Vamos, ¿tienes que hacer eso?

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    No tenía ni la menor idea de cuanto tiempo había transcurrido desde que Stiles le abrió la puerta a sus amigos, pero el momento se sentía eterno, como una tortura infinita y dolorosa creada en los ilustres tiempos de la edad media.

    El hecho de estar a menos de tres metros de aquella persona de la cual tanto quería alejarse era lo que le causaba desequilibrio.

    ¿Cómo podía simplemente actuar con la extraña y poca naturalidad que tenía, cuando la fuente de su alteración estaba cerca a él?

    Ahora entendía por qué su padre siempre le aconsejaba sobre sus enamoramientos épicos y trágicos. Podía optar a escribir una especie de epopeya sobre aquellos sucesos.

    Y seguramente no se la aceptarían en ningún lugar. Porque así era su suerte de asquerosa y mala.

— ¿Piensas verte las manos el resto de la noche? —la voz de Derek aún tenía el poder de causarle un respingo gracioso. Pero la dolorosa arritmia en su corazón no daba risa en lo absoluto.

— No le encuentro problemas a ello —respondió Stiles con la vista encajada en sus dedos. Tenías las uñas cortas, muy cortas, arrancadas por la ansiedad; sus cutículas dolían intensamente, y había sangre debajo de algunos dedos que se salvaron de la masacre—. Dicen que es muy terapéutico ponerle atención a los detalles.

    Hubo una risa burlona en la habitación; pero no pudo descifrar de quien era. Ni tampoco quería hacerlo.

— Tú eres todo lo contrario a terapéutico, Stiles —Jackson tuvo la decencia de dar su punto de vista. Stiles solo rodó los ojos mientras seguía mirándose los dedos, esperando a que mágicamente todo fuera un sueño de mal gusto y él en realidad estuviera envuelto entre sus sábanas—. ¿Esa es tu patética excusa?

    Sí. Esa era su patética excusa.

    Stiles se llevó las manos a los ojos y se los cubrió. Quería irse de su propia casa para encontrar aire libre.

— ¿Qué están haciendo aquí, de todas formas?

— Pasar el rato contigo. No vienes a las reuniones con nosotros, así que preferimos venir a ti. Ya sabes, el viejo dicho de la montaña —Erika se escuchaba un poco sorprendida. Lástima que Stiles no pudo verla—; ¿acaso nos estás echando?

    No exactamente.

    Pero el chico ya no lo aguantaba más. Sabía que en el sofá que estaba al lado de donde él estaba sentado, Derek y su querida novia compartían el mismo espacio; y por Dios, Stiles no era ningún mártir para aceptar su sufrimiento ni mucho menos para aguantarlo sin decir nada.

    Entonces optó por hacer algo que sentía justo.

    Se destapó la mirada y soltó un suspiro cuando la atención de todos estaba sobre él. Había algunos que hacían muecas que se veían divertidas («Te quedarás ciego un día de estos, Jackson, maldito desgraciado») y otras simplemente no expresaban mucho; se veían estoicas, como si esperaran algo inesperado de Stiles.

    Y luego estaba Derek. Quien lo observaba con sus increíbles ojos verdes junto a esa expresión de desconcierto, la cual también llevaba el día de su cumpleaños.

    Stiles se levantó, se abrió paso entre los que estaban sentados en el suelo y caminó hacia la puerta, en donde un abrigo de lana lo suficientemente abrigador lo esperaba.

    Ante los ojos atónitos de todos, se colocó la prenda, tomó sus llaves y se fue.

***

No lo hagas, Stiles ||Sterek||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora