(Prologo)

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Imaginad a una niña de ocho años con su abuela en plenos Ancares nevados en la provincia de Lugo, grandes montañas salvajes, esa niña soy yo Astrid Seoane y mi abuela es Aura Seoane la respetada meiga de Piornedo que con sus remedios caseros llego a curar a mucha gente y aunque ahora la dejaban en paz en el pasado tuvo que fingir adorar a un dios en el que jamás creyó, pero ahora se sentía completamente libre de trasmitirme su legado, por eso caminábamos con paso pesado por la nieve, yo estaba muy nerviosa de ver la sorpresa que me había prometido

-No está lejos Astrid, ¡ai carallo! ¿No te podían haber puesto un nombre gallego? - mi abuela nunca entendió porque mi madre me había puesto ese nombre nórdico, fue cosa de mi madre, apasionada de la mitología nórdica, los vikingos y las bandas de heavy metal, mi madre Isabel es una rockera de toda la vida, aparte de profesora de literatura y mi padre Xoan  un hombre tranquilo trabajador de la fábrica de coches Citroën, quizá una rara combinación, pero fruto de su amor que aún perdura nací yo

Después de ascender una larga y agotadora cuesta llena de piedras unas más grandes que otras, llegamos donde los acebos que aun con nieve encima mantenían sus frutos rojos ofreciendo un paisaje a nuestro alrededor invernal bellísimo

-Esto es bueno para el estómago cuando, no sale, ya sabes... y para la fiebre también, pero hay que saber usarlo porque si no te puede sentar realmente mal filliña - yo atendía a cada una de sus explicaciones con gran atención, sin mi abuela desde luego yo hubiera sido la hoy soy, un ratito después llegamos a un claro abierto y entonces mi abuela me dijo – ven rápido pongámonos aquí en estas rocas, aquí detrás y no hagamos mucho ruido

Cuando la vi que nos metíamos por un sitio un poco complicado me salió un - ¡abuela cuidado te vas a escarallar!

- ¡Cala nena! Ahora tenemos que esperar un ratiño - tiro de mí y me hizo callar, nos quedamos las dos mirando para aquella cueva y no pasaron ni 10 minutos cuando llego una osa, para mi enorme la verdad, que arrastraba el pedazo de algún animal, yo tuve bastante miedo, pero mi abuela estaba sonriente y me dijo – no te preocupes ella sabe que estamos aquí, mientras no nos acerquemos mas no pasara nada, tu solo observa

La osa comió algo más de la carne que arrastro hasta aquel lugar y lo demás comenzó a excavar para enterrarlo, me extraño que no estuviera hibernando por lo poco que sabía de osos y se lo hice saber a mi abuela y ella me dijo – ya es casi primavera y, además, aunque este nevado ya no hace tanto frio, ahora comienzan a despertar, fíjate esas dos cabecitas que asoman al exterior de la cueva, son sus oseznos, sus bebes, su tesoro más preciado, su legado como tú eres mi legado – me dio un pellizco en el moflete rojo por el frio y luego se agacho y me dio un beso- y yo soy como esa osa, amo y cuido mi legado y daría mi vida por ti

Y esa fue su lección, enseñarme el gran amor de la Madre y de lo poderosa que puede ser la feminidad y ahora entre lágrimas, ya con 25 años, esparzo sus cenizas en estas mismas montañas en la que tantas lecciones me dio, mi maestra, mi abuela. 

Meiga MouraWhere stories live. Discover now