17 - Heraldo de la muerte

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Al día siguiente la paciente estaba mucho más tranquila, al menos ya no gritaba, pero eso lejos de tranquilizar a John lo preocupó mucho más, ya que parecía que se encontraba demasiado débil para patalear y su piel estaba toda enrojecida, irritada.

- Hola, Corine. Soy el doctor Watson. Estuve aquí ayer. ¿Me recuerda?

No tuvo que esperar mucho hasta que la voz de la chica sonó como un leve susurro áspero y doloroso.

- Sí, le recuerdo.

- ¿Sabe por qué está aquí?

- Algo ...

- Perdone la brusquedad pero necesito saberlo. ¿Podría ser que usted estuviera diagnosticada como enferma de sífilis?

La mujer asintió muy débilmente y John se sentó en la cama conteniendo la respiración. Soltó el aire muy lentamente para prepararse. Con los años se había hecho un experto en modular la voz para adaptarla a las diferentes situaciones.

- Hagamos una cosa, si le parece bien. Voy a desatarla y espero que acepte mis más sinceras disculpas por haberla mantenido así más tiempo del necesario. Quiero que hablemos con tranquilidad. Después usted decidirá qué es lo que quiere que haga.

John no esperó a que la mujer asintiera. La cuerda le había dejado unos terribles cardenales en tobillos y muñecas y le pareció una crueldad injustificada dejarla en ese estado.

La desató con paciencia y la ayudó a incorporar ligeramente la espalda, poniéndole un cojín para que pudiera sentarse con comodidad.

- ¿Cuándo aparecieron los primeros síntomas? - le preguntó el doctor Watson.

- Hace cinco años. Me salieron unas ronchas. No les di importancia, eran un poco feas pero no me dolían. Luego llegó la fiebre y como tenía la garganta irritada pensé que estaría resfriada. Cuándo empeoró, Lady Bluebell llamó a un médico y me dijo que tenía sífilis. Comencé a tomar pastillas de mercurio por orden médica y me recuperé. Hasta hace un mes.

- ¿Y ha estado trabajando normalmente incluso después de conocer el diagnóstico? - John ya conocía la respuesta y sin embargo cuando asintió no pudo evitar fruncir el ceño molesto. En ese tiempo podía haber contagiado a decenas, incluso centenares de personas. - ¿Todos los tumores comenzaron a aparecer hace un mes? ¿Fue entonces cuando comenzó a perder la visión? - siguió preguntándole con voz pausada. Mientras tanto comenzó a examinarla tocándole lentamente la mano y después fue ascendiendo con cuidado de no asustarla haciendo un movimiento imprevisible. Cuando le hizo la última pregunta su mano derecha estaba sobre su cara y con el dedo índice y pulgar le mantenía abierto uno de los párpados para observar el comportamiento de la pupila a la luz.

- Sí, al principio era solo como si estuviese mareada, pero ahora apenas consigo ver manchas y la luz me hace daño.

El pulso de la chica temblaba. John pensó que podría tratarse de de un síntoma de envenenamiento por la ingesta de mercurio, pero el conocimiento tampoco le permitía hallar una solución. La soltó y se tomó unos momentos, buscando las palabras correctas. Dudaba de que la cruda realidad pudiese adornarse para que sonase menos terrible y no pensaba mentir.

- Señorita Corine, voy a serle totalmente sincero. Usted probablemente nunca llegó a curarse de la enfermedad, solo que esta dejó de mostrar signos externos. Siguió atacando su interior hasta que esos daños comenzaron a salir a la luz hace un mes. Me temo que sean realmente graves si le han quitado la visión. Es posible que tal y como tiene tumores externos en la cabeza tenga también internos. Eso podría explicar su episodio de locura pasajera. También puede ser un efecto secundario de las pastillas de mercurio, pero en cualquier caso el diagnóstico es igualmente desfavorable.

Las perlas de Agra [Johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora