6.

1.7K 106 32
                                    

No sabe ni la hora que es, pero debe ser bastante tarde. Está sudada, parece que en esa discoteca no saben que existe el aire acondicionado. Sedienta, se echa otra copa más. Tampoco sabe las que lleva, pero sí que son las suficientes para que la lengua se le enrede al hablar.

Alfred la busca con la mirada por todo el local, la necesita, quiere verla, reírse con ella, bailar, desmelenarse y besarse hasta quedarse sin aliento. Sonríe cuando la ve, en el fondo, sentada en el sofá del reservado mientras se abanica. Así que, a paso decidido, se dirige hacia ella.

—¿Te sientes mal? ¿Quieres que nos vayamos?

—No, no. Sólo tengo calor. Estoy súper sudada, me parece que me voy a tener que duchar cuando lleguemos a tu casa —dice con sonrisa pícara mientras se acerca a sus labios para, finalmente, fundirse en un breve beso—. Yo aguanto hasta la hora que tú quieras. Es tu fiesta.

—Bueno, voy a salir un momento a fumar y en un rato nos vamos, ¿vale? ¿No te importa?

—Para nada, disfruta de tu día. Nos vemos ahora.

El chico le da un tierno beso y antes de separarse del todo, le muerde el moflete. Le comería la cara; bueno, se la comería toda ella entera. No hay nada en el mundo que le guste más que ella, sus ojos, su sonrisa, su olor, sus caricias, su todo. Suspirando, le dice adiós con la mano mientras desaparece a lo lejos.

Pasan varias canciones y él no ha vuelto todavía. Amaia se empieza a impacientar, le pregunta a Marta y la chica le dice que ella tampoco lo ve, así que decide salir a la terraza, donde imagina que se encuentra su novio. Al abrir la puerta se da cuenta que no hay casi nadie en esa zona, un par de parejas que aprovechan la oscuridad para tener algo de intimidad y algún que otro borracho de última hora. A lo lejos, oye un par de voces masculinas, es Alfred y uno de sus amigos, pero no los localiza. Lo que sí escucha es que hablan de ella y, con sigilo, logra situarlos a la vuelta de una esquina de esa terraza y se queda pegada contra la pared, donde no le pueden ver pero ella sí puede contemplarlos.

—Tío, te tiene bien atado en corto, ¿eh? —comenta Eric mientras enciende otro cigarro y le ofrece otro más a Alfred, el cual lo acepta de buena gana.

—¿Cómo? No lo veo así, nen. Es simplemente que queremos aprovechar bien todo el tiempo que tenemos juntos antes de empezar con los discos y las giras y todo esto.

—Bueno, tú lo ves así. Yo veo cómo actúas cuando estás solo y cuando estás con ella... — cuenta mientras expulsa el humo del tabaco por la nariz—. No digo que no seas el mismo, pero estás todo el rato pendiente de lo que ella hace, de lo que dice... Y si se enfada, ya nos podemos olvidar de ti para el resto del día.

—Joder, Eric, a mí me importa mucho cuidar lo que tengo con ella. Tú no sabes cómo somos en realidad, nos has visto a ratos o, bueno, durante el concurso. Pero no te haces a la idea del bien que nos hacemos el uno al otro.

Amaia sonríe, porque sabe que lo que está diciendo Alfred es totalmente cierto, sincero y de corazón. Cuando ella está a su lado, le aporta toda la paz que no encuentra con nadie ni en ningún otro momento. Y Alfred le ha dicho millones de veces que estar con ella le convierte en una persona mucho más humana. Están hechos el uno para el otro y ambos lo saben y no les avergüenza mostrarlo.

—No, Alfred. No sé cómo sois pero me apuesto lo que quieras a que antes te ha calentado la polla y tú seguro que estabas deseando largarte al baño a follártela. Que eso también lo hacía en OT y tú siempre ibas detrás de ella. Estás que me iba a hacer a mí una tía una cobra como las que ella te hacía y yo iba a estar a los cinco minutos como si no hubiera pasado nada —dice el chico en tono burlón.

EllosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora