26.- Soy gay

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Renato se mordía la uña del dedo índice tan a fondo que en cualquier momento se iba a hacer sangre. Se miró en el espejo de aquel enorme ascensor de hospital y se puteó por dentro. Tenía el pelo torpemente teñido de azul y la remera manchada de cerveza de cuando Julián se tropezó con él. Definitivamente no era la imagen que quería dar a la familia de Gabriel.

Gabriel, que respiraba profundo una y otra vez a su lado, ensanchando la nariz y cerrando los ojos fuerte, como si ese simple gesto le pudiese liberar de lo que estaban a punto de vivir.

Agarró su mano con fuerza y la apretó para obligarle a mirarlo. Los ojos verdes de Gabriel tardaron un segundo en enfocar su cara.

-Todo saldrá bien.- Intentó sonar seguro Renato, pero casi estaba más nervioso que él.- Estoy con vos, ¿sí?

Gabriel asintió sin mucha convicción y las puertas del ascensor se abrieron. Los dos salieron de aquel cubículo como a cámara lenta, o quizá inconscientemente estaban intentando retrasar ese momento todo lo posible.

Una enfermera les indicó el camino y al doblar la esquina Renato pudo notar cómo a Gabriel se le desencajaba la cara. Al fondo estaba aquel hombre que los encontró chapando en el ascensor del hotel y una mujer bajita de pelo oscuro que por el parecido debía ser la madre de su novio. Renato volvió a apretarle la mano, intentando infundirle valor, prestarle el poco que él mismo tenía.

Gabriel aceleró ligeramente el paso al darse cuenta que las lágrimas recorrían las mejillas de su madre y Renato lo siguió.

-Mamá.- La llamó débilmente.

-Gabriel.

La madre de Gabriel se acercó a abrazarte y Renato soltó su mano.

-¿Está todo bien? ¿Giulia? ¿Y la beba?

-Está todo perfecto, es sólo que tu madre no puede evitar emocionarse por todo.

Gabriel apretó a su madre contra él y esta sonrió feliz, emocionada por la llegada de su primera nieta a la vida.

-Me asustaste.- Reconoció Gabriel.

-Está todo bien, hijo.

Su madre arrugó la nariz en un gesto que a Renato le recordó demasiado a Gabriel y se separó de él, sorbiendo y secándose las lágrimas con la mano.

-¿Qué hacés acá?

La sonrisa que se había empezado a formar en la cara de Gabriel desapareció de un plumazo al escuchar el tono seco y áspero de la voz de su padre junto a él. Lo miraba distante, sin acercarse, como si estuviera hablando con un vecino al que no conocía en lugar de con su hijo. Renato pudo notar cómo los hombros de Gabriel se tensaban y sus ojos comenzaban a oscurecer ligeramente. Nunca lo había visto tan asustado.

-Leandro me llamó.

-¿Qué hacés acá con él?- Aclaró su padre con el tono todavía más duro.

La madre de Gabriel se fijó en Renato por primera vez y este sintió que tres pares de ojos lo miraban fijamente. Y comenzó a hacerse chiquito y a encoger, con su pelo azul y su desastre de ropa, mordiéndose el labio queriendo desaparecer. Pero estaba ahí por Gabriel. Sólo por él.

-Papá, él...- Gabriel señaló a Renato pero dejó la frase en el aire.

-¿Qué ocurre?- Preguntó la mujer.

La madre de Gabriel los miraba de uno en uno completamente desorientada y sin comprender la situación, esperando una respuesta que explicara esas caras largas y aquel desconocido que estaba en el pasillo junto a su hijo.

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