12. Soledad

12.7K 743 21
                                    

Miró extrañada como Alfred Green arrastraba su baúl con el rostro enrojecido y apretando los dientes por el esfuerzo, mientras Padma Patil le reprendía por algo. Al verla, ambos la fulminaron con la mirada.

Nerviosa, pronunció la contraseña, pero la puerta no se abrió. Unos segundos después, un sonriente y altivo Draco Malfoy abrió la puerta.

-Granger, creí reconocer tu voz-le dirigió una sonrisa socarrona a Alfred y se apartó para que pasara-. Hemos cambiado la contraseña-añadió cerrando el retrato.

-¿Adónde va Green? El tren no sale hasta medianoche.

-Lo he echado, ha incumplido tres normas de una vez.

-Imposible.

-Lo he encontrado con Padma Patil, besándose, y en un sillón ajeno, el mío, para ser exactos. Las tres cosas están penadas.

-¿Para qué te molestas? Hoy era el último día.

-¿Después del acoso que hemos sufrido? No, me niego a que se vaya de rositas-suavizó su expresión-. Estás genial Granger.

Ella se sonrojo, ya iba vestida del modo muggle porque habían acabado las clases. Llevaba el vestido que se había puesto el día de su encuentro en el mundo muggle, que con una chaqueta vaquera por encima no parecía tan elegante y le daba un toque informal.

-Gracias-contestó bajando la mirada, él aún llevaba el uniforme, pero la camisa estaba entre abierta, y la corbata se balanceaba desatada alrededor de la abertura, dándole un toque desaliñado a su aspecto elegante que le encantaba.

-Verde y plateado-mencionó cogiendo entre sus largos dedos uno de sus pendientes nuevos, de plata con un pequeño jade en el centro-. Los colores de Slytherin.

Ella sonrió y volvió a alzar la mirada, él la miraba con una sonrisa suave y serena. Deslizó la mano desde su oreja hasta su mandíbula, y alzando un poco su mentón acercó los labios a los suyos.

Ella sintió su aliento fresco y oloroso sobre sus labios unos segundos antes de sentir su roce, un roce suave y dulce, la presión que hacían fue aumentando lentamente hasta que sintió su lengua pidiéndole un mudo permiso. Abrió la mandíbula, concediéndolo, y sintió la menta apoderándose de sus sentidos, sintió los suaves y tiernos movimientos de su sus labios haciéndola suya lentamente.

La mano del joven se deslizó hasta su nuca, mientras que la otra se posaba levemente en su espalda, ella solo rodeó su cuello con sus brazos mientras respondía sus besos.

No había sido necesario buscar una forma de afrontar el tema, él deseaba lo mismo, y parecía tan, natural, era como si esa despedida fuese una de las reglas indelebles del universo, como que el cielo es azul, que los pájaros cantan, que si sueltas un objeto en el aire cae… La magia es la forma de contravenir las leyes del universo, pero entonces, ¿por qué sentían esa corriente, tan parecida a la magia, recorrer su espalda, aun sabiendo que eso era lo más natural del mundo?

Pero no pensó en ello mucho tiempo, como había pasado la vez anterior, sus besos embotaron sus sentidos, y seguir el razonamiento de esos complicados pensamientos se le hizo imposible.

Sintió de nuevo esos poderosos brazos alzándola como si fuese una pluma, sus suaves manos aferraban cuidadosamente su tibio cuerpo, mientras ella se derretía al sentir su pecho fuerte, formado por varias horas de vuelo sobre las ramas del bosque prohibido, durante esas largas noches en las que le veía a través de su ventana sobre su escoba profesional.

Sintió el suave balanceo que provocaban sus pasos hacía su habitación, y antes de que se diese cuenta, estaba sobre la colcha, sintiendo como sus frías manos deslizaban la chaqueta desde los hombros, recorriendo la erizada piel de los brazos. Un escalofrío recorrió su columna y dejó escapar un pequeño gemido, sofocado enseguida por sus labios en un casto beso, sólo pudo sentir sus hermosos ojos mercurio sobre los suyos, antes de que un último beso la hiciese perderse.

Amor en la posguerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora