La historia de seis años

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A Harry no le gustaba Draco

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A Harry no le gustaba Draco. Los que decían eso, no sabían de qué hablaban, y nada podía estar más lejos de la verdad.

Lo que ellos tenían era una relación tira y afloja de peleas y bromas pesadas, desde el momento en que casi se agarran a golpes a los once años, en la tienda de Madam Malkin, porque Harry, por accidente, pisó el borde de la túnica nueva de Draco cuando este bajó de la plataforma de medidas, y el otro niño se volvió, hecho una furia, para exigirle una disculpa que no quiso dar, porque vamos, no era para tanto, llevaba como diez túnicas más. Y una cosa llevó a la otra, y de pronto, Lily Potter tenía una mano puesta sobre su hombro para retenerlo, y la dependienta le recordaba a Draco que tenía que ir a buscar a su madre, que estaba comprándole los libros en otra tienda.

Luego un encuentro en el expreso, una burla a su cabello y lentes, y el empujón con que le respondió, dio pie a lo que podría haberse convertido en otra pelea, de no ser por la intervención de un profesor amargado llamado Severus Snape. Por supuesto que el hecho de que el Sombrero Seleccionador viese algo en común en ellos, como para mandarlos a Gryffindor, y los estudiantes no parasen de susurrar acerca del primer Malfoy, sangrepura de una línea que se remontaba a siglos atrás en Inglaterra y Francia, que iba a la Casa de los leones, no cambió nada.

De hecho, la convivencia obligada en el mismo cuarto y las clases compartidas, probablemente, sólo los llevaron a un peor término. Una noche, Harry salía de la ducha, para descubrir que alguien encantó su acondicionador y el cabello se le caía de a mechones, aun consciente de que le crecería mientras dormía, y a la mañana siguiente, Draco parecía dispuesto a maldecir a otro alguien, que untó de grasa algunas de sus túnicas y dejó que el hipogrifo de Hagrid las mordiese, pisase y utilizase de cama.

En su defensa, no era su culpa si Draco ponía a su baúl contraseñas mágicas tan simples como su cumpleaños, que era el cinco de junio. Y no, Harry no lo sabía porque le gustase.

Uno debía conocer al enemigo. Su base de información titulada "Draco L. Malfoy" no era para otra cosa que para saber qué utilizar cuando llegase el momento del contraataque, que siempre llegaba, porque era como si no pudiesen respirar del mismo aire, sin tener el impulso de lanzarse con puños y varitas sobre el otro.

Hermione, su mejor amiga, lo había reprendido infinidad de veces. Tenían castigos casi mensuales, McGonagall los reunió a ambos en más de una ocasión, una vez hablaron con Dumbledore. Incluso su madre le pidió, vía lechuza, que ya dejase de pelear con ese muchacho, que sólo lo ignorase. Que no era para tanto.

Aparentemente, nadie podía entender que sí lo era.

Para Harry, al menos, lo era.

Entonces no era una sorpresa que nada más escuchar un familiar canturreo, levantase la vista de su tarta de melaza e interrumpiese la plática a boca llena de Ron (o este se callase, más bien, con un quejido, porque sabía que desviaría su atención tan pronto como el otro se acercara).

Mariposas y leonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora