capitulo 3

868 66 5
                                    

La vida seguía, Amaia llegó a la discográfica veinte minutos tarde a la reunión, como siempre, intentando disimular al máximo los efectos jet lag. Dedicó esos minutillos a saludar a recepcionistas, secretarios, becarios y demás personal pasándose por las mesas de cada uno. Le encantaba hacerlo y además les traía una caja con cruasanes y demás para desayunar. Siempre que iba tenía un gesto para todos. Se puso ante la puerta del director general, el señor Nicolás Puig, y llamó. Le abrió la puerta Nicolás, se dieron dos besos y le señaló dónde debía sentarse. Ella le dio las gracias y se acomodó. Había varios directivos más, se saludaron y procedieron a empezar la reunión.

Le mostraron a Amaia varias estadísticas sobre el aumento de ventas de su CD en los sitios que había visitado, informes sobre la casa de discos que distribuía Horizonte por América,... Permanecieron discutiendo los resultados cerca de hora y media, hasta que le propusieron hacer una pequeña gira para presentar su CD en concierto en países como México o Puerto Rico y también en Miami. Había varios promotores interesados en ella. Serían actuaciones en recintos pequeños y no pretendían hacer un gran espectáculo, pero le estaban ofreciendo lo que ella siempre había querido. Aunque tendría que posponer la salida de su próximo disco (a ella esto le pareció una ventaja: así tendría más tiempo para componer, bien fuera en un avión o en la habitación de un hotel).

Por otra parte, Alfred había aterrizado en Barcelona de madrugada y ahora estaba profundamente dormido en una cama que había compartido con Amaia. Esa noche le había costado coger el sueño. No sabia porqué había cogido el coche para ir hasta allí, en vez de ir a la casa que compró para sus padres. Hacía dos años que no pisaba esa casa: la compró para invertir, pero al enseñársela una vez a Amaia, a ella le había encantado y pasaban allí los días que venían a visitar a sus padres, así tenían intimidad y no estaban siempre con sus padres.

Estaba un poco aislada no había vecinos. Era una casa no muy grande ni lujosa, pero ahí tenían la comodidad que les gustaba. Eso sí, tenía un jardín amplio, con muchas plantas y flores distintas y una piscina. Nadie había venido en ese tiempo a limpiarla ni a cuidar el jardín y ahora tenía un aspecto deplorable.

Sé levantó, y después de darse una ducha, buscó si había algo para comer. La nevera estaba vacía y por los armarios, lo único que no estaba caducado era un paquete de galletas. De pronto, decidió empezar  a hacer limpieza: de momento tiró toda la comida caducada y sacó las malas hierbas del patio, regó las plantas... Quería arreglar esa casa. No podía ser que estuviera en semejante estado. 

Y sentía que debía ser él mismo quién lo hiciera.

Ya era la hora de comer, y ni siquiera había llamado a su familia para decir que había llamado. Miró el móvil, pero no había ninguna llamada perdida. Gala no le solía llamar cuando él iba a visitar a sus padres, y a él no le importaba, ya era suficientemente cargante el resto del tiempo. Decidió que sería mejor presentarse por sorpresa en casa de sus padres. Y eso hizo. Llamó al timbre y salió su madre a abrir la puerta:

XU- ¡Hola, que pronto has venido!- y le dio un fuerte abrazo.

Al- Pues he llegado de madrugada –a su madre le sorprendió su voz afónica, pero le sorprendió más que no hubiera aparecido por casa hasta entonces.

XU- ¿Y dónde has estado hasta ahora? –le preguntó mientras entraban en casa.

V- ¡Tío! –gritó de pronto su sobrina, tirándose encima de él, evitando que Alfred tuviera que responder.

Al- ¡Hola! Hay que ver lo que pesas ya –le dijo ilusionado, acogiéndole en sus brazos mientras se dirigían a la mesa– ¿Y papá?

XU- Arriba, en la cama, tiene que hacer reposo. Ha comido ya y ahora está dormido, así comemos Vinyet y yo y le llevo al colegio. Luego paso la tarde arriba, entreteniendo como puedo a tu padre.

Al- No te preocupes: comemos (yo no he comido), llevo a la niña al cole y luego estoy con papá. Así tú aprovechas la tarde y te vas a la peluquería o de compras con tus amigas...

XU- Hijo mío... estás muy raro –respondió con un tono extrañado, trayendo a la mesa un plato más-. 

Comieron escuchando a Vinyet contar sus batallitas del colegio y después Alfred le llevó a la escuela. En realidad todo había sido una excusa. No es que no quisiera acompañarla, sino que quería hablarle a alguien de que había visto a Amaia. No quería decírselo a nadie más hasta que él no tuviera la mente más clara:

Al- Te cuento un secreto si prometes no contárselo a nadie.

V- Ni a mamá, ni la yaya, ni el yayo, ni el tito, ni la tita, ni a mis peces, ni a Lucía, ni a mi profe, ni a mis amiguitos del cole...

Al- ...Para, para. A nadie.

V- Vale.

XU- ¿Sabes con quien he ido en el avión?

V- Nooooo

Al- Con Amaia...

V- ¿Y qué hace? ¿Por qué ya no viene a verme y a jugar? ¿Y  por qué vienes ahora solo o con "la morritos"? ¿Le has dicho que venga un día? ¿Qué le has hecho que ya no viene?

Al- A ver, vamos por partes: ella ahora va a cantar a otros países como hago yo, ya no viene porque no tiene tiempo, por eso vengo solo –evitó lo de "la morritos"- Me ha dicho que un día de estos te va a llamar. Lo que yo le hice fue tan feo que ella no va a venir más, aunque quiera, ella no me puede perdonar.

V- Una vez una niña del cole que era mi amiga me empujó, me hice daño en la rodilla y yo tampoco le perdoné. Ahora ya no somos amigos, pero lo hecho de menos.

Al- ¿Todavía te duele la rodilla?

V- No...

Al- Pues perdónale. A Amaia –y a mí, pensó - todavía le duele... Ella no me puede perdonar, pero tú si puedes hacerlo.

V- Vale. Esta tarde lo haré. Ya hemos llegado. ¿Vas a venir después a buscarme y así te cuento cómo ha ido?

Al- ¿No viene mamá a buscarte?

V- ¡Tío, mamá trabaja hasta las siete, siempre viene la yaya o el yayo! ¿En qué mundo vives?

Al- Lo intentaré –le respondió mientras la niña se bajaba del coche y él se daba cuenta que había descuidado mucho la vida de su familia.- ¡Espera!

V- ¿Qué pasa?

Al- Una preguntita de nada... ¿Por qué llamas así a Gala? –Preguntó curioso (pensando en la evidencia del mote) cuando Vinyet se bajó del coche e iba a cerrar la puerta-.

V- Porque mamá y la yaya la llaman así –respondió con inocencia a la pregunta, dejando a su tío perplejo- No te olvides de venirme a buscar, que si no me enfadaré y no te perdonaré –y cerró la puerta del coche-.

Alfred encendió el coche y se dirigió a casa de sus padres. Empezó a reflexionar sobre su presente: descansaba unos días para visitar a su familia y recuperarse de su afonía, pero se sentía fuera de lugar allí. Había pasado más de veinte años en la misma ciudad y con la misma gente, ¿por qué se le hacía tan extraño ahora?

Pensaba que, por ejemplo, ahora debería hacer compañía a su padre, pero ¿cómo lo iba a entretener? No sabía si a él le gustaba mirar tal programa en la tele, leer de principio a fin un periódico deportivo, o simplemente tener una conversación y contarle cómo era su vida ahora. Alfred sabía que no sería capaz de hablarle de eso. Lo hacía más o menos con sus amigos, algun primo y prima que los consideraba sus hermanos y su madre, pero nunca con su padre: cuando lo miraba, no podía evitar recordar su infancia, el colegio, la comida de su madre, las secciones de jazz en el parque con sus amigos,...

Eran dos tipos de vida muy distintos: su presente en Miami con cenas, fiestas, compras y otros despilfarres económicos y su pasado en el Prat más familiar, más pausado. Tenía que decidir cómo sería su futuro, y cuanto antes lo hiciera, mejor. 

En el fondo tenía claro lo que quería, aunque prefería dudar porqué no tenía el valor para cambiar radicalmente la vida que llevaba. No le gustaba nada su presente, pero en un momento dado del pasado no hizo nada para evitarlo: su debilidad lo había arrastrado, y quizás ahora no reuniría la fuerza necesaria para volver al punto inicial.

El Pasajero de al ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora