·Treinta y uno·

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Las gotas de lluvia caen sobre el cristal del auto generando ese ruido hipnótico que lo sumerge casi en un sueño del que ni la música de la radio lo puede sacar. Renato bosteza  provocando que el cristal del coche se empañe ligeramente y se abraza el cuerpo acomodándose en el asiento del copiloto. Llevan en ese atasco de mierda más de media hora y nunca antes había odiado cruzar Capital en hora punta tanto como en ese momento. Ya se ha hecho de noche, las luces de las farolas y los autos se reflejan en el agua que cae y parece que toda la población de Buenos Aires tiene el mismo pensamiento. Ni un alma camina por las calles  para poder resguardarse.

Está cansado. Ha sido un domingo largo en casa de su padre. Él y Dolores le prepararon una gran fiesta de cumpleaños con amigos y familia a la que no podía decir que no. Pero lo único que él quería cuando se despertó esa mañana era quedarse dentro de la cama abrazado a Gabriel y no salir de ella en todo el día. Un gruñido bajito sale de su boca ante la frustración de la cantidad de autos que no parecen moverse más de un milímetro por minuto.

-¿Seguís de mal humor?

Gabriel habla a sudo lado y él sólo vuelve a gruñir en respuesta.

-Renato...

Su novio le obliga a sacar una de sus manos del calor y dársela, apretándola entre la suya. Cuando Gabriel lo llama por su nombre y no le dice "pendejo" sabe que le está hablando en serio. Ese apodo que le dio hace ya diez años se ha convertido en una palabra con tanto significado para ellos como lo son "detalles" o "volver a jugar".

-¿Qué?

Intenta no sonar serio pero no lo consigue y puede ver por el rabillo del ojo cómo Gabriel pone los ojos en blanco.

-Mi vida, no podés deprimirte sólo por que...

-¿Sólo por que soy un fracaso?

-Qué decís...

Gabriel niega con convicción y le obliga a mirarlo a esos ojos verdes que siempre fueron y serán su perdición, la clave que le desnuda el alma.

-Lo soy, Gabi...- Repita cada vez más bajito y deprimido.

-Que Facundo no sepa apreciar tu arte no quiere decir que...

-Es el promotor de la galería, Gabriel.- Le corta sabiendo perfectamente lo que va a decir, lo mismo que lleva diciéndole una semana.- Si a él no le gusto, no me expone, fin de la historia.

-Fin de esa historia. Te lo dije, encontraremos otra galería que quiera tus obras.

-No es tan fácil.

-¿Por qué no le contaste nada hoy a tu papá? El podría ayudarte.

-No.- Dice rápido incorporándose en el asiento.- No quiero que mi viejo sepa nada, ¿sí? No quiero decepcionarlo...

Su voz vuelve a hacerse chiquita. Todo artista tiene ese sentimiento de protección hacia su obra, de sentir que esa pequeña creación es lo más maravilloso del mundo. Y cuando viene alguien y lo pisotea sin importarle nada todo se vuelve negro y tus piernas tambalean. Porque no le critican a uno, critican eso que creaste con tanto amor. Y Renato en ese momento se siente el artista con menos talento del mundo. Por mucho que Gabriel no deje de repetirle que no es así, por mucho que su padre tenga veinte cuadros colgados por toda su casa o que sus amigos no dejen de calificarlo como "el mejor artista de Argentina". En esos momentos él no puede dejar de sentirse un auténtico fracasado.

-No quiero que pases tu cumpleaños así.

-¿Así, cómo?

-Así, triste.

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