13. 1. - Estudio sobre el celo

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NA: Esta semana he venido con la mitad de un extra, ya que necesito algo de tiempo para escribir el desarrollo de la historia de forma que me resulte satisfactorio. Intentaré seguir llevándolo al día, pero mientras tanto espero que os guste este extra.

Pd: Dedicado encarecidamente a mi adorada lectora beta Aralaid, quien me instó a que Sherlock describiera cómo efectivamente es posible hacerlo sobre el alféizar dela ventana.


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Sherlock estaba en su sillón en Baker Street, serio, mirando a los ojos aún también muy serio doctor Watson, quién intentaba que lo vergonzoso de su proposición no restarse su afán científico.


- Corrígeme si me equivoco, Watson. - dijo como una mera formalidad ya que resultaba bastante claro que había entendido lo que le había dicho. - Quieres que intente provocarte el celo.

- Así es. - confirmó John notándose un tanto sofocado, pero sin dejar que ese sentimiento lo dominase.

- ¿Eso implica sexo, entonces? - preguntó con tal frialdad que John se sintió consternado mientras lo veía ladear ligeramente la cabeza de manera analítica.

- Sí, presumiblemente.

- Entiendo. - respondió de forma cortante.

Watson esperó, observando cómo Sherlock juntaba las manos como si estuviese rezando, una posición que adoptaba con frecuencia para pensar. Diez segundos, treinta, un minuto.

- ¿Y bien? - preguntó entonces John, ya no pudiendo esperar más.

- No. - respondió Sherlock con aire muy digno y John se levantó de golpe, moviendo incluso el sillón de sitio con violencia, provocando un chirrido desagradable contra la madera. Tenía los puños casi tan apretados como la mandíbula y el ceño muy fruncido.

- ¡Muy bien! ¡¿Quién te necesita?! ¡Buscaré otro alfa dispuesto! - gritó enfurecido y Sherlock abrió mucho los ojos, con el rostro desencajado por la sorpresa y se precipitó tanto al levantarse que perdió el equilibrio y cayó al suelo como un salmón que salta fuera del agua.

- ¡No puedes hablar enserio! - exclamó escandalizado.

- ¡Hablo muy enserio! ¡Se lo pediré a Mike Stamford!

- ¡¿Por qué a él?! - gritó claramente ofendido mientras sentía una cuchillada de celos irracionales, pues en el fondo sabía que John sería incapaz de pedir algo como aquello a nadie que no fuese él, incluso si se trataba de un experimento médico. John tenía una serie de principios, que a diferencia de Sherlock, no estaba dispuesto a traspasar, aunque fuera por el bien de la ciencia. Sin embargo, John estaba enfadado y solo Dios sabía de lo que era capaz en ese estado de orgullo herido.

- ¡Era una broma! ¡Te lo juro, John, solo una broma de mal gusto! ¡Perdóname! ¡Claro que quiero acostarme contigo! - dijo de manera muy sentida mientras agarraba la pierna de John, quien luchaba por caminar, arrastrando consigo el largo y pesado cuerpo de Holmes que no paraba de hablar entre lamentos. - ¡Te lo haría aquí mismo en el suelo, en tu sillón o en el mío, encima de la mesa de la cocina, sobre el alféizar de la ventana, en la...!

Sherlock se dio con los dientes contra el turgente gemelo de John cuando se detuvo de súbito, rojo hasta las orejas.

- No hace falta que nombres todos los lugares de la casa con superficies más o menos horizontales. La idea me ha quedado clara...- tras lo que se giró para mirarlo abochornado. - ¿El alféizar de la ventana? ¿Enserio, se te ha ido la cabeza?

Sherlock se irguió muy digno mientras aclaraba su garganta, con los brazos entrelazados detrás de la espalda.

- Es un sitio muy válido. - afirmó convencidísimo. - Te lo demostraré.

Y ante la atónita mirada de John apartó la mesa de al lado del ventanal principal del salón, arrastrándola por el suelo, y abrió la ventana, apoyando las manos en el alféizar.

- Podrías ponerte de ese modo. - dijo mientras ponía el culo en pompa sin ningún tipo de vergüenza, girándose para mirarlo de reojo. Luego hizo presión con las manos en el alféizar para comprobar su solidez y prosiguió. - O mejor aún, podrías sentarte sobre él y yo entonces...

- ¡No! - gritó más sonrojado aun si era posible John, ya no se sabía si de enfado, indignación o vergüenza. - ¡No pienso apoyar mi trasero desnudo sobre el frío alféizar a la vista de todos los transeúntes! ¡Y con peligro inminente de caer desde una altura de dos pisos! ¡Joder, Sherlock! ¡Un polvo no vale toda mi decencia y mi integridad física, aunque sea un polvo contigo!

Sherlock se quedó callado, pensativo, y John pensó con alivio que la sucesión de ideas locas había terminado, pero cuando se estaba recomponiendo del susto, Holmes volvió a hablar.

- ¿Y en las escaleras? Podrías subirte al posamanos o incluso creo que podría aguantarte haciendo la carretilla. Estoy seguro de que puedes sostenerte sobre tus brazos, son...

- ¿Qué parte de "no quiero exhibirme ni dañar mi integridad física" no has entendido, degenerado sexual? ¡Jesús, joder! ¿Es eso con lo que te dedicas a fantasear?

De nuevo el intenso silencio. La respuesta estaba bastante clara y flotaba en el aire. John se puso en tensión como si esperase que un momento a otro fuese a saltarle encima para arrancarle la ropa.

- No quiero hacerlo aquí. - puntualizó. - Es más seguro en uno de tus pisos francos, así que decide y llévame. - le ordenó y Sherlock no puso objeción.

A lo largo de sus años como detective consultivo Sherlock había adquirido en propiedad con dinero de procedencia dudosa varios pisos diseminados por la capital que le habían permitido respaldar distintos personajes que había inventado a lo largo de sus casos.

Naturalmente que John no conocía el paradero de la mayoría de estos pisos, pero en cualquier caso era muy consciente de su existencia y Sherlock nunca había hecho nada para negarlo.

Sherlock escogió con bastante minuciosidad un piso apartado en una zona de poca afluencia de gente, donde no habría problemas de que sus hormonas afectasen a otras personas en caso de que se descontrolasen. Era un riesgo a tener en cuenta.

Al llegar, John descubrió con asco que el piso estaba bastante abandonado y le enfureció que a Sherlock no le importase. Él no estaba dispuesto a cubrirse con una capa de polvo todo el cuerpo del mismo modo que antes se había mostrado en desacuerdo con exhibirse delante de media Londres. El sexo ya era lo bastante sucio como para añadirle a los fluidos pertinentes tierra o telarañas, de modo que no consintió intentarlo hasta que Sherlock hizo limpiar el piso para dejarlo reluciente.

Así pues, cuatro días después de la proposición estaban listos para empezar.

Eran cerca de las ocho de la noche y se ha estaban debidamente cenados.

John encendía el incienso de plantas aromáticas que provocaban el celo mientras Sherlock repasaba las notas que Watson le había dado con algunas directrices de técnicas más o menos demostradas para ayudar a provocar el celo.

Él suspiró nervioso. Habían hecho tantos preparativos para ese momento que casi parecía una noche de bodas, aunque no se respiraba en absoluto el mismo ambiente.

- ¿Todo esto solo para ver si esas dichosas pastillas funcionan? - refunfuñó por enésima vez Sherlock, a quien no le inspiraba nada de confianza el tratamiento experimental al que John se estaba sometiendo para suprimir el celo. Para empezar no podía ser bueno si había provocado que Watson se dejase barba. Bien era cierto que con el transcurso de los días había superado su aversión a ese nuevo adorno fácil que tan bien le quedaba, pero no estaba dispuesto a admitirlo.

- Sí, es muy importante. Hasta ahora han evitado la llegada de mi celo pero debemos estar seguros de si pueden ser sometidos a presión y seguir siendo efectivos. - explicó con tranquilidad. - Sé que te estoy pidiendo algo difícil teniendo en cuenta que eres un alfa de muy baja clase y que de por sí los alfas no entran en celo sin provocación previa, pero creo que podremos hacerlo. - dijo convencido para después soplar el fósforo y agitar la mano para esparcir el humo del incienso recién encendido.

Sherlock frunció el ceño algo ofendido porque John supusiera que sería relativamente fácil hacerlo caer, como si fuese un animal, pero sus palabras no lo incomodaron más que un segundo. Había un asunto mucho más importante sobre el que todavía no habían pronunciado palabra.

- ¿Y qué ocurre si ambos entramos en celo y quedas embarazado?

John se detuvo entonces, dedicándole a la pregunta la seriedad que merecía. Ya lo había pensando, durante mucho tiempo antes de ceder a realizar ese experimento para respaldar la teoría del doctor Schuler. Confiaba en que el tratamiento diese resultado y no se produjese su celo, sin importar la provocación, pero si ese no era el caso sostenía firmemente la teoría de que igualmente sería efectivo para prevenir un embarazo, y si resultaba que no...

- Si ocurre tomaré la responsabilidad, si eso es lo que quieres. Esta vez lo dejo en tus manos.

Las perlas de Agra [Johnlock]Where stories live. Discover now