I.

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Especialmente hoy hay pocos clientes. El jefe parece generoso y con falsa amabilidad me concede unos minutos de descanso: lo más probable es que la nueva camarera tenga algo que ver y quiera estar con ella a solas, pero no me incumbe. Yo me muestro satisfecho y le sonrío de oreja a oreja, por no decirle "gracias".

Antes de salir al exterior visto mi chaqueta de cuero. La calle se encuentra vacía, tan solo parece acompañarme el silbido del viento.

Definitivamente odio el invierno y todo lo que tenga que ver con el. 

Me siento con pesadez sobre una de las sillas de metal que hay en la terraza exterior del bar; el vaho sale de mi boca cada vez que respiro. Cierro la cremallera de la chaqueta hasta el final, dejando que cubra mi cuello, y me enciendo un cigarrillo.

Ahora sí, mucho mejor. 

Alzo la vista al cielo, las nubes grisáceas lo cubren. Menudo día de mierda, pienso. 

—¡Más rápido! —y entonces oigo una voz femenina que llama mi atención.

Dejándome guiar conduzco mi vista hacia la derecha, y a lo lejos -pero acercándose rápidamente- diviso una bicicleta: un joven, de pie, pedalea; a sus espaldas, sentada en el sillín, Paola.

Que tía. 

Le doy una calada al cigarrillo y la veo pasar frente a mí, a cámara lenta. Medias finas y negras, pantalón excesivamente corto, camisa de tirantes y chaqueta de lana; pelo suelto, castaño claro, que deja despeinar con el viento, y entre sus labios, una pompa de chicle que explota al verme.

Un pestañeo y ya no está, se perdió a lo lejos. 

Que ganas de Paola, que ganas de ser el primero.

Pruébame, PaolaWhere stories live. Discover now