciones que había sostenido con Jane sobre temas íntimos y recordó que su hermana había recurrido al consejo del Sr. Elton en alguna ocasión, el vicario que había visto hacía pocos días y que bautizaría a su hija.
Terminó de alimentar a Stephany y se dirigió a la habitación de sus hijos, donde estaban disfrutando de su siesta, para avisarle a la Sra. Reynolds que saldría para ultimar algunos detalles del bautismo con el Sr. Elton, por lo que le pidió que se hiciera cargo de los niños durante su ausencia.
Cuando el carruaje arribó a Kimpton, Lizzie observó que un hombrecillo vestido de negro se acercaba corriendo a recibirla: el Sr. Collins. El lacayo abrió la puerta y el susodicho se asomó impresionado:
–¡Sra. Darcy! ¡Qué gran honor hemos recibido con su visita! La esperábamos hasta el siguiente domingo con su familia –dijo, ofreciendo su mano para ayudarla a descender, por lo cual Lizzie estuvo obligada a aceptarla–, pero es un verdadero y gran placer que...
–¿Se encuentra el Sr. Elton?
–Sí, por supuesto, también está mi esposa, la Sra. Collins...
–Quisiera hablar un momento con el Sr. Elton, si fuera tan amable en participarle mi visita.
–Supongo que para ultimar los detalles del bautismo de su hermosa hija –comentó mientras la acompañaba a la abadía–, claro que a mí me hubiera encantado presidir la ceremonia por nuestro parentesco. Finalmente es mi sobrina por parte de su amado padre y usted sabe el gran cariño que siempre le hemos guardado a su familia...
Lizzie suspiró y distrajo su atención para no seguir escuchando la retahíla de sandeces que el pobre hombre decía y que no podía interrumpir sin verse grosera mientras la conducía hasta la oficina del vicario.
–Sr. Elton –llamó el Sr. Collins a la puerta y por fin abrió–, la Sra. Darcy ha venido a buscarlo.
–Gracias –dijo poniéndose de pie con cierta dificultad para recibirla–, Sra. Darcy.
Lizzie hizo una reverencia y esperó a que le ofrecieran asiento, seguido de un incómodo silencio.
–Sr. Collins, gracias. Ya puede retirarse.
–Estaba pensando que tal vez mi presencia sea de utilidad, yo podría ayudar...
–Si lo necesitamos lo llamaré... y cierre bien la puerta... Disculpe el atolondramiento del Sr. Collins, es un buen hombre y nos permite ejercitar con más constancia la virtud de la paciencia. Me imagino que quiere verificar que todo esté listo para la ceremonia de mañana...
–En realidad, el motivo que me trae es diferente... Quisiera platicar con usted para pedirle su consejo y confesarme.
–Por supuesto. ¿En qué puedo servirle?
–Mi marido y yo estamos pasando por un momento difícil. Tras el último parto yo quedé lastimada y, aun cuando el Dr. Donohue ya me dio de alta, ha recomendado que no tengamos otro embarazo y...
–Entiendo.
–El Dr. Thatcher nos puntualizó que sí existe un riesgo, pero que también hay posibilidades de una completa recuperación. Nos ha sugerido que esa decisión la tomemos nosotros, mi marido ha dispuesto que vivamos en abstinencia y yo no estoy de acuerdo.
–¿Usted quisiera otro embarazo?
–Sr. Elton, usted es testigo de lo difícil que fue para nosotros concebir nuestro primer hijo, yo le doy gracias a Dios por los hijos que nos ha concedido y con gusto recibiría a otro si es que me lo manda, aunque no es mi objetivo. Yo amo a mi marido y no quiero perderlo, no puedo seguir viviendo con él como si fuera un hermano o un amigo, y sé que él también quiere una esposa en el amplio sentido de la palabra, pero tiene tanto miedo de que yo quede encinta y muera a consecuencia de su concupiscencia, está convencido de que su deber es protegerme inclusive de él mismo y ambos estamos sufriendo y alejándonos... De igual forma, me duele profundamente pensar en que tal vez tenga razón y yo deje abandonada a mi familia, ¿estoy siendo egoísta?
–Supongo que ha hablado con él de su inconformidad.
–Varias veces, pero pareciera que no me escucha y ya no sé qué hacer. ¿Cómo se puede vivir así?
