capitulo 15 Final

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Ella no esperaba verlo dos días antes de lo que creía. Pero ese día lo iba a ver. Y él iba a tocar su tripa, a hablar con su hija y a sorprenderse de las pataditas que daba. Y esa noche verían juntos la estrella polar. Aunque no a las doce.

Alfred había pasado la mañana con su familia a completo. Allí comió y después se fue a coger el coche para poner rumbo a barcelona acompañado de marina, que lo acompañó hasta allí y le dio los últimos "consejillos".

Amaia pasaba unos días de descanso en Barcelona. Hacía mucho que no estaba allí más de tres días seguidos. Pero en Barcelona estaba más tranquila, su piso estaba a las afueras y tenía jardín y piscina, con lo cual estaba un poco alejada del bullicio de la ciudad.

Además, sus padres y su sobrina estaban con ella (su hermano y su cuñada estaban de vacaciones). La doctora le había aconsejado no viajar mucho desde hacía unas semanas, ya que ponerse tan nerviosa no era bueno en su ya avanzado estado. Así que su familia tenía que venir a verla a su casa.

Llegó a Barcelona y se dirigió a su destino. Tardó media hora en presentarse ante la puerta del que había sido su hogar. De él y de Amaia. Ahora era simplemente el piso donde iba Amaia cuando venía a trabajar a Barcelona.

Se detuvo en la puerta sin tocar el timbre. En ese momento recordó que aun tenía las llaves que abrían esa puerta. Ni siquiera se las había devuelto. Fue un día extraño, el último que había estado allí. Recordó la última vez que se estuvo tras esa puerta, ya nacía casi dos años y medio. Ese día le pasó lo mismo que ahora: no sabía que iba a pasar tras ella. No sabía qué decir, ni cómo decirlo, ni qué hacer, ni si debía besarla, ni si debía decirle que la quería a pesar de todo... Pero se acordó de aquella canción que decía Se acabó el ser cobarde, ahora toca ser feliz.

Así que tocó el timbre.

Le abrió Ángel. Tuvo suerte: si le hubiera abierto Javiera, le hubiera estampado la puerta en la cara. Amaia ya les había contado que él era el padre de su hija, cosa que su padre aceptó resignado; pero a su madre no le gustaba tanto. En realidad, no le gustaba nada, pero no le quedaba otra que aceptarlo.

AN- Está en el jardín. Pasa.

Al- Gracias.

Lo acompañó hasta la puerta que le llevaría al jardín. Alfred pudo comprobar que ese piso estaba muy cambiado. Había fotos de Amaia, de su familia, sus amigos y una niña, que debía ser la sobrina de ella, a la que no llegó a conocer.

Piso el jardín. Amaia estaba de espaldas, tomando el sol en una tumbona y a su lado una niña, la misma de las fotos, que jugaba con unas muñecas.

La niña se dio cuenta de la presencia de Alfred y avisó a su tía:

N- ¡Mía Amia! Un zeñor!... -dijo señalándolo-.

Amaia se giró y lo miró.

Al- Hola...

Amaia no dijo nada, pues se le adelanto su sobrina.

N- Hoa zeñor! Yo zoy Naia ¿Y tú?

Al- Hola Nadia, yo soy Alfred.

N- Hoa afe. Mía tía Amia, tene badiga gande ua niña.

Am- Nadia, cariño, ya es hora de merendar, pídele a la abuela que te haga la merienda.

N- ¡No! Yo quero aquí con Amia.

Am- No, anda, ves a dentro que están la abuela y el abuelo con Cuqui...

N- ¡cui! ¡Naia va con cui! –y se fue, arrastrando su muñeca, a por su merienda-.  

Alfred pudo acercarse entonces hasta ver a Amaia. Estaba en bikini. Él la miraba y ella se dio cuenta de eso. Así que se levantó y se puso un playero que tenía en una silla cercana. Después le acercó una tumbona igual que la suya, se sentó en la que antes usaba, mirando hacia la que había colocado ahora y con un gesto le indicó a Alfred que se sentara. Él le hizo caso. 

El Pasajero de al ladoWhere stories live. Discover now