III.

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Una propuesta inocente para ella y un desafío para mí: lograr que Paola se enamorara por primera vez, conseguir involucrarla por completo en el amor.

En mi mente suena un: que empiece el juego, y salimos juntos del bar, bastante cercanos. Me sorprende la confianza con la que me habla, cuando normalmente no compartimos demasiadas palabras -quizás alguna vez en el instituto, pero tan solo eso-. 

Son las nueve en punto y todavía no puedo creerme el hecho de que Paola estuviera esperándome allí, en aquella esquina del bar durante dos horas, ciento veinte minutos, ¡hay que tener paciencia!, yo no habría sido capaz, desde luego. 

Quería algo de mí, era consciente de ello, pero no sabía el qué. En tal caso me intrigaba, me divertía y me atrapaba con su misterio.

—Que frío hace —me quejo de la llegada del invierno, como de costumbre, y enciendo un cigarrillo—. ¿A dónde quieres ir?— doy una calada y sus ojos están ahí, contemplándome sin ningún pudor o vergüenza. Me dejo atrapar por su mirada y sonríe; es tan hermosa que no puedo creerme que nunca tuvo un novio.

—Quiero perderme por la ciudad —suelta una carcajada, pero lo dice en serio.

—Bien, perdámonos —acepto, y Paola, emocionada, se aferra a mi chaqueta de cuero con sus pequeñas manos, tratando de protegerse del frío. Sonrío con arrogancia por su proximidad, y siento que conquistarla será más fácil de lo que pudiera haberme imaginado.

Y nos perdemos, recorriendo las calles, explorando caminos nuevos, entre risas, roces, y un abrazo sin explicación. Compartimos mi último cigarrillo, y es la primera vez que no me importa hacerlo. Corremos para librarnos del frío, y acabamos descansando sobre un campo cubierto de hierba bañada en rocío y margaritas, acostados.

Tras un rato contemplando el cielo, en el que tan solo pudimos encontrar la luna por la contaminación lumínica de la ciudad, decidimos que mirarnos el uno al otro es más bonito que buscar estrellas fugaces que nunca aparecerán; y lo hacemos en silencio, escuchando nuestras respiraciones y el motor de los vehículos a lo lejos.

—¿Crees que podrás enamorarme? —me pregunta con astucia en un susurro, deslizando su vista hacia mis labios.

—Seguro —respondo con una sonrisa, seguro de mí mismo, y me inclino con cautela, poco a poco, acercando nuestros rostros—. ¿Tú crees que conseguirás volverme loco? —cuestiono cerca de su apetitosa boca, tratando de averiguar sus intenciones. 

Es tan peligrosa como yo.

—Seguro —ríe, y cuando creo que me dejará besarla, a milímetros de sus labios, voltea la cara para ver de nuevo la luna que nos ilumina.

No era el único al que le gustaban los retos.

Pruébame, PaolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora