Confrontación

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Una gran tormenta que se había desatado en San Fransokyo durante las últimas semanas, resultado de la temporada de huracanes que había llegado a la costa oeste. Los días se habían vuelto nublados, fríos y un poco lúgubres por la neblina. Una nube parecía estar de manera permanente sobre la comisaría 99, atraída probablemente por el mal humor en el que se encontraba Miguel Rivera.

Miguel, quien siempre había sido una persona alegre y educada, había estado actuando de una manera horrible. Contestaba solo con monosílabos, en tonos cortantes y con cara de enojo. Le había contestado mal a más de una persona e incluso el capitán le había llamado la atención por su falta de modales. Las ojeras debajo de sus ojos y su cabello desaliñado solo lo hacían ver peor. Sus compañeros habían empezado a evitar hablar con él a menos que fuera estrictamente necesario.

Por su parte el policía se sentia tres veces peor de lo que se veía. Habían pasado dos semanas desde la noche en que se había dado cuenta que el hombre del que se había estado enamorado y con quien tenía la relación más larga y funcional de su vida, era el criminal que estaba persiguiendo.

El golpe emocional había sido demasiado fuerte para él. No podía dormir, apenas podía comer. Iba a casa nada más para bañarse y dormir un par de horas para volver corriendo a la comisaría donde al menos podía pensar en el trabajo en lugar de la forma en que se le estaba desgarrando el corazón. Cada cierto tiempo sentía como se le oprimía el pecho como si alguien lo hubieran golpeado, e inevitablemente sus ojos se comenzaban a humedecer. Había llorado más en los últimos días que en toda su vida. Ya no sabía siquiera si estaba más enojado o triste por toda la situación, solo quería dejar de sentir.

Ni siquiera estaba seguro de que podría hacer con esa información. No podía simplemente arrestar Hiro sin pruebas y el hecho de que él y el Kitsune le hubieran dejado las mismas marcas durante el orgasmo no iba a ser aceptado como evidencia ante ninguna corte. Había razones por las que nadie se había dado cuenta de quién era, el japonés era demasiado listo como para dejar evidencias y ya había demostrado ser un actor de primera categoría. Tampoco estaba seguro si podría arrestarlo, la idea de mandarlo tras las rejas le causaba un leve ataque de pánico que solo lograba calmar con ejercicios de respiración. Mandar al hombre que quería tanto a prisión atentaba contra su salud mental.

Sus sentido de la justicia y el cariño que sentía por el empresario lo hallaban en direcciones opuestas y estaba llegando a su punto de quiebre.

No era justo. No era justo que el hombre que le había robado el corazón fuera el mismo que tenía que atrapar.

Para colmo Hiro lo había estado llamando, mandando mensajes y mails. Al principio había sido relativamente fácil ignorarlo pero con el paso de los días se había filtrado el tono de preocupación en la forma en que escribía y llamaba el japonés. Le dolía cada vez que veía el nombre de su ...¿novio? iluminar la pantalla de su celular. Ni siquiera tenía la fuerza de rechazar la llamada, solo dejaba que sonará hasta que la tomará el buzón de voz.

-Vamos, Miguel -dijo la sargento Santiago sacándolo de sus pensamientos al sentarse al lado de él-. No sé que tienes, pero tienes que lidiar con ello.

-Déjame en paz, no tengo nada -le aseguró con el ceño fruncido.

-Te conozco desde que éramos niños -respondió Amy con cara de preocupación poniendo una mano sobre su hombro-. Nunca te había visto. Al menos dime qué es lo que tienes.

-Déjame en paz, Santiago -contestó mal encarado con un movimiento brusco-. No es mi culpa que tu esposo esté en una misión encubierta y por eso metas las narices en los asuntos ajenos -terminó desviando su vista.

El ruido de la silla siendo empujada fue lo único que le advirtió que Amy se había ido. Sabía que había sido cruel, pero solo quería que lo dejaran solo. Cruzó los brazos para recargar su cabeza contra ellos. No quería pensar por unos minutos.

El Kitsune y el Policía Where stories live. Discover now