V.

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Querer implica una infinidad de emociones, todas juntas, mezcladas. 

No quiero a Paola, o al menos, no quiero quererla. No es la adecuada, solo es un pasatiempo.

Dicen que Paola no sabe querer, que nunca se enamoró, y ella me lo confirmó a medias con su silencio.

Es una tarde con pocos clientes, estoy en mi descanso fumándome un cigarrillo, extremadamente aburrido.

Últimamente no dejo de pensar, y pensar, y pensar, y darle vueltas a todo, darle vueltas a Paola, a sus ojos, a su sonrisa, a su misterio, a su belleza inalcanzable.

Hoy no vino a visitarme al trabajo. No estaría preocupado si no me hubiera prometido que llegaría sobre las siete, y son ya las ocho. Podría haberle pasado algo, pero consigo mantener la calma. ¿Qué más da? No es mi novia, no es mi amiga, así que supero la tentación de desbloquear el teléfono móvil y llamarla.

Repentinamente escucho su risa a lo lejos, sorprendiéndome. Tiro el cigarrillo al suelo, lo apago con la suela del zapato y me levanto, dispuesto a interrogarla -o simplemente a saludarla con indiferencia-; pero entonces soy consciente de ello, no está sola. 

Se acerca al bar con Tomás -un compañero de clase-, sus dedos se entrelazan. Nuestras miradas se cruzan y Paola agarra su mano todavía más fuerte; hablan tranquilamente, parecen muy cercanos, como lo parecíamos ella y yo la noche anterior. 

Ante aquella imagen siento un conocido dolor en el pecho, fugaz; me siento extrañamente celoso, herido. Pienso en Bárbara, y como flashes, vuelven los recuerdos de una traición inesperada.

Rápidamente entro en el bar y me encuentro al jefe y a la camarera besándose, él arrinconándola a ella contra la barra. Quién lo iba a decir. Me río sin discreción y ellos se separan, buscando un poco de aire y tratando de ocultar lo evidente, todavía con la esperanza de que no hubiera visto nada.

—Vienen clientes —les informo, alzando las cejas—. Si queréis os pago un motel con la mierda de dinero que cobro —cojo una bufanda que me había dejado en uno de los taburetes y me la enrosco alrededor del cuello—. Hoy me habéis pillado generoso —les guiño un ojo y doy media vuelta, dispuesto a irme.

—¡Oye! ¿Pero quién te crees que eres para hablarme así? ¿A dónde te crees que vas? ¡Todavía no son las nueve!

  

—Adiós —cruzo la puerta y tropiezo con Paola, pero no me disculpo.

—Ten más cuidado —me sonríe, analizándome con sus ojos color miel—. ¿Ya te vas? —mi mirada se desliza hacia Tomás, que me saluda con un gesto de cabeza.

—Eres igual que Bárbara —no lo pienso, lo digo sin más—. No quiero volver a verte. 

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⏰ Senast uppdaterad: Sep 10, 2014 ⏰

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