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Raoul le mira profundo e intenso y su mundo cambia. Guarda silencio, le da tiempo, le escucha, le estudia. Todo lo que Agoney le cuenta parece interesarle.

Raoul. El chico de risa amarilla y voz azul estrellada se llama Raoul. Agoney ríe ante su ímpetu al recalcar la o en el centro de su nombre mientras murmura un «mi nombre tampoco es común». Agoney ríe y Raoul lo imita, haciendo que la ya familiar figura de múltiples caras triangulares aparezca ante él, esta vez acompañada de al menos media decena más. Todas amarillas. Diferentes tamaños, pero misma tonalidad. Agoney contiene la respiración, Raoul se seca las lágrimas y le mira. Le mira como nunca lo han hecho antes. Puede que Agoney sea capaz de ver su voz, pero siente que Raoul le está observando el alma.

Llevan un rato así, hablando de nada, conociéndose tras la excusa torpe de Raoul.

—Parecías solo... y muy interesado en mi café.

Y Agoney vuelve a reír, un poco muerto de vergüenza, un poco borracho de algo a lo que no sabe ponerle nombre.

—Estoy haciendo un estudio de mercado sobre los cafés más consumidos —comenta antes de darle un sorbo a su bebida.

Lo dice completamente serio, con los ojos clavados en los del otro chico. Y es curioso, parece que estén llenos de su propia risa, con eso tono dorado, casi amarillo.

—¿En serio? —Por un momento, Raoul no sabe si creerle; eso supondría aceptar que se le da fatal leer a la gente.

Pero el chico se atraganta con el café y escupe la mitad de vuelta a la taza, envuelto en una carcajada. Así que Raoul sonríe, y respira. No estaba equivocado.

—Ahora me gustaría que fuera real —confiesa con un carraspeo. Raoul tuerce el gesto y Agoney sabe que no le ha entendido y teme haberla cagado, así que se explica un poco más. Habla lento y le mira a los ojos—. Para ser menos pringao.

No lo eres. No por mirarme —ríe, sintiendo cómo su piel hierve, señal inequívoca de que está completamente ruborizado—. O yo también sería un pringao.

—¿Te miras mucho?

Y ambos saben que es un chiste pésimo, pero la carcajada a dos voces se escucha desde fuera del local.

Raoul se acaba su café de un trago y odia al reloj por avanzar tan rápido. Se pasaría toda la vida en esa risa, en esos ojos, en esos labios.

—Me quedaría toda la tarde discutiendo sobre el mercado cafetero y mi narcisismo, pero tengo que irme a trabajar.

Una bola pesada y fría cae sin miramiento en el estómago de Agoney.

—Vaya...

—Está aquí al lado —explica Raoul, intentando no centrarse en la tristeza que se intuye en el tono del otro chico—, pero no puedo llegar tarde. Es mi primer día.

Agoney abre mucho los ojos.Puede que acabe de obtener la explicación de porqué llevaba todos esos días sin pasar por allí.

—Enhorabuena —felicita, sonrisa ancha y ojos semi cerrados—. ¿Nervioso?

—Un poco —confiesa. En realidad lo está, y mucho, y no solo por el trabajo—. Es un estudio de arquitectura con bastante reputación. Hace un par de semanas tuve la entrevista y me gustó mucho el ambiente.

—Me alegro. —Es sincero. No le conoce, pero por alguna razón, le invade un sentimiento de orgullo ante su logro.

—Gracias —susurra, bajando la mirada.

PoliedrosWhere stories live. Discover now