Extra 4

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Sujetó el cuchillo en su mano y corto con lentitud las verduras en el tablón

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Sujetó el cuchillo en su mano y corto con lentitud las verduras en el tablón. Sólo faltaban ellas para que la cena estuviese lista.

Las últimas noches habían sido tranquilas, demasiado para su gusto.

Liu Qingge estaba en una misión.

Suspiró. Hace mucho que los momentos de soledad habían sido olvidados, ahora le costaba demasiado aceptar el silencio en su pequeña cabaña.

La presencia de Liu Qingge era una constante en su vida actual, pasando juntos cuanto tiempo fuese posible, y, sí no era en el día, al menos tenía asegurada la noche. Los días sin Liu Qingge eran casi desconocidos para él. Por eso, en ocasiones como la actual, donde no podían acompañarse en sus misiones por alguna razón, la soledad fácilmente invadía sus sentidos.

Era tal y como lo dijo Liu Qingge esa noche, su compañía se había convertido en una necesidad. La separación era un tormento para su corazón y cuerpo.

Escuchó el leve crujir de la puerta y pasos que se dirigían hacía su dirección. Su corazón palpito, emocionado, y la sangre se acumuló en su pecho. Sus labios picaban, expectantes, deseosos de un contacto sobre ellos.

Detuvo sus acciones, ahora concentrado en el sonido cada vez más cercano, pero su figura se mantuvo imperturbable. No hizo nada por buscar a su amante, al contrario, lo espero paciente en la misma posición. Sin moverse, apenas respirando en anticipación.

Un par de brazos lo rodearon desde atrás, la familiaridad de ese calor por fin alejó el vacío de todas las noches sin ellos.

Sin embargo, continuo sin moverse, se permitió ser mimado. Cerro los ojos, decidido a concentrarse sólo en el toque en su cuerpo.

Una mano se dedicó a aflojar el agarre de sus túnicas, la otra deslizó sin prisa la tela que cubría su hombro.

Besos castos fueron depositados en la piel de su cuello, deslizándose cada vez más abajo. Esta vez Shen Jiu reaccionó, inclinado su cabeza al lado opuesto a las caricias, permitiendo un mejor acceso a la piel expuesta.

Un último beso fue depositado directamente en su hombro, siendo seguido por una igualmente familiar sensación dolorosa. Dientes clavados en la piel inmaculada.

Un jadeo se escapó de sus labios, lo sabía, eso dejaría marca en unas horas; le alegraba, la última desapareció hace varias noches, ya era hora de tener nuevas en su piel tersa.

Una lengua recorrió el lugar antes profanado, como si pidiera disculpas por la rudeza pasada.

Los brazos, antes ínertes aprisionando ambos cuerpos juntos, se deslizaron y palparon la piel sobre las túnicas. Aquellas manos recorrieron su abdomen, sus brazos, su pecho, sin urgencia por indagar en partes más íntimas, buscando sólo recordar el cuerpo ajeno.

Una segunda oportunidadWhere stories live. Discover now