Capítulo 1.| El sabor de la libertad

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Nuestras vidas se definen por las oportunidades, incluso las que perdemos.

F. Scott Fitzgerald.

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Primavera de 1845. Propiedad de los Towson, Bath.

—Tienes el pelo excesivamente despeinado, Diana —comentó su madre al tiempo que dejaba el jarrón sobre la mesa para mirarla fijamente—. ¿No habrás estado cabalgando?

Diana negó con la cabeza al ver la cara de seria preocupación de Isabella Towson, una italiana en tierras inglesas.

—He ido a dar un paseo con Karen Stanley...

—¡¿Otra vez con esa muchacha?! ¿No sabes que tiene una pésima reputación? Las jóvenes decentes no deberían mezclarse con ella...

—Entonces tengo suerte de no ser una joven, y mucho menos una decente —la interrumpió, pasándose las manos por los mechones después de dejar los guantes de montar sobre el tocador.

Isabella levantó las manos en dirección al cielo, suplicándole a Dios que recondujera a su hija. Y, de pasada, que le diera paciencia para aguantar sus disparates.

Diana Towson era bella, pero era demasiado mayor para los hombres de la nobleza británica. A sus veintisiete años había debutado de forma tardía debido a la reciente incorporación de su familia en la alta sociedad.

Su madre, empeñada en casarla con un hombre apoderado y noble, la obligó a presentarse como si fuera una muchacha casadera. Siguiendo los cánones establecidos e impartiéndole un curso acelerado de "cómo debe ser una señorita".

En su rostro contrastaban acusadamente las delicadas facciones de su padre, un inglés adinerado, con las toscas de su madre, una dama de la baja aristocracia italiana. Era el suyo, en conjunto, un aspecto exótico, de nariz respingona y pómulos altos. Sus ojos eran de un marrón ambarino, con mezcla de vetas verdes. Pero su característica distintiva era su cabellera castaña, levemente decolorada por las horas de exposición al sol, a conjunto, sin embargo, de su piel levemente tostada.

—Corren rumores, Diana —insistió Isabella—. Sobre ti, sobre tus desmanes en público.

—Corren muchos rumores sobre mí, es cierto. Pero de lo que yo siento no se dice nada. ¿Sabes por qué? Porque no hablo con nadie de mis sentimientos, me los guardo.

—¿Y cuáles son tus sentimientos? Hemos trabajado mucho tu padre y yo para que tengáis un futuro mejor, tú y tus hermanos. Pero tú pareces dispuesta a comportarte como si siguiéramos viviendo en la costa mediterránea. No estamos en Italia comprando madera para un barco nuevo. ¡Estamos en Inglaterra! Ahora dominamos a todos y a cada uno de los navíos que los ingleses tienen que usar para moverse de un país a otro... Por eso, Lady Jezabel Royne nos mandó esa invitación —cuando Isabella hablaba de "esa invitación", no había nadie en la casa que no rodara los ojos a modo de hastío por tantas veces que lo repetía—. Una invitación al mundo de la aristocracia. La posibilidad de formar parte de los círculos sociales más exquisitos. Desde la fiesta de Lady Jezabel, nos han aceptado entre ellos y...

El Duque y la PlebeyaWhere stories live. Discover now