Capítulo 46

710 104 59
                                    

Los ojos oscuros del menor miran los productos de los estantes, y su mano izquierda sostiene una lista de víveres con su desaliñada caligrafía impresa en tinta azul. Por otro lado, el rubio empuja el carrito de compras lleno a reventar, detrás del morocho y viendo a éste con una sonrisa en su rostro.

Mirio observa como Tamaki debate en cual suavizante comprar entre una variedad casi ilimitada de productos, con una mano en el mentón de manera pensativa y las cejas ligeramente fruncidas. Una sensación cálida en el pecho de Togata le hace sentir bien con la situación, como si fuesen una pareja de casados que compran la despensa mientras su pequeña espera en casa junto a Nejire. Eso suena tan cursi y meloso que provoca una risita en el mayor que, por suerte, pasa desapercibida por el más bajo.

—Ya hemos terminado— dice Amajiki, dejando un suavizante de envase púrpura en el carrito—. Podríamos llevarle algo a Eri. Como un dulce.

—La conscientes demasiado— asegura Togata, empezando su camino hacia la caja.

—¿Eso crees?— murmura Tamaki, doblando la lista y guardandola en los bolsillos de su pantalón—. No soy muy bueno con los niños... Pensé que a Eri le gustaría algún bocadillo. Es todo.

—Uhm... Quizás un chocolate pequeño no estaría mal.

Al llegar a la caja de cobro, entre los dos muchachos vacían el contenido del carrito en el banda transportadora hasta llegar al trabajador que escanea los códigos de barras para hacer la suma de los precios; Mirio toma un chocolatito con forma de pez y la deja junto a lo demás. Finalmente, el rubio es quien paga por todo y, con ayuda del morocho, lleva las bolsas de vuelta a casa.

—Gracias por acompañarme— dice el rubio, sonriendo.

—No hay de qué— dice Tamaki, restándole importancia y devolviendo la sonrisa de una manera timida—. Necesitabas ayuda.

—Eso es verdad. Tú y Nejire realmente me son un gran apoyo. Hablando de apoyo... ¿Irías conmigo y Eri a hacer unas compras para el inicio de clases? Quiere comprar libretas y esas cosas. También tengo que ir por el uniforme escolar. Y quiere una mochila nueva— un suspiro escapa de los labios de Mirio, algo cansado—. Es mucho trabajo cuidar de una niña.

—Lo es. Pero no te preocupes— habla Amajiki, tomando una pausa por unos segundos y sintiendo sus mejillas enrojecer—. Porque yo estoy aquí.

Los ojos azules de Mirio le miran con sorpresa un instante antes de formar una mueca facial para demostrar lo conmovido que aquella frase lo hace sentir, casi derritiéndose como chocolate al Sol.

—Muchas gracias.

Luego de una caminata llena de pláticas banales sobre temas sin mucha profundidad, llegan a la casa de Togata; a la puerta, el rubio batalla para tomar sus llaves y abrir la cerradura, pero a fin de cuentas lo logra. Al entrar se retiran el calzado con descuido y se dirigen a la cocina mientras Mirio anuncia su llegada. Los pasitos rápidos de Eri se escuchan por la primer planta, bajando las escaleras hasta llegar a donde su tutor.

—¿Ayudo?— pregunta ella, de forma dulce.

—Oh, por favor— responde el rubio, inspeccionando cual de las bolsas tiene menos peso para entregárselas a la niña—. Son cosas que van en el baño. Ve a acomodarlas en el mueble del lavabo, ¿sí?

—Está bien. Nejire-san se ha quedado dormida.

—¿De verdad?

—Sí. Está en mi cuarto. ¿La despierto?

—No, déjala. Seguro está cansada.

—Bueno— asiente ella, obediente—. Ahora vuelvo.

Y ambos divisan que ella se va corriendo hacia las escaleras, pero al llegar al piso superior se mueve con cuidado, con sigilo para no despertar a la muchacha de largo cabello cían. Mirio entonces se dirige a la cocina mientras que Tamaki se queda aún frente a la puerta, apreciando como la espalda de su mejor amigo, ancha, se aleja y ahora fijando sus pupilas en el resto de la casa; mira la sala de estar, las escaleras y, por último, observa sus Vans, negras, entre los zapatitos rojos de charol de Eri y las zapatillas deportivas blancas de Mirio. No sabe por qué un sentimiento curioso emerge de la boca de su estómago que asciende por su tráquea y se acomoda en su pecho, encima del corazón. Es raro, no sabe con exactitud qué es. Solo puede describir que tiene un sentimiento de pertenencia, como si esta no fuese la casa de su mejor amigo, si no la suya, como si estuviese llegando a su hogar. Extraño. Sus pupilas entonces se percatan de las zapatillas de piso rosas de Nejire y comprende que lo que pasa por su cabeza en ese momento es ridículo.

...

Para cuándo terminan de acomodar todas las compras en sus respectivos lugares, Hadō aparece, con el cabello alborotado y los párpados entre abiertos en un claro gesto de que se encuentra aún cansada, somnolienta, guiada de la mano por la pequeña de ojos rojizos.

—Hadō, ¿qué tal dormiste?— pregunta Mirio, haciendo un nudo a una de las bolsas plásticas para poder guardarla y reusarla.

—Bien. Realmente lamento haberme dejado llevar.

—No te preocupes, has estado trabajando turnos dobles, ¿no?— ella asiente, frotándose los ojos con una mano y acercándose al rubio mientras Tamaki guarda lo último en la alacena—. ¿Quieres que te preparé algo?

—No, muchas gracias.

—Gracias a ti por cuidar de Eri mientras no estaba.

—No ha sido nada. Ella y yo nos divertimos, ¿verdad? — la mayor sonríe hacia la niña que asiente repetidas veces, aún de la mano con ella—. Me gustan los niños y Eri es bastante tranquila. No me causó ningún problema.

—Me alegra oír eso— asegura Togata, peinando el cabello de Nejire con los dedos con demasiada facilidad para lo desordenado que se ve—. Te debo una grande.

—Te tomaré la palabra. Ya pensaré en qué podré pedir tu ayuda.

Tamaki cierra la puerta de la alacena y se gira a mirar al resto de los presentes, deteniéndose a inspeccionar la imagen que ellos dan; una familia. Una pareja joven cuidando de una niña. Algo se remueve en su interior al no encontrarse en aquella perspectiva. Algo le arde, mas no encuentra explicación y decide ignorarlo para continuar con lo suyo.

Sentimientos por la LunaWhere stories live. Discover now