NO SE LO ESPERABAN

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Capítulo 5

Siguiendo los consejos de su abuelo, comenzó a cuestionar cualquier tipo de argumento, sea de índole religiosa o filosófica.
Obviamente que al principio no fue fácil, ya que, al replantearse cuestiones que pertenecieron a sus creencias, tuvo conflictos internos muy profundos. Tan profundos fueron sus conflictos, que llegaron a provocarle muchas crisis, que lo arrastraron a sentir una gran confusión y por último padecer disonancia cognitiva.
Leonardo, al romper con los parámetros que hasta ese momento no tenían rival dentro él, como su forma de pensar, sus creencias, su fe, sus dogmas, se quedó sin nada que lo contenga. Por lo tanto, estuvo sumergido en una soledad muy profunda, tan profunda como el vacío que sentía.
Las religiones serían, según Leonardo, corporaciones, negocios o como había dicho Jesús en los evangelios: "Han convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones. Pusieron una muralla física y mental que encierra, que asfixia, que limita y por sobre todas las cosas que esclaviza a la raza humana."

Leonardo se dijo a los diez años: 
—¿Por qué tengo que pertenecer a un rebaño? No me considero una oveja obediente. No quiero ser una oveja a la cual usan y humillan.
Además, pretenden hacernos creer que nacimos con un pecado original. Eso es de una perversión infinita, quieren que sintamos culpa. ¿Qué pecado puede tener un bebé? No estoy en ningún rebaño. No tengo ganas de que un pastor o sacerdote, dirija mi vida
Al sentir indignación, brotaron del interior de Leo estas palabras: 
—Me gustaría saber de dónde salió esa idea, en la cuál, los cristianos pertenecemos a un rebaño y que tenemos que ser como las ovejas, mansas, útiles y dóciles, ¿A quién se le ocurrió semejante estupidez? ¿Para qué sirven las ovejas? Para dar carne, lana y leche. ¡No tengo la más mínima intención de alimentar a parásitos enfermizos y patéticos!
Leonardo sintió que todo estaba hecho para distraernos de lo más importante: existir; haciéndonos perder el tiempo, que es muy importante, o mejor dicho, lo más importante en la vida de cada ser humano.

Las religiones que conoció no ayudaban al progreso, al desarrollo personal de los fieles, muy por el contrario, sólo servían para generar autómatas sin un criterio personal.
En lo profundo de su ser se dió cuenta que tenía que buscar un nuevo camino. Un sendero por donde transitar y se preguntó: 
—¿Por dónde debo empezar?
Con los ojos bien abiertos dió un salto al vacío existencial. Finalmente se sintió vivo, pleno. Y por un breve instante vio una luz en el horizonte.

Fue en un mes de abril, que se prepararon para festejar las Pascuas en la parroquia del barrio de Leo y como parte de los festejos, los niños recibieron la primera comunión.
Leonardo compartió los festejos, como cualquier chico de su edad. Lo hizo más que nada, para que su madre esté tranquila y sienta que cumplió con las buenas costumbres. 
En el colegio donde asistió tuvo muy buenas calificaciones y gracias a eso llegó a ser abanderado.

Los días transcurrieron casi sin sobresaltos. Donde la infancia de Leo parecía seguir un curso normal. El barrio donde tenían residencia con su familia, dejó mucho que desear. Vivir en pleno conurbano bonaerense es muy complicado.

Después de haber asistido al turno mañana del colegio, Leonardo junto a su madre y hermano menor se dispusieron a almorzar, como era de costumbre al mediodía.
El único entretenimiento del que gozaban los niños en ese entonces era salir a jugar en la vereda, casi siempre, después de haber almorzando.
Luego de haber almorzado, Leonardo, le dice a su madre: 
—Mamá, voy a jugar en la vereda con los chicos del barrio.
La madre le respondió con un tono amenazante, sabiendo de antemano lo que él iba a comentar: 
—¿Recién terminaste de comer y ya querés salir? ¿Te parece bonito eso? ¿Hiciste la tarea del colegio al menos?
Leonardo, tratando de convencer a su madre, respondió: 
—Quedate tranquila. Ya hice la tarea. Me están esperando para jugar un partido de fútbol.
La madre le dijo, riéndose por dentro: 
—Está bien, pero llévate a tu hermanito.
Leonardo con cierto fastidio, trató de convencerla de lo contrario: 
—Mamá, no voy a poder jugar tranquilo si lo llevo.
La madre, con determinación le responde categóricamente: 
—Si no llevas a tu hermanito, no salis.
Leonardo con resignación y dando muestras de desgano, le dijo a su madre: 
—Está bien, mamá, lo llevo.
Entonces, salen a la vereda. Y como vio que todavía nadie estaba fuera, le preguntó a su hermano Franco: 
—¿Qué te parece si vamos a la quinta de enfrente y traemos unas piñas del pino más grande?
Franquito con su candidez e inocencia, le respondió: 
—Si, si, Leo. Vamos. –Dijo alborotado y lleno de ansias por conocer mundos nuevos.
Sonriendo y como todo hermano mayor, haciendo bromas, le contó de los monstruos que habitan en la quinta de enfrente.
Leonardo le muestra a su hermanito "La entrada secreta", que supuestamente solo él conocía. Para Franco, compartir esa aventura era lo máximo, una gran fiesta y sabiendo que siempre su hermano mayor lo cuidaría.
Entonces llegan al pino más grande de la quinta. Leonardo le dice a su hermano en forma pausada, para que el chico entienda y no cometa imprudencias: 
—Franquito, quedate acá parado y espera que te lance las piñas desde arriba del pino.

       ADN. LE-ON                                       Where stories live. Discover now