–Hay matrimonios que viven felices de esa manera, pero ambos deben estar de acuerdo. Si hay uno en desacuerdo genera una infelicidad que afecta a los dos y a la larga también a los hijos. Usted no está siendo egoísta al pensar en su felicidad. En el fondo sabe que este alejamiento no solo será en el aspecto íntimo, se verá reflejado en todos los ámbitos de su vida matrimonial y familiar, ocasionando infelicidad en ambos cónyuges que afectará también a los hijos. Si usted es desdichada, reflejará su frustración a sus hijos y su educación, ellos también serán infelices y recibirán un testimonio equivocado de lo que es una verdadera relación de pareja, formando matrimonios desventurados en el futuro. No hay nadie mejor que los padres que se aman para enseñarles a sus hijos las cosas del corazón, que son las que nos dan la felicidad. ¿Pensar en una muerte prematura le genera angustia? A cualquier persona le sucede eso, pero solo el Creador tiene el control sobre la vida y la muerte, recurramos a Él para que le conceda una vida larga y feliz. Recuerde que Dios nos habla a través de su doctrina y también de nuestros sentimientos, si ambos están sufriendo por esta decisión está claro que no es el camino, Dios es nuestro Padre y también nos ama y quiere que seamos dichosos. Asimismo, tomemos en cuenta que, así como es recomendable recibir el sacramento de la penitencia o de la comunión con frecuencia, el sacramento del matrimonio se actualiza en cada relación íntima y se reciben los dones para salir adelante en este difícil camino, esas gracias que también serán derramadas a los hijos. En el matrimonio estamos convocados a esa entrega del cuerpo constantemente. El ser humano es más persona y más feliz conforme aumenta su capacidad de amar, asemejándose a Dios, esto sucede también en el amor conyugal. En caso de los consortes que por razones de peso han decidido vivir en abstinencia, también están llamados a esa entrega íntima a través del cariño de todos los días, del contacto físico y la demostración de afecto, fuimos creados para no estar solos y es terriblemente triste cuando nos sentimos solos aun cuando nuestro cónyuge se encuentre a un lado. Entiendo perfectamente la difícil situación que está pasando el Sr. Darcy porque yo viví una realidad similar, también la comprendo a usted porque tuve una maravillosa esposa que luchó contra mi tozudez, aunque no sobreviviera a su último parto...
–¡Oh, lo siento tanto!
–Las cosas suceden por voluntad de Dios, para mí fue muy difícil, al igual que para mi amigo el Dr. Thatcher que no pudo hacer nada para salvarla, pero debemos aceptar sus designios. También comprendo que el Sr. Darcy ya ha sufrido muchas pérdidas importantes en su vida y es lógico que quiera evitarse ese sufrimiento y también a sus hijos. Asimismo, está tan amarrado a su deber de brindar protección que no le permite ver la infelicidad que podrían vivir a lo largo de los años y el daño que provocarán a su familia. Afortundamente usted sí lo ha visto y está luchando para arreglar la situación.
–Pero ya no sé cómo –indicó con lágrimas en los ojos.
–Le diré lo que hizo mi esposa, algo que me confesó pocos días antes de su deceso –explicó bajando la mirada, recordando la felicidad de ese día y el profundo dolor que sintió con su pérdida–. Debo reconocer que ella vivió dichosa y tuvimos un matrimonio fausto, únicamente lamentó haberme dejado solo con nuestros hijos, pero murió en paz y con una sonrisa en los labios. Desde que era joven ella soñó con un matrimonio con amor, una familia unida y feliz, con un esposo –del cual no conocía rostro– que la amara, la comprendiera, la consolara, la apoyara y la respetara y al que ella pudiera corresponder de la misma manera. Todo iba bien, con sus altas y bajas, hasta que pasamos por esa crisis, me dijo que intensificó su oración pidiendo por mí y que todos los días por las mañanas y por las noches, como lo había hecho durante años, se imaginaba su sueño cumplido: nos veía a nosotros y a nuestros hijos felices, con nuestros rostros y nombres... En su visión agregó imágenes de cuando la besaba y la acariciaba como a ella le gustaba, como si de verdad estuviera sucediendo... y sucedió.
–¡Vaya! Y si esos besos y esas caricias subieran de tono, ¿se considerarían como malos pensamientos?
–Si es con su marido por supuesto que no, solo que los deseos que se despierten quedarán insatisfechos y provocarán mayor frustración. Recuerde que Dios creó la sexualidad para lograr la unión total entre marido y mujer, en cuerpo y alma, y como resultado de esa entrega completa y demostración de su amor, la semilla de su esposo debe ser depositada en su interior, en el canal de la vida, y ser receptivos a la concepción: no puede consumir nada que atente contra una nueva vida o que la evite. No sé cuánto tiempo necesite su marido para reconocer su error pero no desista de su lucha, no piense en qué tiene que hacer para lograr su objetivo, eso déjeselo a Dios, pero tenga muy claro su sueño constantemente en la mente, llene su cabeza de pensamientos positivos y eso provocará cambios en él. Finalmente, al estar casados forman un solo ser, lo que afecta a uno le afecta al otro, para bien o para mal. Con esto no quiero decir que no sentirá frustración, impotencia, dolor o soledad si es que el cambio es paulatino, pero no permita que el rencor germine en su corazón y comprenda que el Sr. Darcy tomó esa decisión porque la ama y piensa que es lo mejor para usted. Lizzie agradeció y tras recibir el sacramento de la penitencia se retiró sin encontrarse nuevamente con el Sr. Collins. En el camino de regreso a su casa se percató de su escepticismo al consejo del Sr. Elton, pero en realidad no tenía nada que perder, por lo que decidió que lo pondría en práctica.

LOS DARCY: UN AMOR A PRUEBA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora