31.- Cuarenta y siete

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1 de diciembre de 2018.

Cuarenta y siete días desde que lo vio por última vez, desde que escuchó su voz y sintió su calor.

Cuarenta y siete días sin Gabriel.

Renato se giró en la cama y apretó fuerte los ojos antes de abrirlos despacio. Seguía sin acostumbrarse a dormir en esa cama. Pero no podía volver a su habitación, no después de todo lo que había pasado en ella, después de todas las veces que Gabriel había entrado por su ventana. Simplemente no podía quedarse allí.

Metió una mano debajo de la almohada y apretó fuerte lo que sabía que había ahí debajo.

Era incapaz de deshacerse de ella. Sentía que era lo único que le queda de Gabriel. Y como un boludo todas las noches apretaba fuerte esa remera de Boca manchada de pintura. La apretaba fuerte hasta que la imagen de ese yuta bostero que le había robado el corazón salía de su mente y caía rendido ante el sueño.

...

1 de diciembre de 2018.

Y Gabriel llevaba cuarenta y siete días sin poder casi pisar su habitación. No cuando entraba y lo único que veía era esa pared enorme en la que Renato dibujó Nueva York. Su Nueva York.

La primera noche sin Renato durmió en la habitación que tiene vacía en el departamento, esa en la que sólo hay un sofá que se convierte en cama que usaba Leandro cuando se quedaba con él después de una noche de joda. Y después esa habitación se convirtió desde hace más de un mes en el único lugar de la casa en el que soportaba estar.

Porque es el único lugar que no le recordaba al pendejo.

Suspiró pesado cuando abrió la puerta y evitó mirar a toda costa a ese mural lleno de vida y color. Abrió su armario buscando ropa limpia y antes de salir de allí vio ese bolsito negro que Renato trajo consigo el día que lo agarró jugando solo. Ese día que usó por primera vez la llave de su departamento.

Reprimió un quejido y le echó un último vistazo antes de salir de allí.

...

Renato deslizaba sus pies descalzos mientras caminaba hacia la cocina. El calor parecía haberse instalado de forma perpetua en Buenos Aires y no le dejaba dormir bien. O quería convencerse que después de tantos días la culpa de su insomnio la tenía el calor y no lo mucho que extrañaba a Gabriel.

Entró a la cocina y se sentó en una de las sillas altas de la isla americana con una taza vacía entre las manos. Su vista se perdió en cualquier punto en la lejanía de ese inmenso living que tiene su padre en Capital.

Jamás pensó que ese lugar se convertiría en su refugio. Pero lo haBÍA sido durante todo ese tiempo que quería evadirse de todo.

Dolores apareció peinándose el cabello con las manos y le sonrió levemente.

-Buen día, Tato.

-Buen, día.

Se sirvió una taza de café y la alzó en el aire.

-¿Café?

-Por favor.

La mujer llenó su taza y se le sonrió amable. Nunca imaginó tampoco que iba a convivir con su padre y con esa mujer que un día odió y culpó por la separación de sus padres, por todo lo que había sufrido por eso. Pero ahí estaba, desayunando con ella como si todo aquello se hubiese convertido ya en una rutina para él.

Bostezó cansado y vio cómo su padre aparecía también en el lugar, terminando de abrocharse el cuello de su camisa. Le dio un beso ligero a Dolores y pasó una mano por su pelo, saludándole.

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