11. 1 - Un descubrimiento incómodo

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Después de una jornada en el parque agotadora era la hora del baño para Ella.

John calentó agua para ponerla en el barreño donde solían asearla mientras Sherlock la desnudaba. Su cuerpo, blanco como la leche, resplandeció como una bombilla y su padre no resistió la tentación de hacerle una pedorreta en su rechoncha barriguita. El bebé soltó una carcajada mientras se agitaba.

Aquella escena provocó una sonrisa enternecida en John antes de coger a la niña en brazos.

- Al agua, preciosa. - dijo antes de dejarla con cuidado en el barreño. Tenía el tamaño justo para que sentada el agua le cubriese hasta el pecho. John le pasó por el cuerpo una pastilla de jabón de camomila y luego la restregó con una esponja natural. Ella, mientras tanto, se escondía detrás de su madre y luego se asomaba para ver a su padre mientras gritaba "¡Quí tá!"

- ¿Qué está haciendo? - preguntó algo desconcertado Sherlock al ver su entusiasmo.

- Hace como que no está y luego aparece. Se supone que deberías sorprenderte. - le dijo con tono de reproche fingido.

- Pues no es muy buena escondiéndose.

- Es solo un juego, Sherlock. No es de verdad.

- Está bien. - asintió finalmente y de un saltó echó cuerpo a tierra. Al perderlo de vista Ella comenzó a moverse de un lado a otro, buscándolo inquieta.

- ¡Mamá, no tá. No tá papá!

Sherlock se levantó de golpe y Ella dio un grito asustada mientras temblaba y se echaba hacia atrás y casi volcó el barreño, pero John, ágil, lo agarró con todas sus fuerzas de tal modo que solo se tambaleó y el agua salpicó, empapándolo.

- ¡Sherlock! - le gritó John con su voz de capitán, pero él no se mostró ni por un segundo afectado. Cogió a su hija y la envolvió en una toalla blanca de tal modo que solo asomaba la cabeza. John suspiró, resignado al ver como Ella miraba sonriente a su padre, parecía un pequeño y tierno guisante asomando de su vaina, con los ojos fijos en la planta que le había dado origen.

- Voy a por la crema. Sécala bien y no la pongas en la corriente, se podría resfriar.

Cuando le hubo dado la espalda, Holmes le hizo burla, poniéndose bizco mientras fruncía el ceño. Podía ser inexperto pero no era estúpido y estaba empezando a hartarse de que John lo tratase como tal.

Ella rió al verlo y Sherlock se colocó un dedo en los labios para indicarle que no llamase su atención y comenzó a secarla, tras lo que la dejó sobre la cama.

La toalla se abrió y Sherlock se quedó de piedra mirándola. Entre sus piernas asomaba por la hendidura una pequeña protuberancia alargada que apuntaba hacia arriba, semierecta. Ella se miró con curiosidad y llevó sus manos a aquel trozo de carne. Lo toqueteó y tiró de él como si fuese chicle.

Eso fue lo primero que vio John al entrar en la habitación y la caja redonda de madera que guardaba la crema se le cayó de las manos y rodó, desparramando su contenido por el suelo. Estaba tan sorprendido y a la vez tan escandalizado que la voz le salió rara y forzada.

- ¡Sherlock, detenla!

El detective cogió rápidamente la mano de la niña y se la apartó. No podía dejar de mirarla, fascinado.

John corrió a cubrirle sus partes púdicas con un pliegue de la toalla.

- ¡No hagas eso, Ella! ¡No puedes to-! - las palabras se le atragantaron y estaba muy sonrojado. Parecía que la sangre Holmes era mucho más fuerte en ella de lo que había imaginado.

Las perlas de Agra [Johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora