C3: Pijamada.

85 9 39
                                    

Pongamos un tema principal en la mesa y hagamos un debate sobre eso. Es algo que siempre digo, lo que hago con cada conflicto que pasa frente a mi vida; inculcado únicamente por mi madre.

Mi madre: más que independiente, siempre fui fiel creyente de que todo recaía en su rebelión ante muchos aspectos, más que todo en aquellos que ponen en juego su libre felicidad. «Si algún día tienes un problema, pon el tema sobre la mesa y hagamos un debate sobre ello; verás que así podremos solucionarlo juntas.» dijo aquella vez, cuando descubrió la cantidad de cosas que le ocultaba.

Fue así como descubrí que, por más que le ocultara el dolor que permanecía dentro de mí, la vida no sería menos dura, y sobre todo, nada me devolvería a mi padre para curar mis heridas. Por el contrario, ser abierta respecto a mis malestares con mi progenitora traería consigo no solo una unión más grande, también la aceptación sobre la realidad que tanto necesitaba. Que aún, luego de tantos años, necesito cada cierto tiempo. Eso que todos necesitamos por lo mínimo una vez en nuestras vidas.

Pero las cosas no son tan sencillas como parecen. Podías ser abierta, podías aceptar tu realidad y vivir con eso, pero no aminoraba el dolor. Lo superabas, pero no olvidabas.

Otra mala y dañina manía del ser humano: no hablo de olvidar eso que te dañó, hablo de no poder olvidar el dolor. Aunque unos días parece ser una fortaleza, otros, simplemente actúa como un arma de destrucción letal.

—Uh, ¿y ese ánimo? —la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos.

Le di una mirada desgastada, siguiendo con mi acción. Observo mi postre con el gusto totalmente nulo hacia él.

—¡Es lunes, puqui! —suelta el tan desagradable apodo que yo poseo—. Y no un lunes normal, es tu primer día: ¡eso significa la pijamada anual!

—Que no me digas puqui, sabes que odio que me llames así —regaño, con mala cara.

Los ojos grisáceos de mi madre entonan perfectamente con su típica expresión de «sé que tienes algo, así que dímelo.»

De forma instantánea, al tener su penetrante mirada sobre mí, suelto un suspiro, dispuesta a hablar.

—Es Chels —confieso—. Hay una chica nueva que viene de Francia -comienzo a contar-, apenas hoy la conocimos y Chelsea la invitó a nuestra pijamada.

—Y, ¿qué es lo que te disgusta?

—Creo que no logras enfocarte, madre —acomodo mi sitio—. La pijamada del primer día es una tradición de ambas, por años hemos sido sólo nosotras.

—Pero, puqui —corta su habla—. Quise decir: Camyl. ¿No crees que estaría bien incluir nuevas personas a sus tradiciones? Además, recuerda que Francia es el mayor sueño de Chels y si la chica viene de allí, sería una oportunidad más para ella.

—¡Pero Chels siempre toma malas decisiones! —alego—. La quiero, pero ella siempre cree que todos son buenos, no se da el tiempo de conocer a las personas.

—¡Vamos, dale un voto de confianza! ¿o acaso estás celosa de su nueva amiga?

—Obvio no, madre —ruedo los ojos.

—¿Entonces?

—Pasa que... No solo me molesta que la haya invitado, si no que lo hizo sin antes consultarte. ¡Rompió uno de los códigos!

Un resoplido sale de mi madre, mientras se pone de pie, tomando los platos de la cena que yacen sobre la mesa.

—Códigos, códigos, códigos. En mis tiempos, no había esas cosas ridículas.

Código de Amigas [#1]Onde histórias criam vida. Descubra agora